El, Tony, es simple, taciturno, casi hosco, con los modales bruscos de un pescador de la Normandía habituado al trabajo duro y a la fiera defensa de sus derechos, pero también con un corazón noble y una sensibilidad que apenas se adivina en su semblante pero se manifiesta claramente a través de sus acciones. Ella, la bella y rústica Angèle, es tanto o más tosca en sus modos: las secretas desdichas del pasado la han vuelto solitaria, desconfiada y agresiva. Tony está solo y busca compañía. Angèle, un trabajo, un lugar para dormir, alguna forma de reconstruir su vida para aspirar a la recuperación del hijo que la ley le ha quitado para dejarlo en custodia de sus abuelos paternos. Es brutalmente franca y así se muestra cuando un aviso la pone en contacto con el hombre. El primer encuentro es poco auspicioso.
Sin embargo, aún en medio de la crispación social (la crisis también golpea al combativo gremio de los hombres de mar) y a pesar del recelo familiar, Angèle se incorpora a la modesta empresa de los pescadores. La debutante Alix Delaporte aplica su lenguaje austero y conciso a la descripción del ambiente sin ceder al pintoresquismo. Unas pocas pinceladas le bastan también para definir a los personajes que rodean a los protagonistas sin reducirlos a retratos unidimensionales -la áspera madre de Tony, el hermano revoltoso y pendenciero, el sereno abuelo que defiende la custodia del chico-, pero el núcleo del relato está en el avance de la relación entre Angèle y Tony, que es sobre todo la evolución de la muchacha, de aquel animalito herido y arisco en busca de supervivencia a la mujer que recupera la confianza en sí misma y se siente en condiciones de reivindicar su derecho a la felicidad.
La joven cineasta da pruebas de su mesura, de sus ideas para la puesta en escena (el ensayo de Blancanieves, por ejemplo), y de su voluntad de evitar el sentimentalismo fácil (más allá de una pequeña concesión a lo "poético" en el tramo final). La emoción, inevitable en una historia que con tanto tacto habla de la recuperación de la afectividad, no responde a ninguna estrategia manipuladora; brota de la verdad de los personajes, que los dos protagonistas desnudan en cada gesto. Clotilde Hesme justifica que se la señale como una de las actrices más completas de su generación. Aquí, en un compromiso bien diferente del que asumió -con admirable desenvoltura- en Canciones de amor , traduce la compleja personalidad de Angèle y su lenta transformación. Cada paso de ese proceso se refleja tanto en la mirada de sus expresivos ojazos como en la elocuencia de su lenguaje corporal. El trabajo de Grégory Gadebois es toda una revelación. En una verdadera lección de economía gestual, este actor de la Comédie Française dice con lo mínimo todo sobre esos sentimientos que Tony rara vez logra expresar en palabras.