Un oleaje abrumador Mar adentro, tierra incierta. Helena Wittmann crea un relato sensorial que abandona los conceptos narrativos cinematográficos y se sumerge en un film que pretende explorar un vínculo desde un enfoque más experimental. El film estrenará este 8 de octubre por la plataforma Puentes de Cine. Dos amigas realizan un corto viaje a una pequeña localidad marítima, dónde disfrutan de almuerzos frente al mar y pequeños momentos al atardecer. Cuando el descanso finaliza, las protagonistas regresan juntas a Hamburgo pero por poco tiempo, ya que una de ellas debe abandonar su lugar de residencia y regresar a Argentina. Quien se queda en Alemania, continuará su camino y se trasladará momentáneamente hacia un lugar caribeño; emprendiendo así un viaje solitario por el mar, dónde lo que la separa de la naturaleza pareciera saturarse y romperse, permitiendo la invasión de emociones. Drift (2017) tiene un comienzo prometedor, abriendo la película desde una pequeña habitación con los personajes en Off recorriendo y conociendo su nuevo espacio sirviéndose de un juego de sonido envolvente. Pero plano tras plano, aquella promesa comienza a decaer en un ritmo que se transforma un tanto tedioso. En partes, la apuesta hacia las emociones en tomas con la ausencia de las actrices logra su cometido, pero hay cierta explotación del recurso; dando como resultado, una obra con fotografía y encuadres interesantes, pero un conjunto de planos y secuencias innecesariamente extensas. El sonido del mar y la escueta banda sonora, son dos aciertos que valen destacarse; cuando la película se sumerge mar adentro, el sonido le suma sin duda a aquellos momentos. "Como queda implicado en el nombre del film, Drift pretende explorar la deriva. Ampliando la visión de la abrumadora naturaleza, mostrando imágenes en las que los paisajes y su movimiento se traducen en lugares extraños."
Drift de Helenna Wittmann. Crítica. Helenna Wittmann debuta con su primer largometraje que relata un viaje profundo e intenso en el mar. ¿Que es Drift? Es algo que podemos traducir como “A la deriva” o “dejarse llevar”. Y ese sentimiento lo tenemos en toda la cinta. Dos amigas se encuentran ante una posible despedida, ya que una de ellas viaja a Argentina. En ese momento, el mar comienza a captar todo, tanto sus vidas como la película. De esta forma, la cinta se transforma en un bucle de tomas impactantes del océano. En ese instante, toma sentido el nombre de la cinta: sólo se trata de dejarse llevar por el sonido y el movimiento del mar, tan traicionero como hermoso, un cuerpo que asusta y deslumbra a la vez. Una película con ritmo distinto, que te transporta hasta la naturaleza y a nuestras raíces. La podes ver a partir del 8 de octubre en puentesdecine.com con un coste de $160. Drift Arte Guión ¿Que es Drift? Es algo que podemos traducir como "A la deriva" o "dejarse llevar". Y ese sentimiento lo tenemos en toda la cinta.
