El retorno de los oscurantistas.
Está más que claro que Donde se Esconde el Diablo (Where the Devil Hides, 2014) no es una maravilla del séptimo arte ni mucho menos, pero también resulta indudable que forma parte de una clase B relativamente simpática que pocas veces llega a la cartelera argentina. Específicamente hablamos de un representante de esa vieja y querida tradición orientada a la superposición de subgéneros y/ o recursos estilísticos de la más variada índole, respetando las características de cada uno de los bastiones involucrados y creando en el trajín un mejunje mediocre aunque bastante ameno, en especial si lo comparamos con los ejemplos fundamentalistas e impresentables que suelen colmar las pantallas por estos lares.
Combinando los adagios milenarios de “a veces más es mejor” y “tan mala que termina siendo buena”, la realización va abriendo un estrato narrativo tras otro y logra entretejer con cierta ingenuidad las premisas en cuestión: tenemos un andamiaje slasher en un contexto puritano (tanto porque todo transcurre en una comunidad amish como por lo conservador de la truculencia gore), inserts de profecías demoníacas símil videoclip (nunca pueden faltar las visiones con respecto al arribo del príncipe del averno), destellos de los retratos amargos de la vida en sectas (el oscurantismo y la hipocresía van de la mano), y hasta un melodrama del corazón promediando el metraje (para los adolescentes sensibles).
La jocosidad y la idiosincrasia efusiva de la propuesta esquivan toda pretensión de seriedad y nos reconducen continuamente hacia el terreno del delirio exasperado, con una estética algo descuidada y sobrecargada de marcas formales prototípicas de esta clase de obras: planos cortos torpes, una edición tambaleante, tramas en paralelo inconexas, un tono que no se decide entre la furia o la placidez, un entusiasmo inconmensurable y actuaciones que se pasan de “intensas”. Tanto el director Christian E. Christiansen como el guionista Karl Mueller balancean los dardos contra el fanatismo religioso y la vorágine del poder con un desarrollo más o menos eficiente en el que nunca desaparece del todo el atractivo macabro.
Por supuesto que mientras que Lucifer amenaza con poseer a una bella señorita y desatar la desolación del pecado en la colectividad amish, se produce una andanada de asesinatos vinculados a otras jóvenes gustosas de violar el ascetismo y los férreos mandatos de sobriedad que caracterizan al credo protestante. Aquí se destaca la labor de Colm Meaney como Elder Beacon, el líder del grupo y principal sospechoso de la masacre, un personaje repugnante que en su intolerancia lleva adelante abusos y humillaciones. El film no consigue abrirse camino hacia la excelencia y desaprovecha la oportunidad de presentarnos un regreso sutil de las camarillas incultas de antaño, no obstante tampoco pasa vergüenza…