Los grandes maestros La nueva película de Wong Kar Wai no establece una ruptura con su obra anterior. El cineasta permanece fiel a su estilo; su singular búsqueda plástica y narrativa está puesta al servicio de un relato más amplio. El arte de la guerra es un drama épico y romántico que abraza en el mismo movimiento la gran historia de China, desde el final del imperio hasta el preludio de los años Mao, y la relación entre un hombre y una mujer. El hombre es Ip Man, maestro de wing chun y representante de las escuelas del Norte. La mujer es Gong Er, heredera de una escuela del Sur y única experta en la técnica mortal de las sesenta y cuatro manos. Ip Man y Gong Er están enamorados pero no pueden confesarlo porque pertenecen a dos clanes rivales que se baten por la supremacía del kung-fu. Wong le imprime su marca autoral a la saga clásica con las elipsis en el relato, las notales proezas formales y la tristeza latente del héroe que sabe que su gran historia de amor le pasa por un costado. Los deslumbrantes combates bajo la lluvia, en la nieve o en un prostíbulo exuberante, son el escenario ideal para que el cineasta despliegue sus coreografías estilizadas mediante el uso (por momentos excesivo) de la cámara lenta o de aceleraciones que abarcan desde los dedos de las manos hasta la punta de los pies. La maestría formal se evidencia en el detalle de las texturas, la precisión de los contrastes, el brillo de las luces, la profundidad de las sombras y la división y distribución de los cuerpos en el plano. Wong construye espléndidos envoltorios para ceñir a los protagonistas en su universo personal. Zhang Ziyi luce como un icono del Hollywood de los años cuarenta mientras que Tony Leung envejece con una gracia absoluta. Hacia el final de la película, después de la guerra, cuando las grandes escuelas de kung-fu son barridas por el nuevo mundo y nuestros héroes desamparados ya no tienen nada que perder, Gong Er termina por confiar sus sentimientos a Ip Man. Demasiado tarde, como suele ocurrir en las películas de Wong. Un romance no vivido, una confesión a destiempo que deja un gusto a cenizas, como el color de la película: un sorprendente cromatismo nocturno cercano al blanco y negro. El hipnótico y fascinante tramo final devuelve al autor a la cumbre de su cine. Una profunda melancolía se instala progresivamente y revela el mundo imposible del cineasta, con la sublime belleza de sus protagonistas y sus imágenes. La película es también un elogio del ejercicio y la transmisión del arte de los grandes maestros, más allá de las contingencias, la gloria, el éxito o el signo de los tiempos: un orgulloso autorretrato de su creador.
El regreso del maestro. Esfuerzo, dedicación y continuidad, son las bases del Kung-fu, tres pilares fundamentales de una habilidad que se adquiere con el tiempo y que Wong kar-wai respetó hasta concluir su última producción: The Grandmaster, acá traducida como El Arte de la Guerra. Mientras rodaba en Argentina Happy together descubrió una revista con la cara Bruce Lee en un puesto de diarios, en ese momento comprendió que por más que haya pasado muchos años de su muerte, seguía siendo una leyenda. Mientras corría el año 1996, WKW comenzó de a poco a interiorizarse en el mundo de las artes marciales, cuanto más se sumergía en la vida del artemarcialista más se aceraba a su maestro: Ip Man. Muchas películas dedican su argumento a las artes marciales chinas y en los últimos años se filmó la historia de Ip Man con dos secuelas pero lo que WKW estaba creando iba mucho más allá de contar una biopic, él se tomó el tiempo necesario para entrevistar a más de cien maestros del Kung-fu de distintas escuelas para que le enseñaran, no solo la destreza corporal, sino también su filosofía de vida. A medida que avanzaba la investigación sobre Ip Man, los actores seleccionados para la película tuvieron que someterse a una preparación exhaustiva ya que cada uno de ellos debía interpretar distintas técnicas. Tony Leung (actor fetiche del director) y protagonista de la historia, tomó clases de Wing Chun durante más de cuatro años de manera interrumpida por dos fracturas en un brazo; Ziyi Zhang, con experiencia y habilidad corporal adoptó el estilo Bagua; Zhang Jin las técnicas de la escuela Xingyi; mientras que el actor Chang Chen se nutrió del estilo Baji. Pero los directores artísticos también tuvieron su rol importante en esta super producción. Dos años les llevo investigar sobre el vestuario, accesorios y la creación de escenografías que representaran fielmente a la arquitectura de los años 30. Después de ocho años de esfuerzo y dedicación comenzó el rodaje a finales del 2009 y duró hasta los primeros meses del 2013, incluyendo la posproducción. El empeño que WKW le da a sus creaciones cobra vida en la gran pantalla. La escena de apertura de The Grandmaster es una mínima muestra de calidad para reconocer lo que será el resto de la película y más si sabemos que tardo un mes para rodar tres minutos. Mi vida tuvo cuatro estaciones. Todo antes de los 40 seria primavera. Todas las películas de WKW tratan sobre el amor, incluso Ashes of time cuenta la historia sobre el corazón roto de un artesano de katanas y su amigo, el espadachín. En El Arte de la Guerra ¿Estamos frente a un film simplemente de acción? Claro que no, porque en cada golpe se trasmite el respeto y el deseo interno de amar. Porque también la vida de Ip Man, está acompañada de otros temas, como la invasión japonesa en China y la venganza devenida de una traición. Algunos de estos subtramas toman por momentos más protagonismo que la vida del gran maestro. Cuando Ma San, el heredero del estilo Bagua, asesina a su mentor, la hija del fundador decide recuperar el honor de la Casa Gong y ser la única portadora de las “64 manos”. Para llegar finalmente al combate, WKW dedica parte del film a narrar la preparación del enfrentamiento, de todas maneras no tiene ningún tipo de desperdicio visual. A pesar de las variaciones en la historia, el director utiliza imágenes documentales, momentos de declaración del sentimiento más puro confesado en un viejo muro (como se aprecia en In the Mood for Love y 2046), e impresiones en la pantalla con frases tan sublimes como melancólicas. Con estos elementos, una vez más Wong kar-wai forja su sello de autoría y refuerza su mirada nostálgica.
Elogio del plano detalle Que la nueva película de Wong Kar Wai se venda localmente como “inspirada en la historia real del maestro de Bruce Lee” indica que es crucial la inclusión de algún atractivo popular en los dispositivos mediáticos para que una película asiática tenga algún espacio en la cartelera comercial de hoy en día (a pesar de no existir mención alguna al mítico actor de Operación Dragón). La realidad es que El Arte de la Guerra -otro horroroso título local- es primero un film de Wong Kar Wai antes que una biopic sobre Ip Man o “una de kung fu”. El director hongkonés nunca se desvía de su centro narrativo, léase el derrotero de un hombre atravesado por la coyuntura de un imperio que llega su fin, en el prólogo histórico del maoísmo, y con la carga de ser maestro de wing chun y representar a las escuela del Norte en su lucha contra Gong Er, la representante de las escuelas del Sur y única heredera de la “técnica de las sesenta y cuatro manos”. Entre ellos hay un amor silente, imposible siquiera de ser mencionado, que además es cortado por el relato en una gran elipsis...
El arte de la guerra es uno de los filmes más esperados de la última década porque el director Wong Kar Wai la anunció hace muchos años y le llevó bastante tiempo concretar este proyecto que representaba un sueño hecho realidad para todo fan del cine asiático y en especial de este género. Nos referimos a una producción que reunía al director de Cenizas del tiempo junto a Yuen Woo Ping, el más grande coreógrafo de acción en la historia del cine, y Tony Leung, actor con quien trabajó en varias oportunidades. Todos juntos en una película que narraría la vida de Ip Man, una leyenda de las artes marciales, más conocido en Occidente por haber sido el mentor de Bruce Lee. Al amigo Kar Wai le llevó más tiempo de lo esperado concretar este trabajo y durante ese período se hicieron cuatro películas sobre la vida de Ip Man. Las dos más populares, del 2008 y el 2010, estuvieron protagonizadas por Donnie Yen y fueron muy buenas, especialmente la primera. Al final la propuesta de Kar Wai terminó siendo algo distinto y mutó en otro tipo de historia. El arte de la guerra es una película que sobresale principalmente en los aspectos visuales. Esta vez el director no trabajó con sus colaboradores habituales en la fotografía y esa tarea estuvo a cargo del francés Philippe Le Sourd (Un buen año) quien fue responsable de brindar una de las producciones más bellas que se estrenaron este año. Como suele ocurrir con los trabajos de este realizador esta película te cautiva por esa poesía tan especial que tiene su estilo de narración que se destaca así se trate de un duelo de artes marciales. Yuen Woo Ping es un coreógrafo creativo que revolucionó este género en 1978 con sus clásicos Snake in the Eagle´s Shadow y Drunken Master, protagonizadas por Jackie Chan, y desde entonces no dejó de sorprender con la construcción y originalidad que tienen las escenas de acción que elabora. Esta colaboración con Kar Wai es una auténtica fiesta y desde lo primeros minutos las secuencias de peleas te hipnotizan por completo frente a la pantalla. La primera pelea de Tony Leung bajo la lluvia y el duelo que luego tiene el protagonista con la actriz Zhang Ziyi son esa clase de momentos que uno se siente tentado a aplaudir en el cine. Hay varias escenas de acción excelentes pero esas dos en especial me parecieron brillantes. Estas son las grandes virtudes de este estreno. Creo que la gran debilidad que tiene El arte de la guerra es el guión. Me parece que los cinéfilos que hayan visto los filmes de Ip Man con Donnie Yen tendrán una enorme ventaja sobre el resto de los espectadores porque van a tener mucho más claro los hechos que involucraron a este hombre y el contexto histórico en el que se desarrollaron. Lo cierto es que El arte de la guerra no es una biografía de Ip Man como se había anunciado en un principio. Wong Kar Wai probablemente comenzó el proyecto con esa idea y luego cambió de parecer. Esta película en realidad gira en torno a la historia de la maestra Gong -Er (Zhang Ziyi) que es el personaje del que el director se enamoró por completo y el único que desarrolló de manera coherente en su guión. A Ip Man apenas se lo llega a conocer en este film y los hechos históricos en los que se vio envuelto al igual que la relación con su familia son trabajados de manera superficial. De hecho, en la segunda mitad de la película Ip Man pierde importancia por completo y queda relegado a un rol secundario. El arte de la guerra se concentra más en las internas filosóficas de las escuelas de Kung Fu, en el período que representó el fin de una era para las artes marciales, y la historia de la maestra Gong-Er que es emotiva y no se había trabajado en otras producciones. Por ese lado es interesante el trabajo de Kar Wai porque abordó esta temática con otro enfoque. No así el affair platónico de la protagonista con Ip Man que el director inventó en su argumento y me pareció completamente forzado e innecesario. Ese cuento ya lo vimos en Con ánimo de amar y se podría haber evitado. El problema principal que tiene el guión es que el conflicto central se pierde en numerosas subtramas que resultan confusas y hasta aburridas por todos los personajes que entran y salen de la historia. Hay demasiadas escenas densas de diálogos con situaciones que ni siquiera tienen una repercusión concreta en los protagonistas y esto genera que el interés y atractivo que presentó el film en los primeros cuarenta minutos luego se pierda con el paso del tiempo. Por eso motivo, si bien es una buena película la verdad que no está a la altura de los dramas de artes marciales que brindó en los últimos años el director Zhang Yimou, como Héroe o La casa de las dagas voladoras, que fueron mucho más emocionantes desde lo argumental. Tampoco creo que sea recordada como una de las películas esenciales de Wong Kar Wai. Calificarla de obra maestra, como hicieron otros medios, me parece un delirio lisérgico. Es una buena película con una realización impecable, eso es indiscutible, pero tampoco es para tanto. Pese a sus falencias en el guión de todos modos si te atrae la temática o el género la podes pasar muy bien con El arte de la guerra, gracias al Maestro Yuen Woo Ping que levantó con su labor este film por completo.
