La indeterminación
Vivimos en una época mayormente dominada por el cinismo y la falta de compromiso de toda índole, un esquema que a su vez suele trasladarse al arte en general y al cine en particular mediante un continuo bombardeo con películas -más o menos interesantes, eso ya casi no importa- que no se juegan ideológicamente por nada o celebran su propia banalidad o -en el peor de los casos- refuerzan los criterios más regresivos del mercado, sobre todo el inflar los mismos estereotipos de siempre y nunca apostar por algo en verdad novedoso. Desde ya que hay excepciones que intentan recuperar esa levedad de antaño vinculada a una inocencia que hoy brilla por su ausencia, no obstante resulta hilarante que tantas veces los responsables no consigan ni siquiera eso, el redondear un producto escapista tradicional relativamente potable para ser consumido más allá del contexto histórico que lo vio parir.
Dos Amores en París (L'Embarras du Choix, 2017) es precisamente un film simplón pero entretenido a la vieja usanza, sin mayores pretensiones que el exprimir aquel arquetipo retórico del triángulo amoroso, clásico de clásicos del melodrama rosa y las comedias románticas como la presente. Como suele suceder en el cine europeo retro de género, aquí tenemos una amalgama entre la ingenuidad de una premisa que todo el mundo conoce hasta el hartazgo (llevada con simpatía y personajes queribles, dicho sea de paso) y una serie de referencias que se condicen con las características del entorno contemporáneo (en este caso vía los secundarios, los cuales introducen detalles irónicos que pretenden aggiornar el planteo de la propuesta). La obra en cuestión no es una maravilla ni mucho menos aunque logra sacarnos un puñado de sonrisas aisladas gracias al muy buen desempeño del elenco.
Mientras que en las comedias norteamericanas similares todo el asunto termina volcándose hacia el sustrato bobalicón de nuestros días, los europeos en cambio tienden -por suerte- a marcar claramente la preeminencia del componente naif de las historias, lo que por cierto nos ahorra una catarata de insultos, estupideces pueriles y situaciones grasientas que distan mucho de estar direccionadas a la sátira social y sólo se limitan a la ponderación de la pavada por la pavada en sí (lo que vendría a ser la “interpretación hollywoodense” del ideario de Estados Unidos, una lectura que deja mucho que desear). En esta oportunidad la protagonista del convite es Juliette (Alexandra Lamy), una cuarentona que trabaja en el restaurant de su padre Richard (Lionnel Astier) y sufre de un caso grave de indeterminación crónica, el cual la ha llevado una y otra vez a depender de familiares y amigas al momento de tomar cualquier decisión -por más pequeña o trivial que sea- en lo que atañe a su vida.
Así las cosas, la mujer eventualmente deberá resolver su problema psicológico para elegir entre Paul (Jamie Bamber), un empleado bancario escocés, o Etienne (Arnaud Ducret), un docente de cocina natural de Francia, como ella. Como señalábamos antes, gran parte del peso cómico del relato recae en las dos compinches de Juliette, Joëlle (Anne Marivin), dueña de una peluquería y casada con una versión masculina de una ama de casa, y Sonia (Sabrina Ouazani), una ninfómana que se ríe a carcajadas a cada rato: estos dos personajes suman mucho al tono leve pero ameno de la película, complementando el carisma de Lamy, toda una experta en comedias galas a la que pudimos ver en Ricky (2009), de François Ozon. El realizador y guionista Eric Lavaine supera lo hecho en Entre Tragos y Amigos (Barbecue, 2014) y consigue un trabajo digno aunque muy olvidable, apuntalado en un desarrollo narrativo demasiado mecánico que en parte desperdicia los logros actorales…