Contundente y al mismo tiempo esquivo, el primer plano de Drift augura las sugerentes ambigüedades y las poderosas certezas de la ópera prima de la cineasta alemana Helena Wittmann. Mientras la cámara permanece fija, durante largo rato, sobre lo que parece una cama de hotel perfectamente arreglada, escuchamos las voces de una pareja de mujeres que charlan amistosamente. El uso casi radical del fuera de campo pone el énfasis sobre la dimensión sonora, mientras que la ausencia de los cuerpos de las mujeres acentúa el suspense y los interrogantes: ¿qué relación mantiene la pareja protagonista? ¿Son amigas, hermanas o amantes? Esa “invisibilidad” inicial se interrumpirá para mostrarnos, pasajeramente, la calidez del acompañamiento, al tiempo que puntúa un minimalista relato vacacional. Sin embargo, como descubriremos en la poderosa franja central del film, el rol que ocuparán las protagonistas en el film tendrá mucho que ver con esa ausencia inicial. En un momento determinado, sin previo aviso, la película se da a la fuga, cercenando la posibilidad de una narración y adentrándose en una fascinante odisea marítima. Cabe apuntar que el mar ha conquistado el imaginario de un buen número de grandes cineastas, de la arremolinada estela del buque que abría The Master, de Paul Thomas Anderon, al parsimonioso vaivén de los planos oceánicos de L’intrus, de Claire Denis. Wittmann aborda la observación marina de un modo sistemático y al mismo tiempo libre, como si se tratara de un compendio desordenado de todos esos momentos en los que Melville describía el oleaje en Moby Dick. Wittmann se enfrenta a la inmensidad aguasalada con una voluntad dialéctica, proponiendo salvajes duelos entre el mar y la línea del horizonte, el mar y el cielo encapotado, el mar y su propia geometría variable. Por momentos, Drift parece acercarse a Leviathan, de Lucien Castaing-Taylor y Verena Paravel, en su ilusionista propósito de formular un autorretrato de la propia naturaleza. Sin embargo, más cerca de obras como At Sea de Peter Hutton o Vikingland, de Xurxo Chirro, el diálogo definitivo se establece entre el mar y la cineasta, que de manera muy consciente convierte lo infinito en abastable: tanto el movimiento de la cámara como la banda sonora (llena de ruidos sintéticos) ponen de manifiesto la presencia humana, que se materializa de manera más evidente en los planos-insertos de una mujer que habita en soledad una embarcación (en los títulos de crédito descubrimos que el barco de llama Cronos). A través de la dialéctica calma/agitación que se establece por el contraste entre la quietud de los planos habitados por las mujeres y el movimiento constante del oleaje, Drift explora otros choques conceptuales pertenecientes al orden de lo metafísico: armonía/turbulencia, estabilidad/inestabilidad, presencia/ausencia. Una dimensión abstracta que proyecta la película de lo sensorial a lo existencial. Aunque no debe perderse de vista que Drift es ante todo una aventura perceptiva, en la que una playa entrecruzada por unos hilos de corriente marina puede devenir la inesperada fusión de los instintos pictóricos de Rothko y Pollock: la abstracción y la acción. Una aventura para los sentidos que nos acerca a los misterios de la relación entre el mundo natural y la percepción humana, filtrada por el aura mágica, casi mística, del registro cinematográfico.
¿Qué significan los espacios en el cine? Una habitación de hotel, un camarote de barco, una grieta en la montaña, un bosque neblinoso o la superficie del mar. En qué se parecen esos lugares, pequeños o gigantescos, sino en lo que el cine hace con ellos en tanto extensiones subjetivas o simplemente aquello que la imagen materializa. Una preocupación por el espacio como imagen en tanto representación parece habitar el trabajo de la alemana Helena Wittman, desde sus cortos Wildnis (2013) y 21,3°C (2014), que pueden verse on demand en su pagina web, o desde este estreno por streaming de su primer largo Drift que propone puentesdecine.com.ar a partir del próximo jueves 8 de octubre. En Argentina, Drift tuvo su proyección en el Doc Buenos Aires del 2018, así que es buena oportunidad para acercarse a este cine de lo real bien contemporáneo que Wittman, como buena alemana, extrema en la zona del paisaje tanto terrestre como marino hasta hacerlos casi abstractos. El espacio también está en el fuera de campo y esto Wittman lo trabaja con intensidad. Tanto aquel espacio que nunca se ve, pero se escucha, como el que se ve pero el movimiento de cámara deja lentamente fuera (en la bella escena final). Detrás de ese ejercicio visual y sonoro, una anécdota simple: dos jóvenes mujeres se encuentran en una fría ciudad marítima de Alemania, y se separan luego por una distancia geográfica (también aparece el viaje como tópico) que va hasta Argentina. Solo dos diálogos se mantienen a lo largo de la película. En uno se habla de los fríos del lugar, en otra se cuentan dos relatos míticos: el de un cocodrilo que vive en la profundidad del mar y el de Nahuelito, monstruo que, según la leyenda, habita el Nahuel Huapi. Habrá que atravesar el centro de la película con 20 minutos de cámara que se bambolea sobre la superficie del mar, soleada o nocturna: eso sí, asomar a esa belleza requiere algo de paciencia. Un desafío que puede convertir a Drift en una experiencia intensa.
