La magia del cine.
El cine es tan misterioso y loco como emocionante, y su rica historia está compuesta por la más diversa variedad de tesoros artísticos. Pero sobre todas las cosas, el cine es magia y nunca se sabe dónde puede llegar a caer esa chispa que convierte a una película en algo especial, que trascienda a través de los años. En lo que respecta a la historia del cine argentino, hubo obras sumamente importantes pero una muy particular, maldita, casi desconocida, que lamentablemente no pudo ver la luz como hubiese merecido allá por los comienzos de la década de 1990. El film es El Acto en Cuestión, de Alejandro Agresti.
El Acto en Cuestión no es cualquier película argentina ni del cine en general, es de esas gemas que surgen muy de vez en cuando. Desde su encantadora fotografía en blanco y negro hasta esa hermosa construcción arquitectónica -que siempre deja expuesto el artificio cinematográfico- y un lúcido manejo de los tiempos narrativos, todo hace de este film una experiencia única, casi irrepetible en la cinematografía argentina.
De amor, aventuras, ilusiones, orgullo, denuncia social y las distintas causalidades de la vida es que puede llegar a hablar la película de Agresti, pero eso poco importa para la cuestión, porque en este caso el efecto mágico se da a partir del cine y de cómo el film explota casi todas las posibilidades que este arte le permite para exponer un collage tan fantástico como real.
Lo que manifiesta el film de Agresti es la belleza del cine. En cada escenario, o acorde de la funcional música de Toshio Nakagawa, como también en las grandes actuaciones de Carlos Roffé, Sergio Poves Campos, Mirta Busnelli y todo el elenco, podemos descubrir que El Acto en Cuestión no solo fue (casi) un milagro para su época, sino una película que resulta sumamente actual y de una poesía narrativa y visual pocas veces vista en el cine argentino.