"Imagina un mundo en que suceda todo lo que quieras..."
Spike Jonze se toma el atrevimiento de alargar al MAXimo posible este reconocido cuento infantil de Maurice Sendak, para construir una típica película suya, que invita a la reflexión propia, la interpretación individual y, sobre todo, una libertad extremadamente delirante y provechosa para las emociones del afortunado espectador.
La historia es delirante a más no poder, hasta para los que conocen el cuentito. Pero de eso se vale el director de Being John Malkovich para crear un ambiente cálido y nostálgico en medio de las travesuras con alto grado de salvajismo (hasta violento) por parte de estas bellísimas criaturas y el insufrible niño Max. Éste último, protagonizado por el histriónico y sorprendentemente talentoso Max Records -que se lleva la película por delante-, es el eje principal de la trama en la que debemos rendirnos al universo que propone Jonze para poder disfrutarla, o -mejor dicho- vivirla.
Es que si hay algo que se le debe agradecer con creces a este director es la facilidad con la que los que supimos amar la niñez nos reflejamos o reconocemos en la imaginación librada a la eternidad por parte del protagonista y sus amigos imaginarios. El ambicionar aún más imaginación en medio de un mundo imaginario, valga la sagrada redundancia, (ejemplo: la maqueta del tierno personaje de Carol, una de las escenas más bellas del cine que parió el 2009), creer que la mejor forma de canalizar la rabia es una guerra de tierra, pasear por un desierto que desemboca en un mar paradisiaco, o sin ir más lejos, hacer un iglú con la nieve, es un homenaje a la creación de los hijos de la tierra, que disfrutan más jugando con cosas hechas por sí solos que con elementos de "diversión" prefabricados.
Párrafo aparte merecen los monstruos, quienes son verdaderos reflejos de las emociones más extremas del ser humano cuando realiza ese doloroso viaje en bote desde la orilla de la niñez hasta la orilla de la adolescencia, cuando la imaginación queda en un segundo o tercer plano para abrir paso a la realidad a secas, cada día más parecida a "lo que viene después del polvo", como dice Carol en la gloriosa escena del desierto y la charla sobre el sol.
Mientras el "rey" gobierna a su manera su propio mundo, donde sucede todo lo que anhela, la traviesa inocencia, la incomprensión, el escepticismo, el tedio, la agudeza, la violencia y el desahucio pasean salvajemente por sus inestables y extremas inmediaciones naturales, cobijándolo como un amigo más de la familia, cumpliendo sus deseos, viviendo sus sueños y padeciéndolos.
Jonze, a pesar de que alarga demasiado una historia que fue contada de manera más simple, y que encima queda pendulando entre infantilismo y reflexión adulta, entrega un espejo en el que cada uno podrá verse reflejado, de buena o mala manera, principalmente porque lo que menos tenemos en cuenta es que esto es cine, más allá de la fotografía exquisita -contraluces asombrosos y una amplia gama de colores puestos al servicio de la vieja usanza titiritera-, la aceptable dirección, y probablemente la mejor banda sonora del año de la mano de Karen O, de los Yeah Yeah Yeahs.
Y todo eso lo logra porque, como bien dice el póster, cada uno de nosotros lleva un monstruo salvaje dentro.
Emoción pura, nostalgia, ternura, violencia y diversión. Todo servido en bandeja para nuestro deleite, de la mano de un director tan libre como Jonze.