Dos mujeres y una amistad protagonizan este drama experimental, en donde la inmensidad del océano se convierte en inesperado protagonista. Confrontarse con el océano como punto de partida creativo resulta un disparador de potentes imágenes y múltiples posibilidades. La directora se pregunta y nos interpela: ¿qué significa esa gran proyección de espacio para nosotros? La investigación personal la llevará por diversos caminos, teniendo en cuenta su dimensión mítica, literaria, académica y, también, cinematográfica. Previos documentales han abordado la temática desde un costado convencional antropológico (inevitable resulta pensar en el guiño del título a “Drifters”, el precusor documental social de John Grierson), tanto como la ficción lo ha hecho desde la reflexión metafórica. Y en esta especie de híbrido, complejo y críptico, la autora Helena Wittmann se sumerge en un período de descubrimiento, en búsqueda de captar las señales que este gigante emite, en un modo de conceptualizar la historia ficcional que toma parte en el relato. Puede la inmensidad de un paisaje traducirse en el vacío igualmente vasto e inabarcable del alma humana. Puede el mar y su magia apoderarse de la atmósfera circundante e inundarnos de sus sonidos, su fuerza y su poder de fascinación. La deriva es interior.
Un viaje a la deriva junto a “Drift” Crítica del estreno semanal de Puntes de Cine. Lautaro Franchini Hace 6 horas 0 8 Un mar infinito, sin horizonte y desolado. El escenario perfecto para perderse y encontrarse. “Drift”, el estreno semanal de Puentes de Cine, inicia un viaje a la deriva en búsqueda de respuestas. Ingenuo largometraje en manos de la directora alemana Helena Wittmann, quien debutó en la pantalla grande con un llamativo trabajo artístico. Por Lautaro Franchini. Tras un fin de semana junto al mar, dos amigas deben despedirse y emprender camino. Un trayecto que tomará poder al embarcarse hacia lo más profundo del océano. Como si fuera una travesía hacia lo desconocido, dejándose llevar por la fuerza de las olas y el clima. Mar adentro, la cámara acompaña a la viajante en su regreso. Un recorrido sin vida, lleno de momentos vacíos. Donde el océano Atlántico se agiganta al verlo en escena, una inmensidad que seduce y atrapa. Tan fuerte e hipnótico que el espectador acompaña de un lado hacia el otro, boyando como un pez perdido nadando contra la corriente. Bajo un ambiente sereno, el film sobresale más por su trazo artístico que por su dialogo. Escasean los cuadros verborrágicos y abundan los estéticos planos urbanos y naturales. Wittman, embellece la película con su fotografía, y además, nos invita a viajar junto a la protagonista y sentir lo mismo que proyecta ella al escaparse y conectarse con el cielo y el mar. Drift, estará disponible a partir de hoy en la sala virtual de Puentes de Cine a un precio accesible que puede abonarse por Mercado Pago, tarjeta de débito o crédito. www.puentesdecine.com Puntaje 75/100.
Dos mujeres se separan, no sabemos mucho de ellas, pero no importa el vínculo que las une, solo la inmensidad del mar y la reflexión sobre la finitud de los cuerpos en esta potente propuesta sobre la deriva y sus consecuencias.
