La nueva película escrita y dirigida por Valentín Javier Diment (La memoria del muerto, El eslabón podrido, La Feliz, continuidad de la violencia) viene de de ganar el premio a Mejor Película en la sección Noves Visions de la última edición de Sitges. Se trata de un peculiar melodrama situado en los 70s y rodado casi todo en blanco y negro que pone a sus protagonistas a enfrentarse entre ellas y, sobre todo, consigo mismas.
Carla llega una noche de lluvia desesperada a la casa de una doctora que cree que puede ayudarla. Pero ella no la atiende, sino su ama de llaves, quien la obliga a volver a la mañana siguiente. Ya de día, Irina la recibe, la estudia pero, más allá de que ese sea una parte de su negocio, se niega a hacerle un aborto por lo avanzado del embarazo que ella quiere interrumpir. A cambio le propone encontrar un nuevo hogar para ese bebé y, ya que no tiene a donde ir, hospedarla en su casa donde estará bien cuidada para que el embarazo pueda llegar a término y así poder hacerse ambas un dinero con él, siempre y cuando siga sus reglas.
Desde un principio hay algo que se percibe filoso y claustrofóbico entre ellas. Primero porque al principio se relacionan lo justo y necesario y segundo porque es evidente que ambas esconden parte de sí ante la otra. Es que Carla es una joven risueña con conductas autodestructivas que no se sabe de dónde viene ni de qué escapa y que se contrapone por completo a la rigidez con la que Irina siempre permanece, una mujer sin amigos ni pareja que sólo guarda una fuerte relación con su madre internada en un geriátrico y sólo expresa lo que piensa y siente a través de un diario íntimo. De a poco una va entrando en el mundo de la otra y provocando pequeñas transformaciones. Hasta que las cosas se empiezan a desbordar.
En esa relación simbiótica entre las protagonistas encerradas casi en una sola locación El apego puede rememorar a Persona de Bergman; pero lo problemático y retorcido la termina llevando hacia el lado de Las diabólicas de Clouzot. Se nota la inspiración en un cine de autor de otra época, cuidado estéticamente pero con una trama que explora las psicologías de estos personajes que se salen de la norma. Ahí entran en juego temas como el lesbianismo, el aborto, el abuso sexual, todos temas que aparecen en una época de mayor marginación.
Diment no teme meterse con temáticas delicadas de las cuales de todos modos se habla más actualmente, pero lo lleva más allá y puede parecer polémico, al menos en tiempos de tanta corrección política. Ese juego es uno de los aspectos más interesantes y sorprendentes que tiene la película. No obstante, como si esto fuese poco, la narración pronto se va quebrando para terminar dando vuelcos que, en su totalidad, hacen sentir al film como un rejunte de demasiadas ideas y vueltas. Lo que empieza como un drama asfixiante se viste de colores cuando se disfraza de cierto romanticismo retorcido al mejor estilo los primeros melodramas románticos de Almódovar (que filmó hermosas historias de amores tóxicos como Átame y La ley del deseo), con grandes dosis de erotismo incluidas. Hay una sensación de que Diment quiere abarcar demasiadas aristas en un tiempo que, si bien no estamos ante una película breve sino de unas dos horas, parece poco como para que se desarrollen con la profundidad necesarias.
Resumiendo: en El apego pasa de todo, suceden muchas cosas todo el tiempo y no siempre están en un mismo tono aunque sí prevalece la idea de lo retorcido, lo que se corre de la norma, y en donde las pasiones pueden desatarse de maneras furiosas y violentas. Hay una especie de sobrecarga narrativa que además genera esa sensación de película larga cuando en diferentes momentos ésta parecería estar llegando a un cierre que no termina siendo más que otra vuelta. En el centro de todo está la condición a la que el título apela, que tiene que ver con cómo el modo de relacionarnos en la infancia influye en la adultez. Es que si bien a nivel narrativo la segunda parte es la que más acción presenta, es la primera, la que tiene mayores sutilezas y tiempos más lentos y comienza a delinear los personajes y la historia de manera sugerente e intrigante, la que resulta así bastante más atractiva que cuando los excesos se apoderan del relato.
En cuanto a lo estético, El apego es impecable. Además de la impronta que genera el blanco y negro que acentúa las sombras, tiene unos planos cuidados que no sólo resultan muy bellos sino que expresan la psicología de estos personajes y los cambios que van transitando; detrás está el director de fotografía Claudio Beiza que consigue imágenes inolvidables. La ambientación, las locaciones, esa enorme casa que es un personaje más que contiene. El uso de la música, en momentos precisos, ayudan a resaltar ciertos momentos. Pero lo más valioso que tiene está en esas dos actrices que se llevan al hombro toda la película, que le ponen el cuerpo a todo tipo de emociones turbulentas. Lo de Berthet y Anganuzzi es notable, la manera en que se entregan a todas esas situaciones que de manera burda podrían haber ridiculizado a sus personajes. Es alrededor de ellas que sucede todo y el resto de los personajes (Germán de Silva, Edgardo Castro, Luis Ziembrowski) van desfilando a su merced.
Absorbente, seductora, turbia, El apego es una película compuesta de demasiadas ideas que por momentos sobrecargan el resultado. Pero entre ese melodrama romántico y el thriller oscuro no se puede negar que hay un film arriesgado y atractivo que juega también con el humor negro y el erotismo y que vale la pena ver.