Un guion inexplicable es lo que atenta contra las posibilidades de esta película que cuenta dos historias en paralelo. En tierra, la de la familia de un piloto. En el aire, las maniobras de este para salvar a un avión de una catástrofe. Lo distorsivo surge de un elemento de fantasía usado de manera poco feliz. En medio del filme, un extraño hecho barre con todos los niños del planeta. Desaparece el hijo del capitán en un shopping. El vuelo pierde a sus infantes y los noticieros muestran la misma mala noticia en todas las pantallas. Este recurso a lo Stephen King no está tratado a lo Stephen King y ni aun con otros recursos. El relato se cae ahí donde debe empezar: desbaratando la incredulidad original. Sólo unas biblias, unos beatos santiguándose, y la conocida prédica acerca de las malas acciones del hombre y el castigo de las pestes, suenan vacíos, repetidos y eso destruye la credibilidad del relato. Una vez más el futuro ominoso para un mundo que no sabe hacer las cosas para mejorar.
Un puñado de efectos especiales, un tramo al final cercano al ritmo del thriller, no alcanzan para justificar una producción de evidente bajo presupuesto, que se distribuye en cuatro o cinco escenarios poco dinámicos: la cabina y los pasillos del avión, un shopping, un hospital, un living, un aeropuerto. Allí dentro los personajes lo que hacen es conversar y conversar y para colmo no han tenido detrás a unos buenos proveedores de letra.
Nicolas Cage, la máxima estrella del elenco, prácticamente hace la película sentado, y su papel carece de novedad. Se queda en el cliché del tipo con cara de atribulado que ya se ha explotado en productos de alta, baja y mediana calidad. El tipo de rebeldía que sabe transmitir frente a la cámara deberá esperar otra oportunidad para volver a brillar.