A The Grandmaster con cariño La “culpa” es de un kiosquero argentino. En la carpeta de prensa de El arte de la guerra entregada durante la última Berlinale lo primero que dice Wong Kar-wai es que la idea de hacer una película sobre Ip Man, el legendario maestro de artes marciales de Bruce Lee, se le ocurrió cuando en algún lugar de nuestro país, mientras filmaba Happy Together (Felices juntos) en 1996, vio una revista en un puesto de diarios con Bruce Lee en la tapa y se sorprendió con el hecho de que todavía siguiera siendo un ícono global. En aquel momento pensó en hacer una film sobre Lee, pero luego, en medio de la investigación, se interesó aún más por la figura de Ip Man, uno de los más importantes exponentes de las artes marciales chinas cuya historia recorre varias décadas de la historia política de ese país. Casi 17 años después de aquella revelación en la Argentina, el director de Con ánimo de amar terminó el largo proceso (le tomó alrededor de cuatro años terminar la producción). Con un estilo que ya podríamos definir como propio -y por muchos imitado-, Wong pone en escena la historia de este hombre a la manera de retazos que conectan entre sí la historia personal, la historia política y, claro, las esperadas y brillantes escenas de artes marciales. La película arranca con los comienzos de Ip, cuando empieza a hacerse notar en el muy codificado mundo de las artes marciales, sus clanes y sus maestros, para ir creciendo en importancia y sufriendo las consecuencias de los cambios políticos chinos, en el contexto de una muy difusa competencia para ver quién es el "gran maestro" de la especialidad. Pero nada más lejos de Wong que hacer una épica convencional y, digamos, "deportiva": su film es una suerte de ballet, de ópera, donde los personajes giran y danzan entre sí tanto en las escenas "dialogadas" (que no son muchas, una gran cantidad son en cámara lenta y con la clásica voz en off y varios "separadores" que le dan algún sentido narrativo a todo) como en las de acción, que tampoco están organizadas en forma de generar suspenso, sino más bien como demostraciones de diversas técnicas míticas de kung fu. En ese sentido, el procedimiento tiene algo de pictórico: la acción, el drama, los diálogos, los momentos del film se cierran sobre sí mismos como una versión muy lujosa de una serie de publicidades. Hay algo autosuficiente acerca de las escenas que las hacen, a la vez, poco útiles como organizadoras de un relato y más bien disfrutables en sí mismas. Algo similar sucedía en 2046, pero no en Con ánimo de amar (y en films suyos previos), en los que la reiteración de "motivos visuales" tenían peso dramático. Wong perdió algo en sus últimos años por su excesivo perfeccionismo, por el hecho de trabajar sus escenas hasta el cansancio. Al escudriñar tanto los elementos por separado termina por desconectar a unos de los otros generando un efecto, a la vez, fascinante y reiterativo. El film se vuelve por momentos opresivo en el circular por rostros en interiores tenuemente iluminados, estrategia que hace recordar a Las flores de Shanghai. Pero allí donde Hou Hsiao-hsien trabajaba sobre planos largos, a Wong no hay plano que le dure dos segundos, excediéndose en el uso del ralenti y de efectos visuales de todo tipo. Estos "efectos", si se quiere, tienen su gracia en las escenas de acción, ya que no están montadas ni contadas para generar tensión sino por su capacidad kinética, por su belleza intrínseca. Salvo un par de escenas en las que Ip y otro hombre compiten contra la bella Gong Er (Ziyi Zhang), la heredera de un maestro de artes marciales que conoce muy bien figuras específicas del estilo "wing chun", el que practican de distinta manera todos ellos, el poder de las escenas no está tanto en su organización narrativa sino en su poder coreográfico. Y funcionan muy bien así. La relación entre Ip y Gong hará crecer la película dramáticamente hacia el final, y allí uno sentirá que todos los elementos se unen de una manera narrativa y a la vez, digamos, operística, ganando así la película en términos emocionales y ya no como puro espectáculo. Uno de los puntos más interesantes de El arte de la guerra tiene que ver con la idea de hacer un film sobre artes marciales (sobre los artistas marciales) y no de artes marciales, por lo que durante buena parte de la película se habla -casi como en aquel film de Jim Jarmusch Ghost Dog: El camino del samurai o, digamos, en Karate Kid- del significado y los valores que se ponen en juego en el mundo de los maestros del kung fu, con ese tipo de frases que pueden sonar filosóficas o más bien berretas, dependiendo del oído del espectador y de su interés por el deporte de lanzamiento de haikus. Si uno se queda con la sensación de que la película le recuerda a las escenas de sueños de opio de Erase una vez en América, de Sergio Leone, no es casual. No sólo la puesta en escena tiene en muchos momentos esa cualidad hipnótica, sino que parte de la clásica música de ese film compuesta por Ennio Morricone se usa aquí, casi a la manera de las relecturas que suele hacer Quentin Tarantino... muchas veces con el propio Morricone. Tengo la impresión de que la película no será unánimemente celebrada, pero tampoco imagino que se la desprecie como se hizo con la mediocre My Blueberry Nights (El sabor de la noche). Es un retorno, en cierto sentido, al estilo ya clásico y patentado de Wong Kar-wai. Algo, siento, se perdió en el camino. Esto que queda, al menos por ahora, sigue siendo capaz de fascinar y fastidiar, muchas veces al mismo tiempo. (Esta crítica se publicó durante la cobertura del Festival de Berlín 2013)
Las patadas de un director de culto El realizador Wong Kar Wai (el mismo de Con ánimo de amar y My Blueberry Nights), regresa al cine luego de cinco años con una película de artes marciales que le sirve como excusa para repasar los cambios históricos y políticos en la China de 1936. El film gira en torno a Ip Man (Tony Leung), un maestro legendario de Wing Chun (uno de los estilos del kung-fu) y quien fuera maestro de Bruce Lee y, por otro lado, Gong Er (Zhang Ziyi), antagonista a quien el protagonista conoce durante una ceremonia en la que se busca a "un sucesor de las artes marciales". Ip Man se enfrenta con los grandes maestros del Sur y su arte deja lugar a la fascinación y al enamoramiento por Gong Er, pero los cambios sumergen al país en el caos y empujan a ambos a tomar decisiones difíciles. El arte de la Guerra, que llevó seis años de preparación y tres de rodaje y post-producción, es un verdadero ejercicio de estilo del cineasta, una película de género inmersa en épocas convulsionadas. Su cámara se posa cómodamente en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo y en las luchas que tienen lugar en medio de una lluvia incesante. El recurso del ralenti para potenciar la acción y las cuidadas coreografías impulsan varios tramos del film. En ese sentido, el espectador se encontrará con un incesante lucha durante el período tumultuoso de la República luego de la caída de la última dinastía imperial, pero tambiénj con una historia de amor en la que los enfrentamientos de bandos dicen presente.
