En una clase un profesor pregunta qué es lo que hoy nos llama la atención todavía de Casablanca. Respondo lo que me sale: no importa si la película es buena o mala, tantas veces escuché sus diálogos citados, sus actores son símbolos, la misma canción, hace que todo tenga de repente como un aura intocable. Si bien mi respuesta fue descalificada porque sólo respondí como cinéfila, es válido tenerlo en cuenta cuando se lea esta crítica. Soy cinéfila, amo el cine. Me transporta a una época y a una era distinta y una película que sea filmada por alguien que siente lo mismo que yo no me va a dejar inmune.
Esta película es un homenaje al cine mudo hollywoodense, representando una época, al star system, a lo que fue el paso al sonoro asociado con la caída de la bolsa y todo con un código correspondiente a la forma de hacer cine que tenían por entonces. Es cierto que tiene cosas de muchos otros films (lo que refuerza su característica de homenaje) pero no le quita fuerza al producto final.
Para empezar, tenemos a George Valentin, mismo apellido de Rodolfo Valentino quien era la figura del amante latino intrépido de ese cine. Tampoco ha triunfado en el sonoro vaya uno a saber por qué: quizás porque no tenía buena voz, quizás porque el código de actuación cambió dramáticamente, quizás porque nada, ni el spotlight, duran para siempre.
Con esa temática tenemos a un hombre orgulloso, aclamado por el público que un día se rehúsa a pasar al sonoro (no nos olvidemos que Chaplin también se negó en su época porque tenía que resignar mucho en lo visual para poder captar sonido). Pero también la bolsa cae y con esto su vida se empieza a desmoronar.
Tenemos otros elementos casi clichés del cine mudo como el perro y el fiel sirviente. La mujer que no es más que un saco de huesos, sin alma, y cómo la fama y el orgullo han cegado al artista. ¿Uno puede ser artista si no ve? ¿Si no siente? ¿Si no entiende?
La nostalgia con la que se narra toda la historia, la importancia de la música que reemplaza los diálogos y los gestos de los actores para que comprendamos su situación son propios de otro cine y de sus códigos. Berenice Bejó impregna su personaje con una frescura que parece una adolescente y creo que ese contrapunto con Dujardin hace más ameno todo el relato.
Los detalles son miles: el uso del sonoro para determinadas cosas (la pesadilla es fantástica), el que estuvieran viendo en el estreno detrás de la pantalla (recuerda un poco a Cantando bajo la lluvia), la marca del lunar, el uso de los titulares, el hecho de que las claquetas no eran tales todavía porque recién se las usó para sincronizar la banda de audio con la de imagen. Ni hablar del diseño de títulos. Todo acompañando a una estética que no puede fallar.
Para colmo, cada vez que aparecen los diálogos escritos, suele haber una ironía escondida, algo que hunde un poco más al personaje pero que el espectador no puede evitar reírse un poco más. Se denota con todo esto un estudio minucioso por parte de Michel Hazanavicius quien ha estado a cargo de la dirección y del guión. No nos olvidemos que él ya venía haciendo sátrias de películas clásicas de espías con el mismo Dujardin, así que no es novedad lo que se ha preparado para este film milimétrico en cada detalle y una belleza.
¿Cómo dejamos esta película? Viendo una solución, un romance que perdura y todo en un set, que abandonamos de a poco. Me arrancan de la sala, de la butaca, de ese proyector que se escucha de a poco con su taca taca taca habitual y vuelvo a la vida, para ver en blanco y negro por un rato más.