El sexo vacío
Hay algo en la operación que no termina de cerrar. ¿Con qué se va a encontrar un espectador cuando vaya a ver "la nueva de Suar"? Es claro que no se trata de una comedia enternecedora para toda la familia (de esas que ya hemos visto) ni de una comedia alocada, de esas que lo entregan todo por tratar de sacarte una risa. Dos más dos casi parece un intento de producir una película comercial "adulta": dos parejas de clase alta, que de pronto deciden tener sexo entre todos. El guión (amo y señor) está lleno de charlas sobre sexo, de escenas supuestamente incómodas, de "liberaciones". Pero muy rápido nos encontramos con algo un tanto extraño: la pareja joven, juguetona y swinger está conversando mientras tiene sexo: hay piernas que cruzan el plano, movimientos de torso de nos deberían indicar que está ocurriendo una penetración. Pero, en realidad, no vemos nada. La escena hot parece salida de una de esas novelas "arriesgadas" que pasan en horarios tardíos por la televisión: podemos insinuar de forma más o menos directa, pero nunca podemos mostrar nada. ¿Por qué tanto recaudo? ¿Cómo puede ser que en una película supuestamente adulta, una película exclusivamente sobre sexo, no se vea un solo pezón femenino? ¿Qué es lo que se está tapando? ¿A quién se intenta proteger? ¿Por qué no se puede ni siquiera mostrar un torso superior descubierto (ni hablemos de un verdadero acto sexual)?
Más allá de la idea (un tanto deprimente) de que todo cine comercial tiene que apuntar necesariamente (incluso en casos como este, con películas "adultas") a un individuo que es incapaz de procesar una imagen más o menos frontal o mínimamente sincera del cuerpo o del sexo, lo que uno entiende muy rápidamente es que en realidad Dos más dos no se trata sobre sexo. El sexo es simplemente un tema de conversación. En los tiempos que corren (tiempos lavados), cualquiera puede hablar más o menos abiertamente sobre sexo en el café de la esquina sin alterar la trama de las convenciones sociales. Es casi lo opuesto: hoy es necesario hablar sobre sexo. El cine también lo hace. Pero la trama, la acción y los hechos que vemos en Dos más dos no expresan una liberación sexual, ni siquiera una exploración sexual, sino apenas los miedos conservadores de una clase media devenida alta que se ve lanzada a un mundo sexual sin al parecer estar preparada para él.
La perspectiva de Dos más dos, ¿qué duda cabe?, se corresponde con la mirada del personaje interpretado por Adrián Suar: él es el que ignora y aprende, el que debe afrontar trabas, el que le propone una figura de identificación al público (que, supone la película, desconoce tanto y teme tanto como este personaje), es aquel al que sigue la cámara, el centro de su ojo, el único que no está atravesado por elipsis, al que vamos siguiendo hasta el final. Suar es algo así como la mala conciencia vagamente católica de un hombre adulto que se enfrenta a un mundo que le exige que satisfaga sus deseos sexuales (en este caso, a través de su esposa). Finalmente, él aprende algo: no a aceptar la liberación de sus impulsos, sino simplemente a reconocer que los tiene. Pero la culpa, la familia, la pareja y todo lo demás sigue siendo más o menos lo mismo.
Así como Suar encarna la voz del hombre que siente culpa por su propio deseo sexual, todos los personajes que lo rodean están claramente marcados por estereotipos nacidos de esa propia conciencia culpable. El ejemplo más claro es el personaje interpretado por Alfredo Casero: el hombre extraño, fuera de lugar, el que realmente es swinger y está dispuesto a explorar con su cuerpo. Ese personaje aparece en la película siempre ajeno, siempre diferente y ridículo; puede ser más o menos simpático, pero nunca es realmente humano. Pero lo mismo pasa con otros personajes, como el interpretado por Carla Petersen: para Dos más dos la mujer swinger es algo así como una pantera sexual que no puede dar ni dos pasos con sus tacos altos sin sentir un orgasmo o sin estar pensando en cómo obtener un orgasmo. Pero como Petersen no está caída totalmente del lado del estereotipo, todavía puede redimirse y ella es la que articula el verdadero mensaje conservador de la película al final: enloquecida por los celos, ella misma tiene que reconocer (para tranquilidad de todos nosotros) que eso de la liberación sexual, de los swingers y de ser gente abierta es, a lo sumo, algo que uno tiene que dejar atrás para finalmente darse cuenta de que lo importante es la pareja monógama, serse fieles y tener hijos.
El argumento mismo de la película termina por darle la razón a las paranoias del personaje de Suar: al final esto de los swingers era una trampa de su amigo para comerse a su esposa, al final esto de liberar los deseos sexuales es (según palabras textuales) como jugar con fuego. Mejor no meterse con esas cosas.
Por supuesto que uno no tiene por qué exigirle a una película que tenga nociones sexuales más o menos libres o conservadoras, pero la pregunta finalmente es: ¿para qué hacer una comedia sobre swingers si al final lo que se quería hacer era alabar la pareja estable, segura y cómoda?
Al final, la liberación resulta en más de lo mismo y lo que parecía que era una exploración nunca salió del patio empalizado de una casa de barrio cerrado. Una película puede desarrollarse perfectamente en los ambientes más claustrofóbicos, pero si no está dispuesta por lo menos a un mínimo de exploración estética, lo que queda es muy pobre.
Al final, Dos más dos parece la representación más bien pobre (la cámara prácticamente sobra en una película en la cual todos los encuadres están siempre ligeramente mal) de una de esas conversaciones de sobremesa que tienen los personajes de la película. Chistes sobre pascualinas. Tal vez haya algunos que crean que esas conversaciones son entretenidas, pero en el fondo todos sabemos que son profundamente aburridas.