Hegemonía y cámara lenta Se podría afirmar que el wuxia, al contrario por ejemplo del western, continúa teniendo una suerte de sobrevida importante en función de una producción “clase B” que no cesa a pesar de los límites cada vez más estrechos del mercado cinematográfico contemporáneo. En el terreno de los géneros prototípicos de las décadas pasadas, el combo de las artes marciales se niega a dar sus últimos coletazos principalmente gracias a su corta edad y a un público fiel y estable, rasgos que en el caso del western se hacen más volátiles a raíz de su mayor antigüedad y su dialéctica vinculada a los “exponentes aislados” (recordemos que el Lejano Oeste nace con el cine y en gran medida está emparentado con una matriz de representación que poco tiene que ver con el culto al artificio y el derroche bombástico de nuestros días). Ahora bien, resulta insólito que Wong Kar Wai haya decidido sumergirse en el universo de las acrobacias y los gritos exasperados, por lo menos éste Wong Kar Wai que viene de completar una trilogía muy celebrada compuesta por las interesantes Felices Juntos (Happy Together, 1997), Con Ánimo de Amar (In the Mood for Love, 2000) y 2046 (2004). Ya lejos de los inicios de su carrera, un período un poco más amigable para con los opus de género, debemos aclarar que el hongkonés ha sido un realizador un tanto sobrevaluado, un esteta al que se le ocurrió un único artilugio formal, el cual destiló con el tiempo y eventualmente utilizó en cada uno de sus films. Hablamos de una cámara lenta de inclinaciones poéticas que le rindió sus frutos en el campo de los dramas románticos de fotografía preciosista. El problema de Wong es doble al momento de encarar un proyecto como El Arte de la Guerra (The Grandmaster, 2013), una biopic muy libre acerca de la vida de Ip Man, ya que no sólo arrastra un innegable cansancio esencial, puesto en evidencia en la mediocre My Blueberry Nights (2007), sino que además hay que tener en cuenta el “impedimento del ego”, un obstáculo que le impide renunciar al intento de trasladar sus marcas registradas estilísticas al wuxia. Lamentablemente nos topamos con una propuesta de unos 130 minutos interminables, tan inconexa y delirante como bella y etérea. Con una introducción focalizada en el personaje histórico, uno de los principales difusores del kung fu alrededor del globo, pronto la película comienza a perderse en una catarata de detalles irrelevantes. Desde ya que el director vuelve a descollar en el apartado visual aunque en algunas escenas termina aburriendo con su dispositivo retórico, ese comodín del otrora lirismo, hoy batallas circunstanciales. A medida de que la estructura narrativa se va deshilachando en venganzas simplonas dentro del andamiaje hegemónico de las artes marciales, no se comprende el peso específico de las caprichosas vueltas de tuerca del relato. Tony Leung Chiu Wai y Ziyi Zhang cumplen en sus respectivos roles (Ip Man y su amor imposible, Gong Er), pero tampoco hacen milagros. El Arte de la Guerra es una obra que no puede dejar de mirarse el ombligo para ofrecer un basamento que la sustente más allá de las secuencias de acción. únicamente en los últimos 15 minutos Wong se siente cómodo y alcanza su objetivo…
Los malos duermen bien En china el cine parece atravesado por dos grandes tendencias. Aquella inclinada al cine de explotación de artes marciales y aquella reservada con propósitos de exploración artística. A veces trazan estrictos márgenes entre sí, a veces sus máximos expositores se declaran en guerra con las inclinaciones paralelas, pero llega también el momento en donde la fusión emerge y desvía toda la atención hacia ella. Como pasó con Héroe (Ying Xiong, 2002), Zatoichi (2003) o El Tigre y el dragón (Wo Hu Cang Long, 2000), para citar algunos ejemplos recientes y aclamados. El arte de la guerra (Yi Dai Zong Shi, 2013), aunque no alcanza ni por casualidad la consagración estética o espectacularidad narrativa de las anteriores, constituye un esfuerzo más que digno. La mente detrás del producto, el admirable Wong Kar Wai, capturó el elemento poético de la batalla en coreografías minuciosas y, en la mayoría de los casos, desprovisto del elemento sobrenatural que muchos otros utilizan como alimento visual. La historia de El arte de la guerra es la historia del periplo personal de Ip Man (Tony Leung Chiu Wai), un maestro de artes marciales que aspiró a unificar China en tiempos de invasión japonesa y que sostenía que la clave para la superación física consistía en la dominación precisa de sólo tres técnicas de lucha. También, de manera secundaria, se narra los orígenes de quien décadas después se convertiría en el mentor de la figura más grande y popular en la historia del Wing Chun y todas las expresiones de combate asiáticas, Bruce Lee. La película se empeña en reflejar, además de los conflictos y dinámica interna del círculo de artes marciales en una China desgarrada por una sucesión de guerras de distinto tipo y magnitud, los horrores, las carencias y la mutilación cultural y ética que sufren los pueblos en el núcleo de un enfrentamiento bélico con su nación vecina. El guión es sólido con breves instancias de una agudeza superior. Lo que pasa es lo que suele suceder en películas de este tipo. Los intercambios verbales se conceptualizan mucho, hasta adquirir la gracia, vehemencia y fluidez de sus secuencias de acción. No por nada el título seleccionado en la casa central del doblaje latino, ahora mucho menos arbitrario que en otras oportunidades, hace referencia a la monumental biblia de la estrategia militar escrita por Sun Tzu. Los diálogos entre los personajes son únicamente idas y vueltas de máximas y refranes de bajo vuelo que, por algún motivo extraviado en el sinuoso páramo de la metalingüística, funciona a la perfección. Buenas actuaciones. Gran visión y conducción de una mente talentosa del cine asiático. Buena trama también. Cautivante. Con el absorbente fantasma del producto de exportación más grande en la historia de China, Bruce Lee. Y con el segundo producto de exportación más grande: Ziyi Zhang.
Por una vez, el título de estreno en Argentina es superior al internacional. The Grandmaster podía haberse traducido como "El gran maestro". Y habría llevado a orientar la mirada hacia la biografía de Ip Man (Tony Leung Chiu Wai), quien sería el mentor de Bruce Lee. El arte de la guerra cuenta la vida previa de Ip Man, sobre todo en las décadas del treinta y cuarenta, con las disputas entre los estilos de kung fu y los dramas derivados de la ocupación japonesa de China. Y ahí el título internacional y también la oración precedente sobre "la vida previa de Ip Man" se hacen inexactas y además confunden acerca del planteo de la película. El arte de la guerra está lejos de presentar como único protagonista a Ip Man. También está Gong Er (la bella e intensa Ziyi Zhang de El tigre y el dragón), que por momentos -los mejores momentos- asume el protagónico de la película y tiene sus propios conflictos. El arte de la guerra es un título más conceptual, que se ajusta más y mejor a esta ambiciosa propuesta de Wong Kar Wai, uno de los directores fundamentales de las últimas décadas. Sus imágenes -sus velocidades, su plasticidad, sus encuadres- han definido muchas otras imágenes y se han quedado grabadas en nuestra memoria cinéfila y -sin exagerar demasiado- han pasado a formar parte de nuestros sueños. Películas fundamentales como Chungking Express, Happy Together (filmada en la Argentina) y Con ánimo de amar son magistrales ejemplos de esplendor visual asociado a historias pequeñas, sobre las cuales la música y las imágenes proponían variaciones, como si fueran interpretaciones libres de jazz sobre melodías familiares. Historias mínimas explotadas al máximo por un estilo inconfundible. A partir de 2046, Wong amplía y complica las historias y comienza a hacer un cine por un lado más abierto en términos narrativos y por otro (y por eso mismo) más débil. 2046 y El arte de la guerra sufren del mismo problema estructural aunque con distintos géneros de base. El arte de la guerra es endeble en tanto narración biográfica o histórica, es espástica, notablemente inconsistente, como si le faltaran partes (se sabe del trabajoso montaje de ésta y otras películas de Wong). Si la narración fragmentaria funcionaba en In the Mood for Love era porque la historia se concentraba en menos personajes y en menos hechos. No era nada frustrante sino fascinante el derrotero de Wong en ese y otros films, ayudado además por una musicalización sofisticada y abierta. En El arte de la guerra es reemplazada por una mucho más convencional. Lo que permanece en la nueva película de Wong no es tanto el sentido global de la historia sino el esplendor visual, realmente extraordinario: lluvia, nieve, trenes, casas de lujo, banderas, peleas de una perfección y un refinamiento asombroso. Como casi siempre, Wong deja muchas imágenes y secuencias enteras para atesorar (es destacable que la mejor sea la de la procesión fúnebre, que apenas incluye acción en términos de pelea). Es una pena que pierdan parte de su enorme potencia cromática y expresiva en una narrativa que necesitaba de una mayor extensión o de una mayor concentración y claridad.
La melancolía por encima del “kung fu” El director de Felices juntos y Con ánimo de amar narra la historia del legendario Ip Man, el primer maestro de Bruce Lee, pero lejos de priorizar las artes marciales acentúa la soledad del personaje, al que retrata con su habitual barroquismo. Cada nueva película de Wong Kar-wai es esperada con ansiedad por los cinéfilos de todo el mundo. Y hay que decir que, por puntilloso u obsesivo, el hongkonés nacido en Shanghai se hace rogar: cada uno de sus últimos proyectos llevó gran cantidad de años entre el dicho y el hecho. El sabor de la noche (My Blueberry Nights, 2007), su anterior opus, había dejado un regusto amargo, por lo que la presentación de El arte de la guerra (The Grandmaster en su versión internacional) como película de apertura del pasado Festival de Berlín se transformó en algo parecido a un acontecimiento. Por las razones expuestas, pero también por tratarse de una segunda aproximación al cine de artes marciales luego de la extraña y onírica Cenizas del tiempo (1994), reestrenada en una versión redux en 2008. ¿Hay algo novedoso en El arte de la guerra? ¿Continúa W. K.-w. remixando los tópicos y formas de su cine anterior? ¿Es éste su film más comercial, destinado a las grandes masas del mercado asiático e internacional? Las respuestas a esas incógnitas son, respectivamente, no, sí y no. El realizador de Felices juntos y Con ánimo de amar (dos de sus innegables obras maestras) sigue encerrado en su laberinto, repitiéndose a sí mismo en una suerte de loop barroco, mordiéndose la cola estética. Para bien y para mal. Cierto es que The Grandmaster no es un retroceso artístico respecto de 2046 y la citada El sabor de la noche, pero tampoco se trata de un paso importante en la carrera del autor made in Hong Kong de mayor proyección internacional. Por si quedaban dudas, el film tampoco es “una de kung fu” más –aunque ése es uno de sus temas centrales–, en el sentido de que Wong no cede a las exigencias del cine de género excepto en las escenas de lucha, e incluso allí se corre parcialmente de las excitaciones y placeres viscerales de ese universo hecho a trompadas y patadas limpias. La excusa es, por supuesto (como lo era en el caso de los míticos luchadores de Cenizas del tiempo), la vida y obra de un cultor de las artes marciales, pero al realizador parecen importarle mucho más las ansias y deseos insatisfechos de sus personajes, las pérdidas personales, el paso del tiempo. Y, como siempre en su cine, la melancolía. Yip Kai Man (conocido familiarmente como Ip Man) fue una figura de suma importancia –tal vez la última– en el mundillo del kung fu tradicional, famoso entre otras cosas por haber sido el primer maestro de Bruce Lee. Como el “Pequeño Dragón” californiano, Man también era un exiliado, instalado en la península de Hong Kong luego de sufrir, en su China continental natal, la temible ocupación japonesa, primero, y los horrores de la guerra después. Asimismo, el haber sido policía durante el gobierno del Kuomintang no lo dejó en una buena posición ante el nuevo régimen comunista, tema que el film –por las razones que fuere– no instala ni analiza. Paradójicamente, su figura no había sido centro de ninguna adaptación cinematográfica hasta tiempos recientes: el realizador Wilson Yip dirigió hace algunos años las dos primeras entregas de una tetralogía basada en su vida. Pero, a diferencia de esas películas, mucho más tradicionales en su búsqueda de vértigo y adrenalina, la creación de Wong Kar-wai transita, previsiblemente, otros caminos. A tal punto que va olvidando el relato más tradicional de vencedores y vencidos, los cambios políticos y sociales en la China del siglo XX o la serie de legendarias peleas de Ip Man para concentrarse cada vez más en la creciente soledad del personaje. Ya en la primera escena queda claro, de manera elocuente, que a Wong le interesan más la forma en que las gotas de lluvia caen sobre el pavimento o los giros del sombrero de ala ancha del protagonista que registrar las coreografías de lucha al milímetro (planificadas por el maestro en esas lides Yuen Woo-ping, quien además se reserva un pequeño rol secundario). Algo similar puede decirse de su excéntrica relación con la narración tradicional, rasgo evidente en casi toda su filmografía. Aquí los saltos temporales y las elipsis están a la orden del día y el relato está mucho más enfocado en unir diversas escenas a partir de su filiación emocional que por una lógica causal. Emociones registradas por Philippe Le Sourd (nuevo reemplazo de Christopher Doyle, legendario director de fotografía de Wong) con una pulsión casi erótica: la cámara recorre y acaricia de manera extática la superficie de las cosas, sean estas los bellos rostros de Tony Leung o Zhang Ziyi, las paredes doradas de un burdel de Foshan, en el sur de China, o las luces de neón de la Hong Kong de los años ’50. A medida que el film avanza y la historia se instala en la ex colonia británica, el relato se entrega a la tristeza infinita de sus dos protagonistas (el personaje femenino comienza a ser tan importante como el de Ip Man) y el film va abandonando los placeres visuales del kung fu, con alguna breve excepción justificada dramáticamente, para concentrarse en paseos reales y mentales, en las conversaciones y ansiedades de otra clásica pareja separada por la distancia, el tiempo y los de-sencuentros. Como siempre en el cine de Wong Kar-wai.