CINE PARA COLOREAR Los críticos y los festivales de cine padecen algunos prejuicios. Sobre los primeros, que recomiendan películas aburridas en las que no pasa nada y nadie entiende; sobre los segundos, que solo exhiben esas películas aburridas en las que no pasa nada y nadie entiende que recomiendan los críticos. Por lo general son generalizaciones ridículas, construcciones hechas para desoír otras voces que atentan contra un gusto prediseñado y que suele ser consensuado por la mayoría. Y hay múltiples ejemplos para desmentir todo eso. Ahora bien, hay momentos en que esos prejuicios están absolutamente justificados. La alemana Drift es un ejemplo de ese cine irrelevante que han ayudado a estandarizar muchos festivales, y que solo gana consideración a partir de críticos que aman completar los puntos sueltos que algunos realizadores dejan como símbolo y síntoma de su incapacidad para narrar. El motivo por el que algunos críticos aman cumplir ese rol snob lo desconozco o, tal vez, me reservo el derecho a pensar mal. En Drift la directora Helena Wittmann presenta a dos mujeres de las que desconocemos el vínculo: ¿son amigas, son parientes, son amantes? Vaya uno a saber. O, en todo caso, deberíamos intuirlo a medida que avancen los minutos. Pero será imposible. Wittmann no solo aplicará el misterio a los vínculos, sino también al destino y recorrido de los personajes. Se nos dirá que no importa, puede ser… Lo que sí sabemos es que están en Europa, que una de ellas es alemana y que la otra es argentina. Luego de una introducción en la que ya se hace más que evidente la gambeta a un orden narrativo tradicional, las mujeres se separan: una vuelve a Argentina y la otra comienza una suerte de recorrido introspectivo donde el mar tendrá un protagonismo absoluto. Tanto, que en determinado momento caeremos en un trance audiovisual de planos constantes de olas. Olas de día, olas de noche, olas al atardecer y, suponemos, al amanecer. El colega Javier Luzi me dijo que son como veinte minutos seguidos de olas. Suponemos que Wittmann nos quiere decir algo. Peo lamentablemente ustedes se encuentran ante el crítico equivocado, vayan a leer a otro si desean sobre-interpretaciones, yo soy demasiado burro para estas cosas. Drift es como esos libros infantiles con siluetas para colorear. Complete usted con los colores que quiera. Por lo general este tipo de películas construyen una suerte de coraza prepotente. Son tan esquivas a las interpretaciones, que generan un efecto adormecedor: nadie se anima a señalar lo absolutamente irrelevantes que son por miedo al qué dirán. Por eso funcionan tan bien en festivales, son películas de gueto donde el órgano más desarrollado es el ombligo. Y no se trata de tratar con desdén a un cine que apuesta puramente a lo intelectual o a lo plástico. Kiarostami hacía cine intelectual, Martel también lo hace. Pero ahí donde hay forma y concepto, hay emociones, cosas que pasan y vibran y resuenan en los personajes. Que pasan de forma diferente a como pasan en un cine más convencional, claro está, pero que están ahí para ser encontradas. Directores como Wittmann tienen tanto miedo de no saber cómo resolver los conflictos, que terminan anestesiando todo. Y dejan rastros, guiños, elementos simbólicos dispuestos a ser completados por el espectador. Pero, lamentablemente, no hay nada para completar ahí donde no hay nada. PD: los 4 puntos son por el último plano, hermoso y plástico, que tiene cierta vibración. Pero es el último y llega demasiado tarde.
Drift es la ópera prima de la directora alemana Helena Wittmann. El film, mediante una narración poco convencional, nos habla de una joven que parte hacia un viaje en barco donde el destino es más incierto de lo que se pueda mencionar en la propia película. Ella convive, en un principio, con otra mujer, la cual no sabemos si es pareja, amiga o familiar. La incertidumbre invade cada fotograma, no solo desde su función narrativa sino también estética. Cada plano de la película parece moverse de manera independiente del otro ya que el montaje no es continuo: vemos a la protagonista contemplando el mar en una playa, fumando un porro en un balcón, durmiendo, manejando su auto, etc, etc. Pocas tomas están concatenadas para dar una sensación narrativa clásica donde la cámara y el montaje dan la ilusión de continuidad. Salvo una escena nocturna en la playa, resuelta (si mal no recuerdo) en dos tomas, todo es abordado por la elipsis como principal mecanismo constructivo. Es la elipsis la que en cierto modo deja al relato quebrar el esquema clásico y así conservar