La furia animada
"Dragon Ball Z: la batalla de los dioses" transcurre en un ambiente mitológico pero guarda toques de modernidad, que garantizan el entretenimiento.
Es una de esas películas que los entendidos disfrutan más que nadie, pero que también puede ser vista por otro público infantil o por adolescentes, e incluso por adultos, que sean o hubieran sido seguidores de la exitosa serie original.
Y cuando se dice serie, en este caso, se debe pensar tanto en los manga (historietas japonesas) donde nacieron estos personajes, como en las versiones para televisión y posteriores largometrajes para cine realizados a partir de su éxito. Sólo en papel, se vendieron más de 300 millones de copias de este fenómeno mundial nacido a mediados de los 80.
Sin embargo, hacía más de 17 años, desde 1996, que no se estrenaba un filme sobre estos personajes, pese a que existen 16 largometrajes anteriores en sus dos etapas: Dragon Ball y Dragon Ball Z.
Este Dragon Ball Z: la batalla de los dioses tiene como cualidad lo magistral del dibujo al estilo tradicional y la riqueza de personajes exóticos, dotados de un movimiento magníficamente ilustrado en un estilo bien fotográfico.
Además de estas representaciones, las mejores escenas del filme son sin dudas las de los combates, generalmente entre los dos personajes más fuertes del relato, el dios más poderoso de todos, el malvado Bills, y aquel que según la profecía podría ser el único capaz de derrotarlo, Son Goku, a la sazón el héroe de la saga.
Todo transcurre en un ambiente entre mitológico y fantástico, que hunde sus raíces en el Japón antiguo pero que se eleva más allá del planeta, hacia los confines de éste y varios otros universos.
La historia entretiene y en ella, se anunció, ha metido la pluma por primera vez -en el cine- el creador total de este mundo imaginado, Akira Toriyama, quien prometió incluir toques de modernidad sin perder el espíritu original. Y cumplió con su palabra.