Yo no tengo fe
Inspirada en la historia real de un joven que trató de apostatar; es decir, conseguir que la Iglesia Católica lo autorizara administrativamente a abandonar la institución, esta nueva película del director de Acné y La vida útil es una ácida crítica con mucho humor absurdo, provocación e imaginación contra la burocracia, la obediencia y la vigilancia. Una película bien española (la cuna de la Inquisición y del franquismo) a cargo de un notable cineasta uruguayo que, a su manera, dialoga con el cine de Marco Ferreri, Luis Buñuel, Ingmar Bergman, Carlos Saura y Marco Bellocchio, entre otros.
El uruguayo Federico Veiroj (Acné, La vida útil) hace la película más española que recuerde de los últimos tiempos. Ya Marco Ferreri había logrado similar prodigio (El pisito) y su influencia en el film (o su diálogo con él) pesan tanto como la de Buñuel o, más acá en el tiempo, Fesser o Llorca.
Basada en la experiencia de Alvaro Ogalla (actor protagónico y uno de los coguionistas con Veiroj, Gonzalo Delgado y Nicolás Saad), la narración se centra en el punto de inflexión en la vida de Gonzalo Tamayo, a punto de terminar su carrera de filosofía, que decide renunciar a la religión católica.
Allí está esa España en la que el camino que va de la Inquisición al régimen franquista no son fruto de la casualidad, así como la necesidad de un cambio, de un equilibrio, de una nueva mirada política, social y familiar. Claro que también está el cine de Veiroj y sus personajes inadecuados, a los que siempre retrata con cariño y a los que siempre les regala una luz de esperanza.
El apóstata pone más el acento en el cambio personal -en la paradoja de que uno sigue siendo de alguna manera parte de eso que pretende cambiar o dejar atrás- que en la política (a la que refiere sólo oblicuamente). Pero no por eso es menos clara su mirada: sin agresividad y con humor el camino siempre es más amable.