La pesadilla que no da respiro
Ni fantasmas ni posesiones diabólicas ni casas misteriosas ni fenómenos sobrenaturales. Hay seres humanos, y con eso alcanza y sobra para hacer un thriller escalofriante, mucho más horroroso y perturbador en la medida en que casi todo lo que sucede en él podría ser verificable en la realidad.
Aquí, se ha dicho, no hay sino humanos: una pareja de enamorados tratando de pasar un fin de semana en soledad; un grupito de adolescentes pendencieros que no conocen límites y son fruto de una comunidad poco amigable con los extraños, y un parque público que ha dejado de serlo para albergar en un futuro próximo un condominio cerrado y superprotegido. "¿De qué tienen miedo?", pregunta la chica, una maestra jardinera, cuando los jóvenes descubren que la tosquera que el novio recordaba está ahora en un terreno rodeado por una empalizada. "De todos", responde él, bromeando.
Ni la respuesta es casual ni lo son las opiniones que han escuchado por radio durante el viaje acerca de la agresividad y el descontrol de muchos chicos cuyos padres han perdido autoridad. En una escalada de tensión que el debutante James Watkins administra con mano firme, el film irá ilustrando esas ideas. La playa en la que los visitantes instalan su carpa deja pronto de estar desierta. Una pandilla de ruidosos y provocadores ciclistas se instala cerca; no tardarán en demostrarles su animosidad: el conflicto -revelar detalles restaría sorpresa a un film que abunda en ellas- se enreda en un implacable crescendo que derivará en violencia, sangre, una cacería despiadada y una enajenada lucha por sobrevivir.
Fuera de lo convencional
La pesadilla, descripta en términos bastante realistas, descuida algunas cuestiones de verosimilitud (no se explica por qué los protagonistas permanecen en el lugar cuando la inexplicable guerra ya ha sido declarada y llevan todas las de perder) y se mete sobre el final con un tema tan espinoso como moralmente cuestionable: el de la justificación de la venganza. No obstante, un sorpresivo remate, que se aparta de lo convencional; el hábil manejo de la tensión; la relativa mesura con que se exponen las escenas más violentas, y la notable dirección de actores (Kelly Reilly, Michael Fassbender, Jack O´Connell) descubren en Watkins a un cineasta cuya obra valdrá la pena seguir con atención.