Diferentes escalas de la verdad.
Resulta indudable que tanto la industria cinematográfica norteamericana como su homóloga europea han convertido al régimen nazi en un significante vacío, destinándolo casi siempre al rol de villano o transformándolo en un mecanismo retórico a partir del cual lavar culpas y/ o complicidades varias, respectivamente. Ahora bien, más allá de las décadas de reduccionismo histórico en lo referido al análisis de los fascismos del siglo XX, por suerte de vez en cuando aparece una anomalía que pone el ojo en los correlatos directos de la Segunda Guerra Mundial, un tópico mucho más difícil de “tratar” porque implica una fragmentación general profundamente contradictoria que escapa a la estigmatización burda.
Específicamente Dos Vidas (Zwei Leben, 2012) retrata una faceta muy poco conocida del conflicto bélico: durante la ocupación nazi de Noruega, los bebés que nacían producto de las relaciones entre los soldados invasores y las mujeres autóctonas eran considerados “arios” y por ello llevados a orfanatos en Alemania. Con la derrota posterior y el contubernio a flor de piel, estos niños representaron la “vergüenza nacional” y pasaron a engrosar el catálogo de “ítems” a esconder debajo de la alfombra con la llegada de la República Democrática Alemana. El film está centrado en Katrine (Juliane Köhler), una agente de la Stasi que en 1990 ve peligrar su fachada debido al colapso del comunismo.
La aparición de Sven Solbach (Ken Duken), un abogado que pretende entablar un juicio contra el estado noruego por los niños “cedidos” a Alemania, desencadenará al instante la desesperación de Katrine -cuyo caso es el único en que hija y madre biológica pudieron reencontrarse- en pos de borrar toda huella que la conecte con el servicio de inteligencia y así salvaguardar a su familia, la cual incluye esposo, hija y nieta. Las diferentes escalas de la verdad, los pormenores de la infiltración, los sacrificios involucrados, el transcurso del tiempo y la amenaza de represalias son los ejes del opus de Georg Maas y Judith Kaufmann, un prodigio que combina el drama testimonial con los thrillers de espionaje.
A través de un desarrollo de personajes sumamente conspicuo y flashbacks esporádicos que sistematizan la génesis de la historia, los realizadores recurren a la memoria emotiva de los espectadores y se explayan sobre los “secretos” menos ilustres de una “Alemania potencia” con dolorosas heridas en su haber, incapaz de sanar a menos que acepte su identidad heterogénea y deje de abrazar ese típico modelo xenófobo, racista y antropocéntrico en función del cual los sectores conservadores europeos gustan de vanagloriarse. Mención aparte merece la extraordinaria Liv Ullmann, hoy personificando a la madre de Katrine, otro toque de distinción para una propuesta muy valiosa desde múltiples puntos de vista…