Hay directores que podrán ser amados u odiados, pero que nunca pasan desapercibidos. Tal es el caso del estadounidense Terrence Malick.
En casi cinco décadas, este ermitaño y misterioso cineasta dirigió cinco películas en la que plasmó su visión contemplativa de la naturaleza (humana y en general): Badlans, Días de Gloria, La Delgada Línea Roja, El Nuevo Mundo y la que hoy nos convoca: El Árbol de la Vida.
En 139 minutos, Malick logra contar, de manera épica, una historia intimista. La historia de una familia de Texas en la década del 50. La familia de Jack (Sean Penn en la edad adulta) y sus dos hermanos, quienes viven con un padre demasiado estricto (Brad Pitt) y una madre amorosa (Jessica Chastain).
Como suele suceder en el cine de Malick, el argumento es sólo la punta del iceberg. Debajo de la superficie están todas sus preocupaciones y temas recurrentes: la pérdida de la inocencia, el contraste entre el hombre y la naturaleza; el amor, el odio, la muerte, la Vida. La Vida. De eso se trata la película. De la vida de Jack... pero también de la vida en general. Y esto se hace evidente cuando, en determinado momento, sorprendiendo al más desprevenido, se nos presenta un minidocumental —al estilo de los de Discovery Channel, pero mejor— sobre el origen del universo. Desde que la Tierra era un infierno de volcanes y lava hasta la aparición de dinosaurios (los dinosaurios mejor filmados de la historia del cine, después de los de Steven Spieberg en Jurassik Park). Esta fascinante secuencia confirma que Malick, con su nivel de perfección y anonimato, es el director vivo más parecido a Stanley Kubrik. De hecho, el diseño de la secuencia estuvo a cargo de Douglas Trumbull, responsable de los efectos especiales de 2001: Odisea en el Espacio. Y si le sumamos que el minidocumental está musicalizado con ópera... Sin embargo, pese a algunos otros intereses en común —personajes que se mueven en mundos violentos, por ejemplo— siguen siendo autores muy distintos. Kubrik era pretencioso, gélido a niveles matemáticos, pesimista. Malick es igual de pretencioso, pero más humano, más introspectivo, más lírico. Ver El Árbol de la Vida es lo más similar a leer poesía: uno simplemente debe dejarse llevar.
El ambicioso e impresionante trabajo visual le pertenece al director de fotografía Emmanuel Lubezki. El mexicano, quien había trabajado con Malick en El Nuevo Mundo, vuelve a dar cátedra de cómo convertir cada plano en una obra de arte, pero sin nunca dejando de ser funcional a la historia. La clave está en que la cámara parece subjetiva, como convirtiendo al espectador en un personaje más dentro del universo de la película (aunque el punto de vista está puesto en el pequeño Jack). Lubezki fue nominado al Oscar varias veces, pero nunca ganó. Este trabajo podría darle la tan merecida estatuilla.
Brad Pitt es muy convincente en el rol del padre que exige a sus hijos para que sean triunfadores, para que nadie los pase por arriba, pero que termina resultando autoritario y amenazante. Sean Penn cumple nuevamente, y con economía de recursos. Los chicos son muy frescos y tan profesionales que parecen veteranos. Pero quien se roba la película, en materia actoral, es Jessica Chastain. La joven pelirroja es una encarnación del amor y la felicidad, un personaje de poco carácter pero muy especial. Jack la tiene tan idealizada que siempre aparece sonriente, jugando, incluso levitando como un hada.
Más allá de que en determinado tramo se vuelva densa, El Árbol de la Vida es una experiencia audiovisual diferente, y también difícil de digerir, sobre todo si uno perdió un ser amado (principalmente, un hijo o un hermano; no hay nada de spoilers en esta aclaración). Es la obra más personal de Malick, el colmo de sus ambiciones creativas. Y, para alegría de sus fanáticos, ya no será necesario esperar años para ver su próximo film: el director ya tiene lista The Burial, con Ben Affleck y Rachel McAdams, y prepara el documental Voyaje of Time, con narración de Brad Pitt. Un director que divide aguas, pero que continua siendo uno de los artistas más personales y respetados.