su naturaleza rupturista. Una vez que la protagonista comienza su viaje en barco, Wittmann queda hipnotizada por la inmensidad del mar y deja en claro que su intención por crear un clima errático tanto en su minimalista (por no decir limitada) puesta en escena como en cuestiones emocionales va más allá de cualquier concepto cinematográfico. Lo que resta de película son planos infinitos, interminables, estáticos y chatos del oleaje yendo y viniendo. Lirismo de “obra sensible”, “artística”, “vanguardista”; vaya uno a saber. Hay, se nota, un esfuerzo por conectar el viaje interior y las supuestas emociones de la chica de turno con el vasto océano. El problema es que Wittmann crea un relato frio, distante y demasiado austero en su proceder estético y que de tan “poético” -lo poético en el cine suele confundirse muchas veces con la chapucería de manual, la chantada demasiado abstracta y barata- se vuelve personalmente masturbatorio (sin ofender a nadie, espero). El film es denso, aburrido hasta el cansancio, un típico relato “artie” que niega al cine porque lo que se quiere contar no es digno de ser contado de manera más clara y específica. Delirios de artista, suponemos. El agua en el cine, particularmente, es dueña de una rica tradición simbólica, cuya iconografía abarca cualquier continente, género, autor y filmografía. La misma expresa una gran cantidad de cuestiones ya sean emocionales, morales o narrativas, por nombrar solo un par. Acentúa los estadios antes mencionados haciendo énfasis en la importancia que estos adquieren a lo largo del relato. En Drift el mar se presta más a la lectura personal que podemos intuir o adivinar (el personaje no dice mucho, no demuestra mucho ni interfiere mucho en las ¿acciones? del film) dejando lo rico del elemento simbólico a un lado. La única escena que respira dentro de tan hermético relato es aquella que tiene a las protagonistas comiendo y charlando mientras una menciona la leyenda que ronda el lago Nahuel Huapi y su supuesto monstruo, suerte de Leviatán criollo cuya fisonomía hace alusión a los plesiosaurios prehistóricos. La escena deja la contemplación sofisticada por un instante y nos hace partícipes por primera vez de sus criaturas sin que estas acudan al vacío de sus imágenes.
Josefina y Theresa pasan un fin de semana juntas frente al mar en pleno invierno. No se sabe si son amigas, hermanas o amantes, pero se adivina una inminente despedida, ya que la primera regresará a la Argentina. Sin embargo, lo que en principio surge como la sencilla y melancólica historia de un adiós en medio de la nieve se convertirá pocos minutos después en algo completamente distinto: esta ópera prima de la alemana Helena Wittmann -que pasó por prestigiosos festivales como los de Venecia y Rotterdam- se transformará en un trabajo decididamente experimental. Más allá de algunas cuestiones ligadas a mitos y leyendas (Theresa se obsesiona por una historia sobre la relación entre un cocodrilo y quien termina cazándolo en Papúa Nueva Guinea, mientras que Josefina le cuenta la de la criatura que supuestamente habita en las profundidades del lago Nahuel Huapi en la zona de Bariloche), el corazón del relato tiene que ver con el magnetismo del mar. Theresa se embarca para cruzar el Atlántico y desde el navío seremos testigos de largas y subyugantes imágenes del océano -en la línea de Dead Slow Ahead, de Mario Herce; o Leviathan, de Lucien Castaing-Taylor y Véréna Paravel- que se convertirán en el eje de esta sinfonía fílmica. Si bien sobre el final habrá una suerte de reencuentro entre las dos protagonistas, no es Drift de esas propuestas destinadas a espectadores que buscan un cine narrativo. En cambio, para quienes gustan de búsquedas más contemplativas, más ligada a lo lírico y lo sensorial, este primer largometraje de Wittmann surge como una experiencia valiosa y recomendable.
Dos mujeres pasan un fin de semana juntas cerca del mar. Una de ellas está a punto de regresar a Argentina y la sensación de despedida está en cada cosa. Con esta mínima historia de una separación entre dos personajes, la película se lanza hacia un viaje por el mar que es todo lo que finalmente importa en la narración. Cuando busca construir personajes, no aporta nada, ni emociona, ni construye una historia. Pero cuando se dedica a contemplar paisajes de mar y tierra consigue algunos momentos sublimes. Cercana a ciertos films de Werner Herzog o Abbas Kiarostami, Drift decide hacer pie en sus dos protagonistas y termina perdiendo la grandeza del cine contemplativo. Aun así, posee algunas imágenes inolvidables.