Una biografía distinta Wong Kar-Wai tal vez no sea muy conocido por la mayoría del público, pero desde hace ya casi 30 años su estilo visual ha sido uno de los más influyentes en el cine mundial. Su obra siempre estuvo marcada por un excepcional gusto por la belleza, una capacidad fuera de lo común para componer imágenes de un placer visual arrebatador. Chungking Express, Fallen angels y Day of being wild fueron los primeros títulos que lo ubicaron en un lugar de privilegio en el panorama del cine mundial. Pero fue con su obra maestra Con ánimo de amar (2000) que impresionó verdaderamente, dejando para siempre su huella en la historia del cine. Su extraña secuela, 2046, fue, insolitamente, su film más taquillero y conocido en nuestro país. Luego de un gran paso –pero mal recibido– por el cine hablado en inglés con El sabor de la noche Wong Kar-Wai estrena un muy trabajado film biográfico centrado en la figura de Ip Man. Ip Man fue un maestro de las artes marciales que alcanzó fama mundial por haber sido el maestro de Bruce Lee en sus primeros años. El protagonista es el actor fetiche de WKW, el extraordinario Tony Leung. Actor y director brillan en esta película que no es tanto un relato de artes marciales, como una contemplación acerca de la belleza coreográfica de esa disciplina. Más visual que narrativa, El arte de la guerra es una verdadera fiesta para los ojos.
Historia de un maestro El arte de la guerra es la interesante historia de Ip Man (Tony Leung), maestro del legandario Bruce Lee. Pero no es en esa etapa de su vida en la que se centra esta película, sino en el camino que recorre antes de finalmente crear su propia academia de artes marciales. El filme comienza en China en 1936, cuando Ip Man, maestro legendario de Wing Chun -hombre rico y con una hermosa familia-, aspira a ser el sucesor de el gran maestro Baosen, quien está a la cabeza de la orden de las artes marciales chinas. Es en la despedida de Baosen, cuando conoce a su hija Gong Er (Zhang Ziyi), a su vez maestra del estilo Ba Gua, de quien se enamora; un romance que será imposible, ya que pertenecen a clanes opuestos. La apacible vida de Ip Man se complica, cuando China es invadida por Japón, y llega la revolución. La historia recorre los cambios que esos tiempos complicados producen tanto en la vida de Ip Man, como en los diferentes clanes y escuelas. No es una simple película de artes marciales, y mucho menos una película de acción; y aunque vale destacar que las peleas están maravillosamente filmadas, la historia se centra en la esencia de la disciplina, en cuestiones como el equilibrio, el balance, el interior del individuo, y aún en la ética de la lucha. Es la historia de un hombre con una vida tan interesante como difícil, pero que supo mantener sus ideas y conocimientos, a pesar de todos los cambios que debió atravesar, y supo transmitirlos convirtiéndose en un gran maestro. Pocas veces se vieron en el cine peleas de artes marciales filmadas con tanto detalle, y tan poca ayuda de los efectos especiales; las peleas son poéticas, y no están centradas en el impacto, sino en lo estético (incluso los colores cambian durante la película según las diferentes etapas que va viviendo el protagonista). Si bien la película es visualmente impecable, por momentos el guión es un poco flojo: el relato se hace lento, y hay largos diálogos que parecen no llevar a ninguna parte; cosa que no compromete demasiado el disfrute de este filme.
Kun fu y melodrama “El kung fu es una competencia de detalles. Si rompo algo, usted será la vencedora”, responde desafiante, pero con mucho respeto, el personaje de Tony Leung al de Zhang Ziyi. Ella había expresado sus reparos sobre un enfrentamiento entre ellos que destruiría un precioso salón. Wong Kar-wai hace caso al lugar común que asegura que quienes se pelean en realidad se aman, y este duelo entre dos imposibles amantes, que a lo largo de ese impresionante combate tienen especial cuidado de no arruinar ni una pieza de la antigua vajilla de porcelana china, es la mejor secuencia de El arte de la guerra. En esa lucha coreografiada como un baile, y con más ánimo de amar que de destrucción, salta a la vista que El arte... es como todas las películas de artes marciales. A diferencia de buena parte del género, Wong Kar-wai no reserva el momento inolvidable de su película para el final (aunque allí habrá otra agradable sorpresa). El arte... narra la leyenda de Ip Man, quien se convertiría en el mentor de Bruce Lee, pero este traje de kung fu que viste orgullosa la película sirve como disfraz para contar la historia de China a través de un romántico melodrama, especialidad del director. Por más que Wong Kar-wai vuelva a las artes marciales, el director de Felices juntos no se desentiende de su interés melodramático, su pasión por la Historia ni de sus llamativos encuadres llenos de colores saturados. El arte... combina el romanticismo de Ang Lee en El tigre y el dragón, la obsesión pictórica de los combates de Zhang Yimou en Héroe y la mítica épica de Takeshi Kitano en Zatoichi, por nombrar éxitos de las artes marciales que impusieron una curiosa mezcla entre pretensiones artísticas elevadas y algunas piñas por debajo del cinturón. La pelea inicial, donde Ip Man enfrenta a un sinfín de oponentes, es un problema que el cineasta no termina de resolver. No tanto en ese exceso visual que implica detenerse en cómo una cabeza y una pared se parten al mismo tiempo, como en la decisión de contar la vida de Ip Man retrocediendo los tiempos de la historia desde ese punto, privando al espectador de la tensión por esa y otras peleas. Ip Man aclara: “El kung fu tiene dos caracteres, uno horizontal y otro vertical. Los que están equivocados, caen; y el único que tiene razón es el que queda en pie”. El melodrama histórico se alza en El arte ..., una película donde el poder de noqueo de Wong mandó a la lona al mismísimo kung fu.
El prolífico cineasta chino Wong Kar Wai se aleja (aunque solo un poco) de los dramas románticos a los que nos tiene acostumbrados para traernos una épica aventura de acción que también funciona como carta de amor a las artes marciales. El Gran Maestro Inspirada en la vida Ip Man, el legendario maestro del kung-fu, la historia se centra en la revolución y posterior caída de la última dinastía china. Pero fue durante estos tiempos de caos, guerra y división que las artes marciales vivieron una época dorada. El poder de la imagen Aunque el titulo con el que decidieron estrenar el film en nuestro país no está del todo errado, es su nombre original, El Gran Maestro, lo que nos da una mejor idea general de la película. El Arte de la Guerra se centra, en su mayoría, en la vida de Ip Man, un hombre que revolucionó la técnica entre el comienzo y mediados del siglo XX y que sirvió como maestro Bruce Lee, la primer súper-estrella de las artes marciales. Estando frente a un film de Wong Kar Wai creo que es seguro decir que este no es un film de acción más. Sí, hay peleas, y muchas. Pero Kar Wai aprovecha la oportunidad para explorar sus temas favoritos: el amor y la soledad. La película abarca una buena cantidad de años en la vida de Ip Man, desde su juventud hasta su posterior conversión en “El Gran Maestro” al que hace alusión el titulo original. Wai hace un gran trabajo acompañando a este personaje durante su tumultuoso camino, aunque los problemas comienzan cuando la trama decide centrarse en su esposa Gong Er, interpretada por Zhang Ziyi. Si bien estos problemas no son suficientes para arruinar el relato, lo cierto es que el desarrollo del personaje interpretado por Ziyi nunca llegó al nivel de profundidad al que si llegó Ip Man, y es durante los momentos en que la historia se centra en ella cuando se siente que el film lentamente comienza a caer en una planicie narrativa. No solo la historia de Gong Er no está suficientemente tratada desde un comienzo, sino que la realidad es que tampoco es tan interesante como la de Ip Man. A diferencia de otros films de acción que se centran en este mismo personaje, Wai aquí también posa su mirada en el momento histórico que atravesaba China por ese entonces, volviendo así a la película en un drama histórico y político, que se entremezcla con la acción y el drama personal de sus figuras centrales. Y aunque El Arte de la Guerra tiene una duración superior a las dos horas, es inevitable que la trama se sienta un tanto convulsionada. Wong Kar Wai es un director muy visual y la belleza de sus films nunca es un dato mejor. Aunque en esta oportunidad no contó con Christopher Doyle, su usual director de fotografía, el trabajo de Philippe Le Sourd, su “remplazo”, es impecable. Haciendo un rápido repaso por su filmografía, me arriesgaría a decir que junto a Con Ánimo de Amar esta es la película que mejor se ve. Las coreografías de pelea son, sin lugar a dudas, otro punto fuerte del film. Filmadas con precisión, denotan un profundo amor por las artes marciales. La forma en que Wai decide mostrar las escenas de acción se asemeja mucho a El Tigre y El Dragón, donde los personajes desafiaban las leyes de la física y gravedad, aunque en esta oportunidad está un tanto más controlado. Conclusión Aunque a nivel relato Wong Kar Wai por momentos toma caminos cuestionables, la belleza de su fotografía y escenas de acción que dejarán a más de uno sin aliento hacen de El Arte de la Guerra una más que digna incorporación a su ya más que brillante filmografía. Pero quienes vayan en busca de una película que avance a fuerza de piñas y patadas, prepárense para salir desilusionados. - See more at: http://altapeli.com/review-el-arte-de-la-guerra/#sthash.KJluyPqk.dpuf
Mirada artística a maestro del kung fu Antes de dedicarse de lleno al más snob cine de "qualité pensado casi exclusivamente para el circuito de festivales de Occidente, Wong Kar-wai se destacó en la industria del cine de Hong Kong por darle genuinos matices autorales a films de género como los policiales negros "Days of Being Wild" y "As Tears Go By" o la épica de espadichines y artes marciales "Cenizas del tiempo" ("Ashes of time/Dung che saiduk"). En aquellos días Wong Kar-wai se preocupaba por la coherencia argumental y dramática, y no dependía tanto de la fotografía formidable de su eterno co-equiper australiano Christopher Doyle. Luego, ya convertido en el astro del cine de arte, la veta encontrada por este director consistió siempre en acentuar todo en el snobismo y los toques personales, dado que aparentemente de eso dependía su estrellato. Con "El arte de la guerra" el director chino favorito de quienes jamás verían un buen film chino da un paso en la dirección correcta, centrándose en la historia del maestro de kung fu que unificó dos vertientes distintas de las artes marciales, perfeccionándolas al punto de convertirse en el verdadero maestro del mismísimo Bruce Lee. "El arte de la guerra" tiene la capacidad de aburrir tanto a los dispuestos a soportar algo parecido a "Con ánimo de amar" como a aquellos que crean que en manos de Wong Kar-wai una historia verídica sobre la génesis del kung fu podria parecerse a "El tigre y el dragón". Como dijo Truffaut, "algunas películas son aburidas, incluyendo las mejores", y la verdad es que "El arte de la guerra" no tiene una sola imagen que baje de lo formidable (esto a pesar de que el director ya no cuenta con la fotografía de Doyle, suplantado por Philippe Le Sourd, el francés descubierto por Ridley Scott en "Un buen año"). Tony Leung sabe a la perfección cómo afinar las delirantes ideas de puesta en escena del director que lo dirigió en "Happy Together". Justamente, durante aquel rodaje en la Argentina se supone que Kar-wai concibió este proyecto, que curiosamente en algunos momentos perturba por la presencia de violines semitangueros inadecuados para un relato ambientado en la China de mediados del siglo pasado. Los detalles rigurosos sobre kung fu insisten en la importancia de las "64 manos", y los momentos snob, con los personajes hablando sin mirarse, pueden ser insoportables o graciosos según el ánimo de cada espectador. Lo que no cabe duda es que cada explosión de kung fu incluyendo una antológica escena amorosa- quita el aliento.
