Pese a que todavía no hay una industria, el cine uruguayo no dejó de dar directores que lograron abrirse camino en la cinematografía mundial. Años atrás, la dupla Juan Pablo Rebella/ Pablo Stoll abrió el camino gracias a 25 Wats. Luego aparecieron Adrián Biniez (argentino, pero que vive y trabaja mayormente del otro lado del Río de la Plata) y Federico Veiroj. Gracias a Acné y La Vida Útil, Veiroj se volvió un nombre habitual en los más importantes festivales de cine. El Apóstata es la nueva muestra de su mirada sobre el ser humano, siempre en clave de un cuidado humor.
A los treinta y pico de años, descontento con que de nacimiento le haya tocado la religión católica, Gonzalo Tamayo (Álvaro Ogalla) está determinado a apostatar. No quiere ni figurar en los registros de bautismo, no se siente representado por la Iglesia, no quiere saber más nada. Para cumplir con su objetivo, deberá visitar a distintos sacerdotes y obispos que, lejos de ceder, tratarán de recomponer su fe en la iglesia. Un proceso arduo, no exento de burocracia, que Gonzalo deberá balancear con su vida diaria: familia, trabajo, estudios, recuerdos, además de algunos sueños y pesadillas de ribetes cristianos.
Inspirada en un episodio real de la vida de Ogalla, la película está contada como una comedia que, lejos de ser anticlerical o de ir por la polémica fácil, presenta con honestidad -y calculados toques de delirios oníricos- la cruzada de Gonzalo. Tanto las autoridades eclesiásticas como su familia desaprueban su idea, pero él no piensa detenerse, al tiempo que debe arreglar y definir una serie de cuestiones personales nada relacionadas con la religión. Como otros de los antihéroes de Veiroj, está en un momento crucial de su vida y, con sus pocas armas, se predispone a enfrentarse a los nuevos horizontes.
Es su debut como actor, Ogalla no desentona en un papel con algo de su propia vida. Sus modismos, su aire melancólico y su inusual presencia recuerdan a Daniel Hendler (sobre todo, cuando trabajaba a las órdenes de Rebella y Stoll y en buen número de films nacionales). Debe cargarse la película al hombro, lo hace con autoridad, respaldado por la dirección de Veiroj y un sólido elenco secundario, empezando por las autoridades del clero y el niño al que da clases particulares.
Lejos de quedarse en la historia de alguien que quiere renunciar al catolicismo, El Apóstata presenta a un individuo en pleno proceso de cambio en general. Un tema nada fácil, que Federico Veiroj vuelve a plantear con un tono exacto, que invita a la sonrisa y a la reflexión.