Dos hermanas
El agua del fin del mundo es un film pretencioso, pero no en el sentido en que uno suele utilizar este calificativo: no es que quiere trascender o convertirse en el film definitivo sobre algo (aunque en el comienzo hay un primer plano de la protagonista mirando a cámara que asusta un poco, y hace pensar en ese cine pedante). Es pretencioso porque pretende contar muchas más cosas de las que puede o, incluso, de las que debería. Tampoco es ambicioso, porque lo que cuenta lo hace con un tono medido y sin desbordarse: digamos, la historia de dos hermanas, una de ellas con una enfermedad terminal, que viven como pueden y quieren juntar dinero para irse de viaje a Ushuaia y cumplirle el sueño a la que está por morir, parece bastante sobrecargada como para que temamos lo peor. Pero tanto Paula Siero desde la dirección, como Guadalupe Docampo y Diana Lamas (las hermanas en cuestión) desde los protagónicos, reprimen el trazo grueso y trabajan sobre los límites de los conflictos: en vez de hablar de la enfermedad, lo que importa es ver cómo el vínculo se afecta por la enfermedad, cómo sobrelleva una el hecho de cuidar a la otra. Los problemas de El agua del fin del mundo llegan cuando se abre hacia subtramas que airean la narración (por ejemplo el romance de una de las hermanas con un músico callejero -Facundo Arana-), pero ninguna tiene el peso suficiente como para interesar al espectador.
Adriana (Docampo) es la mayor y la enferma, y Laura (Lamas) la menor y la que trabaja en un bar de mala muerte para sostener la casa. Hay un interesante trabajo sobre lo físico: Adriana es más grande, mientras que Laura es menudita. Pero es la más chica la que se tiene que hacer cargo de llevar una mochila difícil: traer el dinero, enamorarse sin demasiada suerte, cuidar a su hermana, incluso tener que cargarla -como pueda- cuando la enfermedad se declare más explícitamente. En esa contradicción hay un decir solapado sobre las dificultades de la vida y cómo sobreponerse. En el pequeño cuerpo de Lamas, el futuro parece mucho más complicado aún. Incluso Siero trabaja los espacios, oprimiendo a los personajes, aunque nunca asfixiándolos: si bien se excede en el uso del primer plano, hay un departamento de pocos ambientes, Laura trabaja en la cocina del bar, hasta tiene sexo en el reducido baño de una estación de subte. Todo esto oprime, encierra, niega la posibilidad de ver más allá, de trascender el presente, el hoy, el momento. Esto, por otro lado, refuerza los vínculos entre Laura y Adriana, y son esos momentos en que las hermanas conversan sobre sus cosas, los mejores de la película, en los que se puede observar que la química entre las actrices es perfecta y la relación da realista, epidérmica.
Pero como decíamos, el film tiene necesariamente que abrirse a otras subtramas: algunas carecen de interés y resultan meras excusas de guión para hacer avanzar la historia, y otras ocupan demasiado lugar, como la aparición del músico callejero, que tendrá un amorío con Laura y algún flirteo con Adriana. No es sólo la actuación de Arana (bastante pobre, más allá de su apreciable esfuerzo por salirse del galancito que la televisión ha vendido), sino que además el personaje está mal trazado, es puro estereotipo y obviedad: músico callejero, vago, alcohólico, desalineado. Incluso Siero filma alguna escena de sexo un poco sórdida (aquella mencionada en el reducido baño de la estación), que no funciona y resulta excesivamente violenta para el tono que venía trabajando la directora la puesta del film. Y esto hará más ruido luego, cuando El agua del fin del mundo se vea en la necesidad de caer en algunos convencionalismos para cerrar sus conflictos.
En la última parte, se retoma la idea de las dos hermanas disfrutando sus momentos: y Docampo y Lamas destacan mucho más. Son instantes plenos, reales, tangibles, de esos que generan conexión con el espectador. Es entonces cuando uno lamenta que la película se haya distraído en otros asuntos, mientras se le escabullía una bella historia sobre dos hermanas que atraviesan todos los problemas del mundo, pero siguen juntas ante las adversidades y hasta el agua del fin del mundo. La película de Siero es bastante fallida, aunque deja ver a una directora que si logra ajustar más sus historias, si define con mayor precisión qué quitar y qué dejar, puede convertirse en una realizadora a seguir.