De Domingo de Ramos a Miércoles de Ceniza
Ciertas reglas del film noir se pueden pasar por alto y el producto en cuestión sigue funcionando. Sin embargo, hay otras convenciones del género que deben ser rigurosamente respetadas si la finalidad es resolver el enigma planteado por guionista y director, o al menos esta es la premisa básica del “hard boiled".
Pero existe una tercera opción, y es la que plantea Domingo de Ramos, el tercer largometraje de José Glusman (Cien años de perdón, 1999; Solos, 2006), que se estrena hoy en un puñado de salas de Buenos Aires. Dicha alternativa, que Glusman maneja con admirable soltura, es forzar o incluso quebrantar las reglas narrativas del noir.
A simple vista, Domingo de Ramos no es más que otro rutinario film policial acerca de un asesinato o una muerte accidental, pero la película, con un riguroso guión escrito por Glusman y Daniel López, no tarda en demostrar que es una ingeniosa variante del género policial. En cuanto a estructura, Domingo de Ramos deja de lado las obviedades de una narrativa lineal y adopta la forma de un ingenioso rompecabezas. No se trata, sin embargo, de un simple y convencional “patchwork” de flashback y flashforwards. A modo de guía para detectives aficionados, Domingo de Ramos se articula, temporalmente, mediante la hábil inclusión de intertítulos minimalistas.
Si bien el comienzo del film nos remite, inevitablemente, a la muerte narrada por la víctima en la exquisitamente ácida y mordaz Sunset Boulevard, Domingo de Ramos se desdobla en una ordenada pero compleja serie de escenas o simples planos a modo de postales. La estrategia da buenos resultados: el film se desliza con notable fluidez, hábilmente subrayada por la banda sonora y por el irritante, ominoso chillido del loro de Doña Rosa (Gigí Ruá), elocuente pero incomprensible testigo de los hechos. El otro puntal de la película es la figura de El comisario (Gabriel Goity), poseedor de una mirada a la vez amenazante y patéticamente despistada.
La historia comienza un miercóles en un pueblito en los suburbios de Buenos Aires, en una casona otrora opulenta pero ahora devenida palpable símbolo de la decadencia de sus habitantes y de su entorno inmediato.
En un modesto operativo policial a cargo de un comisario de poca monta se descubre el cuerpo sin vida de la dueña de casa, casada con un hombre de sombríos manejos e impotente en casi todo otro sentido, sobre todo a la hora del placer conyugal.
La breve introducción nos permite inferir que las cosas no son tan claras como parecen, más allá de las obvias hipótesis de robo o de crimen pasional disfrazado de atraco. Desde ese momento clave y hasta los créditos finales, el enigma planteado por Domingo de Ramos se reconstruye progresivamente, a medida que las piezas del rompecabezas comienzan a encajar.
Fotografiada en un granulado blanco y negro que vira hacia tonos pastel, Domingo de Ramos, rodada en una casona de Bella Vista y en sus dos hectáreas de jardín (donde se reconstruyó la sofocante atmósfera pueblerina), traspasa las fronteras impuestas por el género policial y se erige en cabal muestra de un cine inquietante, cuidadosamente puesto en escena por un director capaz de transformar un relato simple, casi minimalista, en una armoniosa pieza instrumental, apoyado, en buena medida, por un eficaz elenco (esperable en el caso de actores como Goity, Mauricio Dayub o Pompeyo Audivert, y sorprendente en el caso de Gigí Ruá, ex “pinup” y modelo de los años 70, que se desenvuelve con total soltura en el papel de una bella mujer ya entrada en años pero aún capaz de albergar lujuria y ambición).
Compacta, enigmática y astutamente bella, Domingo de Ramos es un logrado enigma que tal vez, debido a su acotada salida en cines, pase desapercibida entre tanto tanque hollywoodense.