Es, antes que nada, un acierto de producción. Todo luce atractivo aquí: la propuesta prometedoramente picante del tema -dos modernos matrimonios que se atreven a jugar al intercambio de parejas-; el elenco encabezado por un cuarteto de figuras tan convocantes y carismáticas como experimentadas en la comedia; los elegantes ambientes de clase media alta en que se mueven los personajes: dos cirujanos amigos y socios en una sofisticada clínica de Puerto Madero, la dueña de una refinada boutique y la bella meteoróloga que todas las noches anuncia el pronóstico del tiempo por TV. La tentadora oferta trae además el antecedente de Igualita a mí. Se descuenta que habrá imágenes placenteras, humor, picardía y entretenimiento ligero.
Y los hay, sobre todo en la primera parte, cuando de lo que se trata es que un matrimonio -el presuntamente más liberado- consiga convencer al otro del efecto benéfico que ha producido en ellos (su relación es hoy tan lozana y apasionada como el primer día) la concreción de sus fantasías eróticas: son swingers y los invitan a compartir con ellos la experiencia. Claro que se trata de una decisión que hay que tomar de a dos, y en este caso hay uno que se niega. De la firme resistencia a extender sus horizontes sexuales nacen muchas situaciones graciosas, pero también la pregunta que se traslada a la platea. ¿Cómo reaccionaría cada uno ante una situación similar?
La película toma algunas precauciones para no herir susceptibilidades: emplea una cámara relativamente pudorosa cuando llega la hora de las situaciones más arriesgadas y elige que la audacia se concentre en el lenguaje franco, directo y verosímil de los diálogos. Y sobre todo intenta evitar cualquier juicio moral respecto de las conductas de los personajes: los dos swingers experimentados (Peterson, Minujín); la bella esposa (Julieta Díaz) que al cabo de años de matrimonio (tienen un hijo de 14) aspira a tonificar una relación que se ha ido estancando en cierta rutina y confía en que una vida sexual más libre redundará en beneficio de la pareja, y el marido (Adrián Suar), que se resiste, hasta donde se lo permite la presión del entorno, a cualquier experiencia "novedosa" en el terreno sexual. Hay aquí algunas observaciones ingeniosas sobre los tabúes, los miedos y el comportamiento de los humanos en la intimidad.
Los cuatro se lanzarán por fin al juego, convencidos de que éste involucra sólo al cuerpo y de que importa menos el sexo que la concreción de las fantasías. La realidad les marcará otro rumbo ni bien descubran que el sentimiento puede colarse como invitado imprevisto. La comedia cede entonces ante el conflicto y abre paso a la emotividad y al desenlace moralizador. Las dos parejas de la ficción se han arriesgado a un planteo que al final los lleva a comprometer lo que no estaban dispuestos a poner en juego. Al film parece pasarle algo parecido. El atrevido desafío que parecía proponer en un principio termina disolviéndose en un final tranquilizador.
Lo que no impide que exhiba aciertos, sobre todo en el plano actoral, donde se lucen por igual Suar (en un papel a medida); Carla Peterson y Julieta Díaz (pura belleza, gracia y talento) y el impecable Juan Minujín.