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Bellos recuerdos de Bruce Lee En "El arte de la guerra", el cineasta chino Wong Kar Wai, el mismo que hace varios años atrás filmó en el barrio de San Telmo "Felices juntos" (Happy together), se apoya en la vida de Ip Man (China, 1893-1972), el maestro de Bruce Lee, para detallar parte de la vida de este experto en kung fu. El filme parte de 1936, cuando Ip Man tiene algo más de cuarenta años y en momentos en que Japón invade China y el país vive una etapa de transformación. En medio de ese clima enrarecido por los cambios políticos y sociales, Baosen (Mancheung Wang), un maestro de artes marciales busca a su sucesor y lo encuentra en Ip Man. Pero su hija Gong Er (Ziyi Zhang), entrenada en el estilo Ba Gua y única conocedora de la figura mortal de la llamada "64 manos", no está muy de acuerdo con esta elección y se enfrenta en un encarnizado duelo de artes marciales con Ip Man. LA COMPETENCIA Si a Ip Man no hay quien logre vencerlo en el arte del kung fu, lo mismo ocurre con Gong Er y la escena en la que puede verse a ambos, compitiendo es una de las más logradas de la película. A partir de ese momento, Kwong Kar Wai incluye un tema que es de su absoluto interés, la consolidación del amor que nace a partir del odio, o la dignidad y el honor, o una venganza, finalmente eso es lo que sucede entre Ip Man y Gon Er. Si bien el filme está promocionado como una biopic sobre Ip Man, va mucho más allá y Wong Kar Wai, consigue un testimonio en el que mezcla el amor y un rotundo homenaje a las películas de artes marciales de las décadas de los "70 y 80. Un detalle a tener en cuenta es que nunca aparece un personaje que represente a Bruce Lee, del que se dijo era discípulo de Ip Man. SESGO PRECIOSISTA "El arte de la guerra" es una película preciosista, en cuánto al tratamiento de sus imágenes, su fotografía y el empleo de la iluminación, a la vez que resulta deslumbrante en el tratamiento y los ángulos de cámara que el director le da a cada escena en la que debe mostrar las complejas coreografías de artes marciales. Con este filme, visualmente admirable, el cineasta nacido en Shanghai en 1958, concreta un rompecabezas que si bien por momentos se vuelve confuso, por todo el material que decidió incluir, entre ellos, hechos políticos, que pueden resultar ajenos al espectador poco informado, lo cierto es que la labor de los actores es impecable. Entre ellos se destacan el siempre eficiente Tony Leung y también Ziyi Zhang.
EL ARTE, MÁS ALLÁ DE LA GUERRA Cuando hace poco más de una década asomaron El tigre y el dragón (Ang Lee), Héroe y La casa de las dagas voladoras (ambas de Zhang Yimou), las artes marciales comenzaron a salirse del molde del cine clase B de mera acción física para combinarse con los efectos especiales y los virtuosismos técnicos y estéticos del cine arte (uno de los tantos cruces y mutaciones que sufrieron los géneros cinematográficos en los últimos años). Lo de Wong Kar Wai (1956, Shangai, China) en El arte de la guerra es parecido pero diferente: echa una mirada sobre míticas figuras del género (Ip Man, mentor de Bruce Lee, y su propio maestro Baosen) sin desdeñar frenéticas luchas cuerpo a cuerpo, pero lo hace con su propia concepción del cine. El recorrido por la historia de estos pesonajes y de China –el film transcurre durante los años ’30 y ’40– termina resultando, finalmente, algo parecido a estar viendo, todo el tiempo, momentos reales o imaginarios por un calidoscopio. Quien haya visto cualquiera de las películas de Kar Wai (como las inolvidables Con ánimo de amar y Felices juntos, filmada en 1997 en varios lugares de Argentina) sabrá que lo suyo es puro estilo, experiencia sensorial, piezas refulgentes ligadas de manera casi videoclipera. Toda El arte de la guerra es una sucesión de cerrados planos muy breves generalmente con la cámara inclinada, algunos fugaces travellings, tomas en ralenti y un despliegue escenográfico que no se basa en la acumulación o en el lujo sino en el ejercicio de un minucioso trabajo de composición, con los bordes de puertas o ventanas, carteles luminosos y cortinas de cuentas de colores contribuyendo a un barroquismo que seduce al espectador sin comprometerlo afectivamente y, al mismo tiempo, estimula la dispersión. Queda claro que al realizador le interesan menos los viriles combates o los cambios políticos y sociales (hay fragmentos documentales que irrumpen como interferencias en un sueño) que lo que sienten sus personajes o, más aún, la belleza plástica que puede lograr enmarcándolos, ensombreciéndolos, acercando la cámara a sus rostros o sus cuerpos. El plan satisface a medias, y ni la música trepidante ni los textos explicativos que aparecen cada tanto ayudan a darle vida a esta filigrana. De hecho, no llega a entenderse del todo lo que pasa o lo que se cuenta, lo cual no sería un problema en un film deliberadamente antinarrativo o entregado al lirismo romántico, como ocurría en Con ánimo de amar. Por ello, las más de dos horas de duración terminan siendo un lastre. En el saldo positivo del balance quedan momentos de cegador esplendor visual gracias a los trucos de Kar-Wai y su fotógrafo Philippe Le Sourd, y la búsqueda por transmitir, eventualmente, vívidas sensaciones: el paladeo de una taza de té o de una cucharada de sopa, la fragancia de una espiral encendida, las caricias a un tapado de piel, el contacto con el agua y la nieve atravesando sitios hipnóticamente artificiosos. Destellos de vitalidad en medio del frío moisaco.
“El arte de la guerra” resume las luces y las sombras del particular universo de Wong Kar Wai, uno de los directores más elogiados de las últimas décadas. El realizador de “Happy Together” y “Con ánimo de amar” se inspiró esta vez en la biografía de Ip Man, el maestro de Bruce Lee, antes de que se convirtiera en el mentor de la estrella de las artes marciales. La historia comienza en los años 30, en el sur de China, cuando reinaban las peleas entre los distintos estilos de kung fu, hasta que después estalla el drama de la ocupación japonesa. Sin embargo, esta no es una biopic convencional, y tampoco es una película de artes marciales propiamente dicha. Wong Kar Wai se concentra más en la filosofía que envuelve al kung fu, y cómo ésta marca a sus personajes. El director termina imponiendo su estilo, para bien y para mal. “El arte de la guerra” es visualmente impactante: las peleas son pequeñas películas mudas en sí mismas y algunas secuencias son para coleccionar. El hongkonés también hipnotiza con esa delicada tensión erótica que flota entre sus protagonistas, otro amor imposible (como en “Con ánimo de amar”) separado por la distancia y las circunstancias históricas. El único y gran problema de “El arte de la guerra” es que falla en la narración. La historia de Ip Man queda muchas veces desplazada por la de Gong Er (la hija de un maestro de kung fu interpretada por la inquietante Zhang Ziyi), y en ese sentido la película parece desbalanceada, porque la figura del supuesto protagonista pierde interés. Además, cuando el director intenta unificar las historias al final, queda la sensación de que las conclusiones llegan demasiado tarde.
