El pulso de ritmo perfecto del cine de Christopher Nolan, a menudo de rompecabezas astuto, se pone de relieve en Dunkerque, acompañado por el sonido de un cronómetro que permanece durante toda la partitura de Hans Zimmer. El incesante zumbido resalta el miedo predominante que enfrentan los soldados aliados atrapados en la costa norte de Francia mientras ven el tiempo escaparse a medida que los alemanes avanzan.
La abrumadora desesperanza de los acorralados aliados se palpa en la secuencia de apertura de la película, posiblemente la mejor. Casi sin diálogo, seguimos a un soldado petrificado (Fionn Whitehead), mientras intenta colarse en los grupos masivos de soldados que en la playa buscan abrirse camino en uno de los pocos barcos de rescate. La película de Nolan nos pone directamente en un conflicto que no es acerca del combate, sino de la retirada.
Emparejando con un soldado igual de asustado (Aneurin Barnard) los dos muchachos se comunican en gestos silenciosos, escudriñando constantemente su entorno para encontrar posibles vías de escape, y su autopreservación instintiva es propulsada aún más por los sonidos de pesadilla de la guerra, la estrella del film.
La acción, segmentada en episodios de un día, una semana y una hora de la batalla, se registra principalmente a través de las experiencias de estos soldados, un marinero civil (Mark Rylance) y su hijo adolescente (Tom Glynn-Carney) y un piloto de la Royal Air Force, interpretado por el otra vez enmascarado Tom Hardy.
La precisa tensión de secuencia inicial se pierde cuando Nolan amplía su mirada para tomar, en narrativas simultáneas, al piloto y al marinero civil. En lugar de simplemente cruzar la acción de estas tres figuras principales, Dunkerque emplea el tipo de gimmick que Nolan ya usó en Memento e Inception. Saltando de la noche al mediodía, pronto empezamos a ver la misma acción desde las distintas perspectivas, aunque a veces es difícil saber si es una repetición o una acción diferente por completo. La confusión del montaje de Nolan, es una caracteristica que vienen mostrando sus películas durante los años colaborando con su editora Lee Smith (La trilogía Batman, Inception, Interstellar y The Prestige).
Los problemas de Nolan con la coherencia espacial en sus escenas de acción son más evidentes que nunca en Dunkerque, con tomas que se cortan y pegan sin transición e incluso con imágenes aparentemente vinculadas que rompen un principio básico del lenguaje cinematográfico y la continuidad: la regla de 180 grados.
Ese tipo de edición está destinada obviamente a aumentar la sensación de desconcierto que enfrentan los Aliados, pero al final la estructura confusa de la película genera desconcierto sólo en la audiencia.
Al dedicar tanto tiempo en la construcción de sus secuencias de acción y de su tensión forzada sólo sostenida por el score de Zimmer, Dunkerque prescinde de casi todos los demás elementos del drama. Los personajes no pierden el tiempo ofreciendo peculiaridades de sus historias o muestras de su personalidad, ya que están demasiado concentrados en la inmediatez de la supervivencia.
La intersección entre la tierra, el mar y el aire produce algunas yuxtaposiciones que buscan sorprender y terminan haciendo de la historia una ensalada de protagonistas sin nombre ni motivaciones en medio del caos y la muerte. El tiempo fluye a un ritmo diferente para cada uno de las tres lineas de tiempo, que se mezclan en un agotado efecto narrativo. Esto sumado al apagado esquema de color de Dunkerque hace desaparecer de la historia su potencial impacto. Nolan ferviente creyente de filmar en celuloide (Dunkerque combina 65mm y formato IMAX) elige una paleta monótona y una iluminación que es más típica del digital.
Nolan nunca ha sido un buceador profundo de la psique humana, y es posible que su antipatía por los tropos de las películas de guerra habituales se basa en su desinterés en realizar una que pueda combinar escenas de guerra inmersivas con un núcleo emocional basado en sus personajes (Salvando al Soldado Ryan, S. Spielberg. 1998)
A pesar de su aparente búsqueda realista, la película termina dejando la sensación de ser apenas una abstracción impresionista. Más que la humanidad a Nolan le importa el tiempo: cómo pasa lenta o rápidamente en diferentes circunstancias, cómo lo valoramos o lo derrochamos, y cómo intentamos encontrar maneras de romper su impulso irremediablemente perpetuo.
5 de 10