Las secuelas de la locura nazi
Katrine (Juliane Köhler) es una mujer alemana que vive en Noruega, está casada, tiene una hija y una nieta, y a simple vista una vida bastante tranquila. Pero es el año 1990 y luego de la caída del muro algunas cosas empiezan a salir a la luz. Katrine recibe la visita de un abogado (Ken Duken) que requiere su testimonio y el de su madre en un juicio en el cual demandará al estado noruego por los maltratos que han sufrido los niños del plan Lebensborn. Katrine trata de evitar la situación, pero su madre insiste con colaborar, no quiere olvidar lo que ambas han atravesado. Pero que algunas verdades se revelen no será beneficioso para ella.
Con una narración simple, interrumpida por flashbacks que nos aportan piezas de este complejo rompecabezas, la película nos atrapa desde el minuto uno, con un suspenso construido a base de un solido guión y muy buenas actuaciones, sin los impactos visuales y sonoros a los que nos tienen acostumbrados últimamente los productos hollywoodenses.
La película tiene como escenario el fin de la guerra fria, y el trabajo de la stasi más allá de los muros, pero además remueve un tema tan doloroso como el de los niños de Lebensborn, aquellos concebidos por madres noruegas y soldados nazis durante la ocupación, que primero fueron tratados como niños superiores por considerarlos arios y puros, pero que luego del fin de la guerra fueron considerados una vergüenza, y no solo vivieron maltratos sino que la mayoría de ellos jamás pudo recuperar su identidad.
La película muestra un lado muy interesante y poco visto en el cine sobre las consecuencias de la segunda guerra, y Juliane Köhler compone sobriamente a una mujer que no puede sostener la vida que ha construido y que debe hacerle frente a las consecuencias de sus actos, cuando creía que ya todo había terminado.