Se estrena a través de Puentes de Cine la ópera prima de la alemana Helena Wittman, Drift, una película hipnótica sobre el poder de embrujo que puede tener el mar. Drift es una película que tiene un par de personajes, unos pocos diálogos (y la mayoría, a simple vista, intrascendentes) y mucha imagen audiovisual que apunta a lo sensorial, al viaje, a sentirse inmerso en medio de un paisaje frío y desolado o a la deriva sobre un mar que se percibe infinito. El argumento mínimo de esta película gira en torno a dos mujeres que se separan, que deciden cada una hacer un viaje personal. Sin embargo, como apuntaba antes, a Wittmann no le interesa demasiado lo narrativo, no importa qué se cuenta, qué tiene para contar, sino que se preocupa por transmitir aquello que el paisaje brinda, ya sea desolación, ausencia, libertad. En ese sentido se siente más experimental. Hay una fijación por el mar, a quien se le dedica largos minutos de contemplación, un mar que hechiza. Ese cuadro, el del mar y nada más que el mar, se termina de resignificar en la escena final, donde aparece ya de otro modo, como una especie de recordatorio: el mar como transición, el viaje que nos modifica. Porque, como dijo el explorador y eterno enamorado del mar Jacques Yves Cousteau, “el mar, una vez que te lanza el hechizo te mantiene en su red para siempre”. Más allá de que Wittmann consigue hacernos sentir inmersos en este viaje, aún a través de algunas escenas en el medio de la cotidianeidad de cada una en los lugares que recorre, la experiencia, aunque no es del todo sensorial, sí se siente un poco abrumadora a lo largo de la hora y media que dura la película. Drift es un film en el que prevalecen las largas escenas de contemplación, a veces de noche donde sólo podemos ver aquello que ilumina una linterna, una contemplación que no necesita más que un instante para hacernos sentir dentro. Es además una película que, sin dudas, se apreciaría de otro modo en una sala de cine y que, también, se ve de una manera especial en esta época donde permanecemos encerrados y es fácil soñar con perderse en lugares como los que Wittmann filma. Entonces, no nos deja indiferentes. Dejarse ir, dejarse llevar, estar a la deriva, a merced de algo más. Con un título que aparece recién a los veinte minutos y un segundo acto que se siente alargado y repetitivo después de un tiempo, el último tercio cierra la película con una bella escena que, también disfrazada de la más corriente cotidianeidad, termina de retratar la distancia de un modo actual: a la larga, detrás de la pantalla, siempre hay alguien con quien podemos conversar o compartir una taza de té o una linda canción. Drift es una película que logra hacerte parte de un viaje sensorial. Contemplativa y poética y poco preocupada por lo argumental, es una experiencia que puede resultar muy estimulante, especialmente en esta época que estamos viviendo, o un poco tediosa sobre todo en su segunda mitad.
Drift (2017) es un filme experimental de la directora alemana Helena Wittmann que propone la vuelta a la naturaleza a través de la contemplación de los espacios abiertos, y en especial, la experiencia hipnótica y de atracción magnética que nos produce la visión del mar. La historia que nos cuenta es mínima, dos mujeres jóvenes, Josefina, argentina, y Therese, alemana, están de viaje por Europa. Josefina volverá a la Argentina, y Therese comenzará un viaje interior abismático en el que descubrirá las fuerzas desatadas de la naturaleza. EL VIAJERO SOBRE EL MAR DE NUBES La directora toma uno de los procedimientos del pintor romántico alemán Caspar David Friederich que representó en su obra más conocida, El viajero sobre el mar de nubes, de espaldas a su espectador y de pie al borde de un abismo mirando al mar. Las dos protagonistas del filme, Josefina y Therese, miran al mar desde un monte, a través del parabrisas de un auto, desde un balcón de habitación de hotel, desde un velero, o desde la orilla de la playa. El contraste entre la inmensidad del mar, su belleza sublime, en el sentido romántico de la palabra, su poderosa e imponente belleza irá minimizando, y más tarde en el relato, desplazando la figura de las dos mujeres hasta convertirlas en presencias irrelevantes