La meseta de Wong Kar Wai Hay realizadores a los cuales en algún momento se los come su propia personalidad, se los devora el personaje que ellos mismos supieron crear. Empiezan a repetirse, a regodearse en sus capacidades, hasta convertir sus virtudes en defectos. Encuentran de esa forma su techo: quizás siguen siendo interesantes, pero a la vez no pueden ofrecer algo nuevo, incluso cuando abordan géneros o temas que supuestamente no son los habituales en su cine. Les ha pasado, en mayor o menor medida, a cineastas como Terrence Malick, M. Night Shyamalan, Jean-Luc Godard o Michael Haneke. Uno, crítico, suele manifestar su cansancio con estos egos que en cierto momento se disparan hasta las nubes, y señala que la autoestima y hasta la megalomanía pueden ser necesarias para impulsar una filmografía y cimentar el punto de vista de un director, aunque es clave hacerse cargo de las responsabilidades propias. Nosotros, los críticos, contribuimos, y mucho, a inflar a ciertos directores, celebrándolos y defendiéndolos a capa y espada no sólo cuando se lo merecen, sino incluso cuando no es pertinente, casi porque sí, o porque también ponemos cierta pulsión egomaníaca en nuestros textos. Y luego atacamos salvajemente, sin transiciones, pasando del amor al odio sin mucha justificación. En base a lo dicho anteriormente, no está mal decir que Wong Kar Wai es un enorme director, uno de los grandes nombres de todo el cine mundial de las últimas dos décadas y que ha sabido entregar películas maravillosas, como Felices juntos, Chunking Express y Con ánimo de amar, pero desde 2046 viene repitiéndose, girando sobre sí mismo, demasiado preocupado por resaltar cada aspecto de los movimientos de los cuerpos, por el peso espacio-temporal de cada plano y el preciosismo de la puesta en escena, cediendo a los peores vicios del cine qualité. El arte de la guerra viene a confirmar esa caída en la filmografía del realizador, desperdiciando una gran chance de abordar el género de las artes marciales desde otra perspectiva, y encima con la historia de Ip Man (Tony Leung), quien fue el mentor de Bruce Lee. El film pretende ser mucho más que una acumulación de peleas, aunque al final termina siendo una acumulación de disputas políticas, familiares y culturales, con la China ocupada por Japón durante la Segunda Guerra Mundial como trasfondo. A Wong Kar Wai lo pueden sus obsesiones estéticas y lo que queda es un relato que es pura cáscara, sostenido sólo en el carisma de Leung y de Ziyi Zhang como Gong Er, con quien Ip Man establece una particular relación. Si Con ánimo de amar se alimentaba del Hong Kong de los sesenta, agregando significaciones y lecturas, a su nueva obra su contexto histórico la frena en vez de impulsarla. Tampoco es cuestión de decretar la total decadencia de Wong Kar Wai o tacharlo de la lista de cineastas interesantes. Pero no deja de ser cierto que su perfeccionismo formal le está quitando espontaneidad, llevando a que su cine sea previsible y mecánico. Sigue siendo un autor con un estilo único y reconocible, lo cual no es poco. Despojarse un poco de la pose y volver a sus fuentes no le vendría mal para salir de la meseta creativa en que se encuentra.
Hay en “El Arte de la Guerra” (China, 2013) un interés por parte de su realizador, Wong Kar Wai, de narrar los acontecimientos históricos posteriores a la caída de la última dinastía imperial a través de coreografiadas escenas de lucha marcial, pero no sólo eso. En esta película, que abrió el Festival Internacional de Berlín, el kung fu, todo el que se puedan imaginar, es sólo una excusa para contar lo principal, una épica historia de amor entre Ip man (Tony Leung), el legendario maestro de Bruce Lee, y Gong Er (Zhang Ziyi). ¿Y cómo llegamos a esto? Pues porque Ip Man será el sucesor de Baosen, el jefe de la Orden de las Artes Marciales Chinas, y dejará a su familia en Foshan para poder asumir su cargo y allí conocerá a Gong Er, hija de Baosen, quien no sólo lo abrumará con su exótica belleza, sino que además lo deslumbrará con su conocimiento y manejo de los 64 movimientos de manos del Ba Gua (una variante del Kung Fu). Igualmente no todo será color de rosa porque asesinado Baosen y ocupación japonesa de China mediante, el país se dividirá (Norte vs Sur) y la miseria hará que los protagonistas tomen decisiones que los harán alejarse por un tiempo, no sólo de su amor, sino de las artes marciales. the-grandmasters-wong-kar-wai-_05 Si bien Baosen dejo en claro, con sus últimas palabras, que no deberían buscar venganza, Gong Er nunca permitirá que quede impune el asesinato de su padre. “Tanto en la vida como en el ajedrez, una vez que se mueve una pieza no hay vuelta atrás”, dicen, y lo toman como premisa de vida. Entonces “El Arte…” pasa de una mera narración de hechos históricos con el kung fu como trasfondo, a una historia no sólo de amor, sino de venganza. “Si no vengo su muerte nunca estaré en paz” declama Gong Er y dirige todas sus acciones hacia ese fin. Y en cierta manera a Ip Man le pasará algo similar, dado que toda su familia es asesinada en medio de la guerra. Por momentos, y dejando a los 2 protagonistas de lado, podemos comparar a “El arte…” con una novela compleja, ya que Kar Wai introduce las historias de “Navaja”, un asesino que terminará con un salón de belleza, o del mismo asesino de Baosen y todas sus miserias sin relacionarla con Ip Man y Gong Er. Grandmaster_03 Como siempre, Wong Kar Wai, cuenta una historia intimista, y más allá de que esta sea su primera superproducción, sigue respetando un estilo de cámara expectante y envolvente. Los actores y las acciones se presentan sin un artificio previo, excepto, claro está, cuando se multiplican las escenas de acción. Estas secuencias son plasmadas con primerísimos primeros planos y planos detalles de manos y pies que generan un gran atrayente visual. Un interés que es necesario a la hora de “digerir” las más de dos horas del metraje. Una de las más bellas escenas sucede en la nieve. Baosen practica movimientos y Gong Er, desde dentro de la casa, comienza a internalizar cada uno de ellos. Los típicos cerezos, la nieve y las caras de los actores a través del biselado de los vidrios, estremecen. Quitando de lado la excesiva utilización de la cámara lenta y la cursi utilización de la música para interpelar a los espectadores, “El arte…” logra en su impacto visual su mayor aporte.
PELEANDO POR AMOR Wong Kar Wai (Happy Together, Con ánimo de amar) se toma su tiempo entre cada película. Y eso se nota en lo que filma. Prefiero considerar al director hongkonés un autor antes que una marca de estilo. Sus cintas claramente pueden ser reconocidas sin leer sus créditos. Pero lo que las emparenta no sólo tiene que ver con la superficie textual (su estética visual) y los procedimientos cinematográficos a los que recurre con insistencia sino también con una forma de ver la vida, una cosmovisión de mundo (eso que llamamos ideología) que tiñe cualquier tema que filme. Una idea del amor de la que no reniega ni se avergüenza. El arte de la guerra cuenta la historia del Gran Maestro de la Orden de las Artes Marciales Baosen en busca de su sucesor. Es 1936 y China es ocupada por Japón. Cada escuela de Artes Marciales pretende imponerse e imponer su postulante. La disputa entre el arrogante joven “adoptado” por el Gran Maestro, su verdadera hija Gong Er y el extraño Ip Man (que será tiempo después el mentor de Bruce Lee) reflejará las peleas y las alianzas que la Historia (política y social) tensará durante esos 8 años. Kar Wai no se detiene en desarrollar la narración siguiendo puntualmente los hechos sino que construye elipsis y continuidades que forman retazos o trazan una narración fragmentada que requiere la atención del espectador para, más que aprender como de un manual, captar los lazos que el filme quiere hacer aflorar. Nuevamente, pero en este caso tras la fachada de una película de artes marciales, son el amor imposible y el deseo que no se puede consumar (por definición) los que tejen las relaciones y patinan las historias de una nostalgia y una melancolía insuperables. Cada puesta en escena, cada encuadre, cada lucha ralentizada filmada como un ballet, cada objeto en plano detalle, cada roce de una tela, cada gota de lágrima o de sangre que vemos caer, es puro placer que destila la pantalla, una estética que no se realiza en el esteticismo vacuo sino que se engarza en los sentimientos que los protagonistas no pueden dejar salir de sí. No importan los destinos que se muestran como irrevocables porque apenas son un juego de los dioses para el Occidente, en el Oriente la voluntad de los individuos se amalgama con la naturaleza y nada de lo que suceda le es ajeno a ninguno de los elementos en pugna. Nada más triste que aquello que no quisimos que pudiera ser. Por Javier Luzi redaccion@cineramaplus.com.ar
El director Wong Kar Wai vuelve con una obra ambiciosa. Luego de su fallida escala en Hollywood (El sabor de la noche, 2007) Wong Kar Wai nos aclara que su genio no tiene límites. El arte de la guerra es una obra ambiciosa, donde talento y belleza se reúnen para cautivarnos con otra historia de amor. Aquí el director hongkonés nos demuestra secuencia a secuencia que el cine es, ante todo, un arte. La obsesión por la perfección de su trazo se hace presente desde el minuto cero. Cada plano parece haber sido pensado y estudiado hasta el hartazgo. La edición habrá sido una pesadilla, de hecho se dice que tomó alrededor de un año. Definitivamente, si algo tenía claro Wong Kar Wai al filmar El arte de la guerra (título local para The Grandmaster) era que no se iba a conformar con sólo posar su cámara y dejar que la imágenes fluyan. Esa obstinación encuentra en este relato su máximo exponente. Por poner tan sólo un ejemplo, la secuencia inicial que dura alrededor de tres minutos, una joya de la coreografía marcial, tardó un mes en ser filmada. Sin contar los cuatro años de clases de Kung Fu estilo Wing Chun, que la superestrella del cine asiático Tony Leung (Infernal affairs, Felices juntos) tuvo que tomar para realizarla y durante los que sufrió dos fracturas. Esta superproducción brilla por sus escenarios y ambientación, sus actores, sus coreografiados combates y por el tiempo que el director se tomó para su realización, fueron alrededor de 10 años, pero que valen la pena cuando vemos sus resultados proyectados en la gran pantalla. WKW quería un corte que durara al menos cuatro horas, quizás en alguna edición en Blu-ray podríamos verlo. Sin embargo, en las salas se puede disfrutar de un film de 130 minutos. Que tiene la particularidad de incluir tres escenas de un personaje llamado Navaja (Razor) que parece no encajar mucho en el relato, pero que fue interpretado por Chen Chang, el tercer actor mejor pago del elenco. Aquí la grandilocuencia le jugó una mala pasada al director de 2046; en esa versión extendida tenía mucho más sentido la inclusión de este personaje. Quizás un punto en contra de semejante film pero que no empaña el resto de sus virtudes. El arte de la guerra arranca situándonos en China durante los años 30, para contarnos la historia de un hombre rico que por culpa de la invasión japonesa lo pierde todo: el dinero primero y luego su familia. La vida sólo le dejó el Kung Fu. Que sea un relato sobre el Kung Fu y con grandes escenas de este arte marcial no significa que el relato se circunscriba o limite al enfoque de esa disciplina. El foco aquí está puesto en su filosofía, en ese momento de la historia china y la tácita historia de amor de los protagonistas: Tony Leung y la bellísima Ziyi Zhang (El tigre y el dragón, Héroe). Las luchas son un adorno, un gran ornamento, que poseen una composición asombrosa que el director resalta, aún más, con cada plano detalle y su típica aceleración o ralentización de la cámara. Una vez más WKW encuentra una excusa para seguir explorando las vicisitudes del amor. Como en sus películas anteriores, nuestro inconsciente colectivo cinematográfico no podrá ser impermeable a la belleza de su labor.
