Las grandes historias de amor no serían tales si los amantes no cruzaran límites. En el caso de El apego, límites que involucran sangre y muerte.
Estamos en los años 70. Carla (Jimena Anganuzzi) llega a la residencia-clínica de Irina (Lola Berthet), una médica, para que la haga abortar. El embarazo -producto de una violación- está tan avanzado que eso no es posible, pero Irina le propone vivir allí hasta que el bebé nazca, para luego darlo en adopción. Lo que pague el matrimonio adoptante será repartido entre ambas. Al principio la convivencia es de carácter profesional, con rutinas y estudios, pero pronto la relación entre ambas adquiere niveles de obsesión, potenciados por una sucesión de hechos violentos.
El director Valentín Javier Diment no es ajeno a las películas retorcidas. La memoria del muerto y El eslabón podrido son dos buenos resultados de su exploración de lo más desagradable de la mente humana. Aquí sigue apostando fuerte. En los primeros minutos, la simbiosis entre las protagonistas y la composición de algunos planos -sin olvidar el uso de blanco y negro- remiten a Persona, de Ingmar Bergman, donde también había mujeres aisladas. Pero Diment se despoja rápido de influencias directas y le estampa en la cara al espectador una pieza de su sello. Pero si bien hay horror, si bien estas antiheroínas no vacilan en cometer las atrocidades más indecibles, ahí debajo continúa latiendo una historia de amor. Y de un amor puro, un amor contra todo y contra todos.
Anganuzzi y Berthet, actrices fetiche del director y parte de la génesis de este film, se lucen con interpretaciones que van de lo sutil a lo extremo. También aportan lo suyo secundarios del calibre de Germán De Silva, Marta Haller, Edgardo Castro y Luis Ziembrowsky.
El apego confirma dos cosas: aún existe lugar para los melodramas perversos y Diment nunca hará una película de Disney.