Dunkerque

Crítica de Leandro Rampoldi - Revista Meta

Dunkerque, su más reciente trabajo, es una genialidad con una potencia estética y narrativa descomunal. Un cosmos exquisito, un desorden impetuoso que tensiona, incomoda y afecta al espectador desde el primer minuto.

Para comenzar el análisis es necesario remarcar que Nolan recrea en Dunkerque un festín visual y sensorial diferente todo lo que ya había hecho. Es la primera vez que se aleja de sus temas y tópicos más recurrente – ¿los miedos que deambulan por su psiquis? – para sumergirse en la composición de una historia basada en hechos reales.

En 1940, en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán acorraló y aisló por una semana a las fuerzas militares francesas, belgas y británicas en Dunkerque, una ciudad costera situada al norte del país galo. Allí, luego de un brutal asedio, más de 400 mil soldados fueron rescatados milagrosamente por miles de embarcaciones comandadas por civiles, quienes decidieron participar temerosamente de la evacuación de las tropas aliadas.
Dunkerque no es la típica película de guerra, es otra cosa. Es un film de suspenso basado en una historia bélica, una epopeya militar que rememora la historia del bando perdedor. No es un dato menor, dado que casi nunca se suelen contar los fracasos. Sin embargo, este mito golpea personalmente a Nolan por dos motivos: por ser británico y porque su abuelo murió en combate durante la guerra. “Fue una derrota, pero que se vivió como la mejor victoria, como un milagro”, declaró el director.

La primera escena de la película comienza con una calle desolada y el frenético tic-tac de un reloj. Ese es el primer acierto de Nolan ¿por qué? porque a partir de allí el espectador se ve afectado por el elemento del tiempo. El realizador sumerge al público -excelente trabajo de cámara en mano- a vivir el horror en primera persona, lo inicia en una lucha contra el tiempo y el no saber qué es lo que pasará, el no saber quién sobrevivirá.

Pero lo mejor que hace Nolan, que machea con el concepto anterior, es la idea de tomar un momento, un pedazo de historia, unas horas dentro de un período de tiempo determinado y contarlo a través de una estructura narrativa triangular con tres escenarios diferentes. Tres mundos independientes (mar, tierra y aire) en el que cada uno tiene su propio sentido del tiempo. Nada afecta más al público que los saltos de tiempo y espacio.

Aquí entran en escena las excelentes decisiones de utilizar las cámaras IMAX, las cuales permiten mostrar en gran calidad la inmensidad de la naturaleza y la pequeñez de los seres humanos, y, además, la elección de Hans Zimmer (Inception, Interstellar, Batman: el caballero de la noche) como encargado de la banda sonora de la película. El compositor crea magistralmente una atmósfera diferente para cada escenario y momento de la historia.

Además, el impecable ritmo del suspenso Nolan no lo logra sólo con el apoyo de la música de Zimmer, sino que también aplica la táctica de lo que no está. Al igual que un film de terror, Nolan no muestra en ningún momento al “monstruo”. Durante la película no aparece nunca un nazi ni hay una personificación del enemigo. Los solados escapan de algo que asecha, pero no saben de qué. Otra incertidumbre que incomoda.

Nolan debe ser uno de los directores contemporáneos más discutidos. Y también uno de los más vapuleados por los haters que se escudan detrás del anonimato de las redes sociales y detestan o no comprenden su obra. Es cierto que es un cineasta ambicioso y que, a veces, abarca más de lo que aprieta, sin embargo, Dunkerque lo posiciona como un realizador capaz de generar cine de calidad y para un público mainstream y masivo. Su estilo elegante funciona a cualquier nivel.