Como esas estelas hipnóticas de sangre blanca El cine es un arte sensorial, estimulante, capaz de provocar efectos imprevistos, poéticos, abstractos. El cine de Wong Kar-wai conoce mucho de estos aspectos. Si se trata de pensar rápidamente cuáles de sus películas han dejado un recuerdo encantado con toda probabilidad aparecerán Happy Together y Con ánimo de amar. Con mayor y menor fortuna, su obra ha transitado un mismo sendero de búsqueda estética, de placer visual, de maneras formales ya características: planos bellos de por sí, con un trabajo de luz que destaca detalles, con variaciones de velocidad en los movimientos y el consecuente falso raccord; en suma, un montaje rítmico donde, podría pensarse -y quizás sea éste el caso de 2046, su continuación de Con ánimo de amar- la belleza visual corre el riesgo de situarse por encima de lo que se narra. Por eso mismo, lo extraordinario del realizador hongkonés ocurre cuando, mientras poetiza y abstrae, cuenta una historia. Y lo que se cuenta en El arte de la guerra es la historia de vida de Ip Man, de quien sobresale como comentario anecdótico -que habla por sí mismo- haber sido el primer maestro de kung fu de Bruce Lee. El film se sitúa en el período previo, en donde Ip Man aparece como síntesis de su contexto, con la Segunda Guerra como telón de fondo bestial. Pero lo que de veras importa, aquello sobre lo que la película dice, como en tanto cine de Wong Kar-wai, es acerca de la relación no consumada, melodramática, de una pareja. Entre Ip Man (Tony Leung) y Gong (Ziyi Zhang) se construye el lugar que el film es: miradas, deslices, decires, que se reprimen desde los lugares sociales que se ocupan o desde la disciplina marcial asumida. Cuando el kung fu los convoque por vez primera, la pelea será una danza de seducción, una sucesión de caricias disfrazadas de golpes, un beso que no es más que su imposibilidad. Pelea que es el nudo del film, y que explica la necesidad de las demás escenas de lucha, previas y posteriores, que la película propone. Cada una, una experiencia a disfrutar. En este sentido, podría situarse a El arte de la guerra en un lugar a ocupar junto a otros films como El tigre y el dragón (Ang Lee) o la trilogía de Zhang Yimou, pero con la diferencia distintiva que significa la poética del realizador. Las artes marciales son parte del espectáculo que la película de Wong Kar-wai propone, pero también, y sobre todo, expresiones sentimentales, plenas de odio, amor y venganza. Una de las mejores será el prólogo que supone el enfrentamiento prometido entre Gong y el traidor a su familia: en el andén de la estación ferroviaria, entre la nieve apilada y su caer, con una espada que traza heridas en los abrigos abultados, para que las estelas del algodón interno dibujen bellísimas líneas de sangre blanca. Algo parecido a la hipnosis sucede mientras la acción transcurre. Para salir del letargo, la película debe terminar. Lo que culmina por demostrar que Ip Man es lo que se vio: una confusión histórica y mítica, el mejor de los héroes de una película de artes marciales, y apenas otro de los personajes sentimentales en la filmografía de este notable cineasta.
Derroche técnico y esteticismo a ultranza Es el año 1936, en China, país que está históricamente dividido en Norte y Sur, regiones repartidas entre clanes familiares que tienen sus propias tradiciones para mantenerse en el poder y también para delegarlo. En Foshan, ciudad sureña, el Gran Maestro Baosen busca un sucesor y lo encuentra en Ip Man, maestro de Kung Fu del estilo Wing Chun, quien lleva una vida próspera. Ip Man tiene unos cuarenta años de vida, está casado con una mujer muy distinguida y tiene dos hijos. Se considera un hombre feliz. La hija de Baosen, Gong Er, asiste a la ceremonia de sucesión, en la que su padre es derrotado por Ip Man, y como ella también es maestra de artes marciales, del estilo Ba Gua y única conocedora de la figura mortal de las 64 manos, decide reivindicar el honor familiar, luchando a su vez con Ip Man, a quien consigue derrotar. Poco tiempo después, Baosen es traicionado y asesinado por uno de sus discípulos, hecho que vuelve a desafiar a Gong Er, quien no piensa en otra cosa que en vengar la muerte de su padre. Entre 1937 y 1945, la región se ve sacudida por la ocupación japonesa, que a sangre y fuego instala un gobierno títere. Precisamente, el elegido por los japoneses para ocupar ese lugar es quien asesinó a Baosen. Las diferentes escuelas de artes marciales entran en un período de oscuridad, caos, intrigas y divisiones, que debilitan más a los chinos. Algunos huyen a Hong Kong, que estaba bajo el dominio de la corona británica. Es una época de mucha convulsión política y social. En ese marco, transcurre la historia de la película de Wong Kar Wai. Basándose en personajes de la vida real, el talentoso director chino ofrece su mirada particular, para rescatar del olvido a quien fuera el maestro mentor de Bruce Lee, el enigmático Ip Man, quien logra cautivar a la hija de Baosen. Con el estilo preciosista que lo caracteriza y un lenguaje que pareciera querer llevar al cine la caligrafía del ideograma, Wong Kar Wai logra una síntesis, mediante un esteticismo visual impactante, de los temas y valores que estaban en juego en ese momento. En esa época, China es un pueblo invadido por otro extranjero, sus tradiciones entran en crisis, las disputas internas se ven exacerbadas por la intervención foránea, y muchos clanes se ven diezmados hasta desaparecer. El relato entrelaza las rencillas generacionales, más las luchas territoriales, con una historia de amor imposible. Una trama en la que la lealtad, el valor, el honor, se ponen en juego ante la adversidad, y algunos personajes sucumben a una crisis que se instala en lo profundo del espíritu de la cultura china, en la primera mitad del siglo XX. Se puede decir que nadie resulta indemne y cada uno se adapta a los nuevos tiempos como puede, en tanto que muchos perecen, arrastrados por la fuerza de los acontecimientos. Sin embargo, las circunstancias, por más dolorosas que fueran, produjeron un efecto hasta entonces impensado: la difusión y la propagación de las artes marciales chinas por todo el mundo, a través de sus diversos estilos y escuelas. En “El arte de la guerra”, de Wong Kar Wai, hay mucha información concentrada en un poco más de dos horas, en la que los símbolos y los detalles adquieren una importancia relevante y configuran la estructura compleja del relato, donde historia, arte y filosofía conviven de manera vibrante.
El arte de amar ¿Qué lleva a un director con los antecedentes encomiásticos que Wong Kar Way posee por merito propio, incluyendo un pequeño traspié en su prodigiosa carrera, a realizar un filme sobre artes marciales? Esta pregunta ronda en mi cabeza desde el primer fotograma, y a medida que avanza el relato más claro se hace que el sub-genero de las artes marciales le funciona, a la perfección como una genial excusa. Esto pensado, elaborado, interpretado y entendido luego de la última imagen del film. La respuesta más clara que se me cruzo inmediatamente, y a posteriori de ver la película, es que nunca dejo de ser cine de autor, él esta desde sus obsesiones puesto en juego, se lo podría resumir citando su opus “Con ánimo de amar” (2000) y lo que se pudo leer como la continuación “2046, Los secretos del amor” (2004), ya que los personajes son los mismos en ambas. En términos de definiciones se podría abreviar diciendo que el director hongkonés no enfrenta a la frase “nadie te va amar como quieres que te amen”, casi parafraseando la tan mentada “nadie te va amar como yo” dicho mil veces, nunca pudiéndose aplicar en el orden de la certeza. Lo que continúa como estructura y producción es una pequeña joya de estilismo, aplicando todos los recursos cinematográficos que conoce, maneja y los muestra a su alcance, empezando con la historia propiamente dicha, basada en un personaje de existencia real, Ip Man (Tony Leung). El andamiaje que sustenta la historia son principalmente el diseño de montaje, haciendo, eso si, casi abuso del ralenti y conjuntamente el montaje sonoro, (toda una clase magistral de cómo debe hacerse) en específico y sobresaliendo en las escenas coreografiadas de peleas, casi ballet, sumándole las elecciones de la posición de cámara, que nunca aparece como simple testigo, de la que depende el poder apreciar la extraordinaria puesta en escena, con la impecable dirección de arte, de la que se destaca la fotografía. Pareciera ser como es su costumbre que todo esta diagramado, pensado, sin dejar nada librado al azar, es verdad, todo es ficción, eso también lo deja bien claro, al mismo tiempo que demuestra ser uno de los pocos directores poseedores de virtuosismo visual en el cine actual. Lo que realmente se agradece es que no sea esteticismo hueco, vacuo, tal cual lo fue “El Tigre y el Dragón” (2000), dirigido por Ang Lee, a diferencia del director taiwanés, en “El Gran Maestro”, titulo original de la producción que nos convoca, no hay personas que vuelan, saltos ornamentales, ni imágenes “bellas” gratuitamente, aquí todo esta puesto con una única finalidad, la progresión dramática. El relato comienza en China, transcurre el año 1936, el Gran maestro Baosen, es el jefe supremo de la Orden de las Artes Marciales Chinas, ya de edad avanzada busca su sucesor, no lo puede ver en su hija, cuestiones culturales casi del orden de lo prohibitivo, o de la misoginia si se quiere. Durante la ceremonia de despedida, a la que asiste su hija Gong Er (Zhang Ziyi), maestra del estilo Ba Gua y única en conocer la figura mortal de las 64 manos, al igual que los posibles sucesores, entre los que se encuentra nuestro héroe, Ip Man, maestro legendario de Wing Chun, quien luego sería el maestro de artes marciales del malogrado Bruce Lee. En un mismo acto nos presenta la trama principal y la subtrama, pero no en orden de calificación de las mismas, ni siquiera en importancia, esto es casi el solitario ítem que le deja al libre albedrío del espectador, por un lado el enfrentamiento con sus contrincantes, todos del sur, por el puesto de poder de Baosen, por otro, la historia de amor que se asoma entre Ip man y Gong Er. Posteriormente, el Gran maestro Baosen es ultimado por uno de sus discípulos que se siente traicionado al no ser elegido. A todo esto, la historia ya conocida, entre 1937 y 1945 se produce la ocupación japonesa que hunde a la nación en el desconcierto. Segmentaciones e intrigas aparecen en todas las escuelas de artes marciales, forzando a Ip Man y Gong Er a tomar medidas en procura de su propia supervivencia y que terminaran por modificar sus proyectos, sus vidas para eternamente. Todo esto, como queda dicho, en una hechura que es placer audiovisual por excelencia.
