El amante, no hay Emma que no quiera escapar
El film de Guadagnino aborda con sutileza un tema antiguo como el mundo pero encantadoramente bien narrado.
Todo está dispuesto para la cena, momento de concentración de gestos, miradas, anhelos y anuncios en casa de los Recchi. Su páter family anunciará que el esposo de Emma, Tancredi (como Delón en El gatopardo) compartirá la conducción del imperio familiar con Edoardo, uno de los hijos de Emma a cargo de una brillante Tilda Swinton. Esa primera escena deja planteado un espacio que, reconocible nos habla de poder, grandeza y a la vez nos muestra en algo más de 20 minutos que roles monolíticos sigue una familia en la que Emma es esa extraña dama rusa cuyo pasado configura algo íntimo y guardado.
Distintas situaciones acaecerán cuando ella sepa la verdad sobre la condición sexual de su hija que revelando que es lesbiana no hace sino abrirle la puerta a la libertad de sentir que aún puede ser querida, deseada, necesitada. Y será Antonio, un amigo de su hijo con quien tiene una gran diferencia de edad quien despierte esta voluptuosidad.
Pero y aunque nominar nunca sea un hecho fortuito, esta Emma sólo se parece a la de Flaubert en la necesidad de ser amada pero sin esa mirada campesina que la lleva a un, valga la redundancia, bovarismo sin fin. No son las revistas de París ni los raros peinados nuevos que había que imitar para no parecer una pueblerina, lo que mueve a Emma y abre el grifo incontinente de su sensualidad/sexualidad, es la desesperada necesidad de tener una vida, otra, posible, diferente a la que fue planificada para ella. Y a la manera de las grandes novelas familiares ese amor tendrá su castigo dramático junto a otras desventuras que sufrirán los Recchi en su afán de hacer crecer su imperio.
Hay una suma de extraños en el film de Guadagnino que se añaden para evidenciar una no pertenencia que tiene sus costos. Por un lado Emma que es rusa, por otro, Antonio que es de una clase social inferior y por otro las empresas con quienes negociarán los Recchi en su afán de expandirse y tener más poder. Casi como una moraleja, el “no te juntes con extraños” asoma a poco de desatarse la historia.
Y aunque parezca que el film es lento en virtud de la historia que va a narrar, la cámara de Guadagnino se toma el tiempo necesario para dejar establecida una zona en la que dichos sucesos son posibles. El registro de los gestos, actos, muebles, cortinados, libros y todo lo que se encuentra demostrando el poder en la mansión de Milán donde todo comienza, son algo más que una pintura de clase, son sencillamente los elementos que el espectador tendrá a mano para poder ver el adentro de una clase, de una mujer y de un drama. La suma de riquezas es tan asfixiante que sólo por ella, sería necesario hacer algo fuera del rol que le ha tocado en suerte a una Tilda Swinton que es de una solvencia escénica y una belleza magnífica. El resto del elenco la acompaña de manera pareja y sólo la música de John Adams manipula las situaciones en exceso. El resto es sutil como la belleza de Swinton y como el montaje que ideó Guadagnino.
Los amores y los negocios suelen ser fuente de gran disgusto sobre todo cuando lo que se pone en juego es la desesperada necesidad de cambiar.