inmersas dentro de la inmensidad del mar, del cielo y de la tierra. A medida que el relato avanza y va ganando terreno la naturaleza, en este caso el mar como una fuerza todopoderosa de esa misma naturaleza, nuestra percepción de algún modo se irá des automatizando y virará el foco de atención de las protagonistas, que pasa a un segundo plano, a fijarlo en la naturaleza desatada del mar. Lo que era fondo pasa a ser figura, y la figura sale de campo, y el paisaje es el que termina predominando en el relato. La directora nos propone así un volver a la naturaleza, en una especie de desantropomorfización del paisaje como postulaban los románticos alemanes. Ya no es la palabra la que se impone en el relato, ya que el diálogo irá menguando y diluyéndose hasta desaparecer, será el rugido del mar, el sonido de las aves, el rumor del viento agitando la vegetación los que tomen protagonismo y se hagan oír y acaparen la atención del espectador. En este punto en el que la naturaleza manda y se impone, Therese, al igual que una viajera solitaria, se dejará llevar en esa deriva sin oponer resistencia como si fuera un náufrago errante en medio del mar. Muchas de las imágenes capturadas del cielo y de las nubes recuerdan la pintura atmosférica del pintor romántico inglés Joseph Turner, tendiendo así el relato un vínculo cada vez más débil con la realidad. FINAL DEL VIAJE La vuelta del viaje quizás sea lo más dramático, debiera decir, traumático, ya que el contraste entre el rugido del mar, el canto de las aves, y el rumor del viento meciendo las ramas de los árboles, estos últimos retratados en largos y bellos planos, es tan desoladora como el sonido metálico y chirriante de las vías del tren por el que se traslada Therese una vez llegada a la ciudad. Evidentemente algo se ha perdido en el trayecto de ese viaje, en la vuelta, en el regreso a casa. Una vez devuelta a la civilización las protagonistas Josefina y Therese vuelven a conectar con la automatización de la ciudad, a través de la tecnología, es decir, vuelven a conectarse pero esta vez a través de la pantalla de sus computadoras. La ventana, imagen recurrente y predominante en el relato, además de encuadre, es otro motivo que la directora toma del pintor C. D. Friederich, para mostrar la escisión que existe entre el hombre y la naturaleza. En este caso, en la escena final, la ventana dejará al descubierto la situación de encierro carcelario delimitando dos espacios bien definidos, el afuera donde predomina la naturaleza, y el adentro asfixiante y claustrofóbico. A partir de ese momento todo volverá a la normalidad, la naturaleza esta vez asomará tímidamente domeñada en los gajos verdes trasplantados en una maceta, o en el verdor asomando apenas a través de la ventana… Por Gabriela Mársico @GabrielaMarsico
¿Tenemos los humanos algún órgano que nos permita percibir el tiempo? Tenemos vista, olfato, gusto, tacto, audición y sabemos cómo funcionan esos sentidos. Pero a pesar que podemos sentirlo, no podemos explicar cómo percibimos el tiempo. Y, más allá de los relojes, reconocemos que somos atravesados por el tiempo de una forma subjetiva. Drift nos habla del tiempo desde tres perspectivas: la del relato, las percepciones de las protagonistas y del propio espectador. El audiovisual es un tipo de producción artística en la cual el espacio y el tiempo son elementos constitutivos. Por supuesto que también se distinguen otros dispositivos como el sujeto, el montaje, el punto de vista, la voz humana, la construcción plástica y sonora. Pero el tiempo es una dimensión de la narrativa que siempre merece ser repensado, y mucho más en este momento de monocorde uniformidad audiovisual, impuesta por industrias y plataformas. Mientras los guionistas miden con regla el tiempo que ocurre entre una acción con la intención de mantener al público “atado” a la pantalla en cualquier serie de las miles que pronto olvidaremos, Drift es una película que obliga a pensar y percibir el tiempo. El tiempo es el relato. Es más que un dispositivo narrativo. Lo que se cuenta es la propia percepción del tiempo, un tiempo que transcurre más allá de que puedan o no ocurrir otras cosas; es el tiempo que ocurre mientras ocurre la vida. Narrativamente Drift cuenta