Nada es lo que parece
Las historias policiales (o similares) basadas en la improbable relación entre dos agentes que integran una pareja muy despareja, que armonizan poco y se desconfían mutuamente se cuentan por centenares. Dos armas letales no trae demasiadas novedades respecto de la fórmula salvo que se que acepten como innovaciones los delirios inverosímiles que se han permitido el guionista Blake Masters y sobre todo el autor del original, Oliver Grant, gracias a las libertades que les concedía el hecho de que aquél fuera una novela gráfica. Pero, en cambio, tiene dos importantes aciertos. Uno es la elección del dúo protagónico, Denzel Washington y Mark Wahlberg, que se divierten tanto representando esta ficción al punto de convertirse en el principal atractivo del entretenimiento y hasta logran contagiar a la platea que se siente integrada a la broma; el otro es el buen oficio del islandés Baltasar Kormákur ( Invierno caliente, Contrabando ), que sabe que el interés del thriller no depende solamente de la acción desarrollada a ritmo veloz y del aporte de los efectos visuales (aquí felizmente utilizados con prudencia), sino también de la cohesión narrativa y sobre todo de la generosa dosis de humor que domina las situaciones y se filtra en diálogos en los que abundan el cinismo y el desparpajo.
En Dos armas letales (no es casual que el título remita a la exitosa serie con Mel Gibson y Danny Glover) nada es lo que parece. Ni siquiera los protagonistas, dos delincuentes que roban autos, asaltan bancos, tienen puntería infalible cuando disparan sus armas y salen indemnes de persecuciones y emboscadas, pero en realidad (y aunque cada uno ignora la verdadera identidad del otro) son agentes encubiertos que trabajan para diferentes servicios de inteligencia y andan detrás de la misma presa. O del mismo botín: los cuatro millones de dólares que un narcotraficante mexicano tiene depositados en un banco.
Tampoco la cuantía del botín es lo que parece, sino muchísimo mayor, ni lo es el aparente dueño de la fortuna, sino otro muchísimo más poderoso que el temible capo del cartel. Y hasta la propia película, que aunque sólo parece uno más de los tantos films de acción tratados en tren de comedia es en el fondo una suerte de buddy movie . Con una pareja en la que, aun cuando ya se han destapado las identidades y las misiones coincidentes, perduran siempre las sospechas, y la posibilidad de la traición nunca se disipa del todo. Ni siquiera cuando, consumado el golpe, los dos se vuelven perseguidos. Por algo Bobby Trench (Washington) le avisa a cada rato a Stig Stigman (Wahlberg) que "cuando todo haya terminado, te dispararé". Hasta que eso llegue, si llega, el público disfruta de un buen rato de acción y diversión.