Entre la belleza y la nostalgia La historia de este filme comienza en Foshan y concluye en Hong Kong, de donde es el director Kar-Wai, y se desarrolla desde 1936 hasta 1953. Entre ambas fechas se produjeron acontecimientos trascendentes para China. Por ejemplo, la invasión y ocupación de ese país por Japón (1937-1945); la guerra civil (1945-1949) entre las fuerzas del Partido Comunista conducido por Mao Tse Tung y los nacionalistas de Chang Kai-Shek; y la proclamación de la República Popular el 1 de agosto de 1949. Con este telón histórico de fondo, Kar-Wai narra la trayectoria de Ip Man y Gong Er, quienes representan dos estilos del kung fu. Ip Man es un maestro del wing chun y un personaje real, legendario y muy popular en China, entre cuyos méritos figura el haber sido mentor de Bruce Lee. Gong Er es una joven de veinte años, maestra del estilo ba gua y la única que conoce la figura de las 64 manos, que aprendió de su padre, el gran maestro Bao Sen, quien preside la Orden de las Artes Marciales de China y ha decidido retirarse y dejar un heredero. Ip Man y Gong Er se conocen en esa instancia. Ella sostiene que el camino hacia la maestría del kung fu registra tres etapas: ser, conocer y hacer, y reconoce que no ha logrado superar la segunda. Sin embargo posee el título de maestra, porque al igual que su padre, nunca perdió una pelea. De él, dice, aprendió el código de honor del kung fu. Cuando Bao Sen es asesinado por su discípulo Man San, la hija no puede eludir un sentimiento de venganza. Para caracterizar la alevosía de Man San, el director lo convierte en colaborador de los invasores. El antagonismo entre Gong Er y Man San, que también responde a varias otras razones, constituye una de las subhistorias de este filme. En cambio, la rivalidad de Ip Man con Gong Er, que conforma otra subhistoria, posee otras características, que es necesario reservar al espectador. Además, el director simboliza la ideología de estos personajes en el hecho que ambos concluyen refugiándose en 1950 en Hong Kong. Se sabe que Kar-Wai es un exquisito cultor de la imagen y en este filme ese virtuosismo alcanza una altura y una belleza inauditas. Hay secuencias de antología, como la pelea inicial bajo una lluvia intensa; el combate junto a un tren que comienza a moverse; o el cortejo fúnebre que se desplaza sobre una planicie helada. Pero El arte de la guerra también está transitada por una profunda nostalgia por otros tiempos, tanto del kung fu, en trance de convertirse en una variable académica, como del cine de China, que ha iniciado un viaje hacia otras esferas temáticas y estilísticas. Esa añoranza por un mundo que va sucumbiendo frente a la realidad también estaba presente en Con ánimo de amar (2000), de Kar-Wai. Y en ambos filmes, la función de la puesta en escena consiste en recuperar la pena que provoca la pérdida de ese mundo, con sus valores, tradiciones, legados y códigos de honor. Además de los recursos formales y las coreografías de las peleas, también se destacan las actuaciones de Tony Leung (Ip Man), quien fue coprotagonista de Con ánimo de amar; y de Ziyi Zhang, una de las figuras de El tigre y el dragón (2000), una fábula sobre el honor y el amor dirigida por Ang Lee. Ambos filmes exhiben muchas similitudes.
El maestro de la imagen Dice la leyenda, o los críticos de cine de de gran trayectoria, que Wong Kar-wai concibió este proyecto en nuestras tierras allá por la época en que se hallaba rodando Happy Together; y vio en un puesto de revistas, una que ostentaba el rosto de Bruce Lee en su portada. A partir de eso se preguntó por ese personaje, ya fallecido que aún seguía vigente en diversos lugares del planeta. Su nueva producción se centra en la figura de Ip Man (Tony Leung, actor fetiche del director que ya ha brillado junto a el en Con Ánimo de Amar) un maestro del kung fu que unificó dos vertientes distintas de las artes marciales y más tarde alcanzó fama mundial por haber sido el maestro de Bruce Lee en sus primeros años. Con este puntapié inicial, y luego de una década y media, WKW nos trae El Arte de la Guerra (Yi dai zong shi), título que en un primer momento consideré desacertado pero que luego de ver el film, comprendí y acepté como incluso más preciso que The Grandmaster, ya que El arte de la guerra está lejos de presentarnos como único protagonista a Ip Man. De hecho los mejores momentos de la película tienen como guerrera protagónica a Gong Er (la inmensamente bella y talentosa Ziyi Zhang a quien ya vimos en El tigre y el dragón), quien debe combatir para recuperar el honor y legado familiar. Con la meticulocidad obsesiva que lo caracteriza y que lo acerca aún más a las artes marciales, WKW nos da como resultado un film visualmente perfecto, sin embargo, el sentido global de la historia y la narrativa van perdiendo fuerza con el correr de los minutos. Llega un punto donde a nosotros como espectadores hacemos tanto foco en las escenas de batalla y guerra por su belleza visual, los planos detalles que quedarán en nuestras retinas aún mucho después de concluir el film, o su ya conocido recurso de ralentización de cámara; que la historia queda totalmente en segundo plano. Tal vez un motivo de esta inconsistencia tenga que ver con la supresión de escenas, personajes que no terminar de encuadrarse, confusiones históricas, o ambientación musical que justamente “hace ruido” en ese escenario espacio temporal particular en el que no nos terminamos de mover a gusto, como si hacíamos en In The Mood for Love donde esta fragmentación acompañaba y enaltecía aún más la belleza del relato, hecho que ocurría tal vez en aquella ocasión por centrarse en menos personajes. Sin embargo, la dupla director-actor fetiche brillan en esta película inmensamente más visual que narrativa donde El arte de la guerra se presenta como una verdadera celebración de arte visual, marcial, y coreográfico además de una reflexión sobre el amor y las pérdidas a las que nuestro querido director nos tiene acostumbrados.
Golpes de seda En el marco de un inusitado interés por Ip Man (ésta es la tercera biopic en el transcurso de cinco años), Wong Kar-Wai finalmente entregó su visión, de ningún modo definitiva, sobre el legendario maestro de kung fu. Con fotografía de Philippe Le Sourd y coreografía del experto en artes marciales Yuen Wo-Ping (Matrix, Kill Bill), el gran realizador chino consiguió plasmar una historia esencialmente de acción, sin concesiones de su refinado estilo. El Ip Man que compone Tony Leung (actor fetiche de Wong) es despojado y de bajo perfil; tiene un sombrero que casi lo oculta, como el Man with no name de Sergio Leone. No hay casi mención a su rol en la difusión del wing chun; mucho menos alusiones a su alumno más famoso, Bruce Lee. La historia se centra en su vínculo con el gran sifu Gong Baosen (de quien recibe el reconocimiento, pero no la letal “técnica de 64 manos”), sus penurias durante la guerra con Japón y su relación con Gong Er (Zhang Ziyi), hija del gran sifu. En esta última, Wong muestra una relación competitiva, imposible de concretarse. Con una estética de claroscuros y tonos sepia, casi hard boiled, el autor de Chunking Express le hace decir a Ip Man “mi estilo no es romper huesos”, como distanciándose de sus contemporáneos japoneses, Miike y Kitano. Sí hay marcas de clásicos como Shindo, Oshima y Kobayashi, manifiestas en la marcha de Gong Er y su ejército sobre un campo nevado. Pero si las influencias se absorben sin dejar sutura, la narración, con su extendido metraje, aclaraciones históricas en off y permanentes cambios de locación, es trabada y confusa. Demasiado artística para biopic, liviana para el cine de artes marciales, y hermética para el público general, El arte de la guerra es una de las películas más personales de este inigualable realizador.
Espíritu de simetría Volvió Wong Kar Wai, con su estilo único (por más que se lo copien) que le ha valido calificativos que van de magistral a clipero. Con una película de artes marciales que explicita su interés por el arte y su desinterés por lo marcial. Con sus trucos de desilusionista. Con su manera de adaptar la historia (y la Historia) a sus obsesiones de siempre. Con un inicio que amaga a parecerse a El tigre y el dragón y un cierre que se acerca mucho más al espíritu de Con ánimo de amar y sus sinuosas secuelas. Volvió Wong Kar Wai, horizontal y vertical. La excusa es conocer la “verdadera” historia de un célebre maestro de kung fu, mentor de Bruce Lee. Pero el resultado es casi el mismo de siempre: melodrama y esteticismo seductor a puro plano detalle y ralenti. Como diría Reneé Lavand, No se puede hacer más lento. O quizás si. La última media hora abandona por completo las peleas y se concentra en los desencuentros amorosos, esos que el director manipula como nadie, mostrando a la vez su probada capacidad de fascinar y sus caprichos. Pero antes se cuenta la vida de Ip Man (una vez más el protagónico es de Tony Leung), gran Maestro de artes marciales del sur de China en los años ´30, cuyo ascenso queda sepultado por el peso de los hechos históricos. Su talento lo vuelve invencible hasta que la invasión japonesa previa a la Segunda Guerra (y todo lo que vino después) arrasa con su vida casi perfecta, y deriva en su exilio en Hong Kong, en donde se dedica a enseñar su arte y a intentar sostener una relación imposible con la hija de su propio maestro (Zang Zhiyi, de reconocible experiencia en este tipo de roles). Se conocen peleando. Wong Kar Wai llega al extremo de volver romántica esa escena de acción y es muy curioso ver como opera ese cambio interno de género, con una coreografía que desnaturaliza el inicial planteo deportivo hasta que ambos contendientes, literalmente, caen enamorados. Allí podría estar resumido todo su cine.