muy poco sobre dos mujeres que comparten un tiempo en algún lugar de playa, en días fríos y otoñales; que se despiden mientras una de ellas deja su casa y sus cosas en algún lugar de Alemania, para partir en un viaje hacia otra ciudad y de la que tampoco sabremos mucho. Nunca nos serán dados datos precisos. Hay un acento argentino intuido en la forma que la viajera pronuncia Bariloche, pero no mucho más. Luego vendrá un largo viaje en el mar y en solitario. El tiempo en Drift es el tiempo de las nadas en la que se espera. Y si ese tiempo de las nadas es habitualmente dejado de lado en cualquier relato cotidiano (¿acaso alguien contaría el tiempo en blanco si se le pregunta qué hizo durante el día?) ese será el objeto central en Drift. Ni las mujeres conversando intrascendencias, ni el viaje en velero y el mar repetido, ni las ciudades ignotas o los recorridos casi surrealistas son lo principal. El agua en movimiento, una suerte de letanía narrativa, es la forma de reconstruir el tiempo y no ya del espacio. Visualmente ese mar es movimiento más que volumen; la monotonía vacua del sonido más que la dimensión. Allí, en el mismo momento de ser espectadores, compartimos con las protagonistas el tiempo de espera, el tiempo entre que pase algo y ocurra otra cosa, esas cosas que puedan ser “contadas”. ¿Qué se cuenta entonces cuando no se cuenta nada (si respetamos el formato monolítico del presente audiovisual)? Se cuenta una pregunta sobre la existencia y el tiempo. Sobre el deseo contenido, y sobre la potencia de lo que será. ¿Qué pasa en la película entre la despedida simple y la charla del reencuentro a través de una computadora? Lo importante en Drift no aquello que cuenta a través del dispositivo tradicional. Cuenta la vida, que está allí siempre en espera, siempre en clave de tiempo. Tal vez la única cosa cierta; tal vez la única cosa imperceptible. Porque la vida está atravesada por la variable del tiempo mucho más que por las variables del espacio. ¿Cuál es el órgano que percibe el tiempo? Como espectador de Drift, esa la pregunta que hace unos días me hago. Tal vez, y solo tal vez, esto sirva para interesarles en la ópera prima de esta realizadora alemana. DRIFT Drift. Alemania, 2017. Dirección y fotografía: Helena Wittmann. Intérpretes: Theresa George y Josefina Gill. Guion: Helena Wittmann y Theresa George. Música: Nika Son. Duración: 98 minutos.
En algún lugar del océano Esta producción alemana, dirigida por Helena Wittmann, gira en torno a la vida marítima y a la inmensidad de la naturaleza en gran parte desconocida en tanto porción de espacio virgen y estéril, donde el impacto del ser humano no tiene lugar y la paz abunda, entre movimientos irregulares mostrados con una cámara que parece perderse frente a la espuma, el celeste del cielo y el azul del agua. Dos amigas pasan un fin de semana en un lugar a orillas del mar. La protagonista siente una particular obsesión con la playa, las olas, los caracoles. Realiza un viaje en un barco para cruzar el océano y descubrirse a si misma. Un viaje introspectivo con el fin de descubrir la paz en el agua. Con silencios eternos y escenas extensas sobre el mar, junto con la carencia de diálogo, este trabajo busca y logra generar una experiencia sensorial en el espectador, con el fin de comprender el estado de paz por parte de la protagonista al estar inmersa en el océano y rodeada de naturaleza. Por momentos la falta de acción es motivo de exasperación frente a la pantalla donde nada ocurre y se espera algo a cambio. Si bien no sucede y la directora busca romper con una estructura, esto forma parte de algo nuevo y frecuente en este tipo de producciones donde la naturaleza “virgen” es el protagonista.
Dos amigas transcurren los días mientras esperan el viaje de una de ellas. El marco de ruptura entre escena y escena es el sonido de la vida. El tiempo pasa muy rápido, dice una de las protagonistas, y la cuenta de los días ha pasado y el momento de partir llega. Ese sentimiento mágico del lugar que se deja y del espacio nuevo que está por venir. Hay algo de romántico emocional del sitio al que se pertenece y la congoja poética de lo que ya no va a ser, de los lugares que ya no se visitarán, y del reemplazo de los nuevos.