EL BUEN AMIGO SPIELBERG
El creador de algunas de las películas infantiles más icónicas, Steven Spielberg, forjó un lenguaje visual para el asombro infantil tan reconocible que basta ver un fotograma de “El Buen Amigo Gigante” para saber donde estamos.
El clásico libro infantil de Roald Dahl y la visión única de Spielberg son el complemento perfecto: el director y su personaje principal son en espíritu básicamente la misma persona. El gigante, juega abriendo y cerrando frascos de sueños que disparan la imaginación de los niños. Spielberg, por su parte, se inspiró para hacer “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo” de recuerdos de ver una lluvia de meteoros con su padre, y basó a “E.T. El extraterrestre” en un amigo imaginario que creó para enfrentar el divorcio de sus padres. La historia de alguna manera es lo opuesto a E.T. (en este caso es la niña que debe regresar a su casa, huyendo de una tierra hostil).
“El Buen Amigo Gigante” es una realización técnica impecable (pero que se acerca cada vez más al uncanny valley*) y con un extraordinario detalle en la tecnología de captura de movimiento, la actuación humana de Mark Rylance va más allá de cualquier cosa que se haya visto antes (Gollum y Dobby incluídos).
Es justo decir que mucho no pasa en “El Buen Amigo Gigante”. La historia es lineal y de hecho, ese es uno de los puntos fuertes de la película. En 10 minutos Sophie (Ruby Barnhill) está en el país de los Gigantes. Luego hay un par de enfrentamientos con los gigantes malvados (el cabecilla con la malicia maravillosa de la voz de Jemaine Clement), y un extraordinario tercer acto en el Palacio Buckingham que involucra a la propia Reina, y… The End.
Esta falta de complejidad narrativa le permite Spielberg sumergirse sin complejos en el mundo de Dahl. El vinculo de Sophie y el Gigante casi se juega como un romance platónico. Sophie, es una heroína con los ideales de Dahl: valiente e inteligente, con una terquedad explícita y esos rostros de asombro que tanto le gustan a Spielberg.
Los niños son el objetivo que tiene Spielberg como público, no hay aquí guiños posmodernos, ni sarcasmo. Hacia el final de la película, su significado es nítido y claro: hay más magia en este mundo de lo que podemos ver. Y para Spielberg esa magia todavía radica en el cine.