Una velada burguesa
Si tenemos presente que la mayoría de los exponentes de horror de nuestros días opta por invocar la misma colección de recursos retóricos una y otra vez, a decir verdad El Cadáver de Anna Fritz (2015) constituye un soplo de aire fresco, quizás uno un tanto maltrecho aunque atractivo de todos modos…
El terror es el único género que puede ofrecernos obras como El Cadáver de Anna Fritz (2015), una película que hace agua en innumerables apartados y sin embargo arroja -a fin de cuentas- un saldo positivo, fundamentalmente porque sacude el marasmo en el que suele caer el género en cuanto a la repetición de escenarios y premisas básicas narrativas. El film se vale del viejo morbo del ser humano alrededor de la necrofilia con el objetivo de utilizarlo como catalizador para una historia de suspenso bastante tradicional, que a su vez se sustenta en la podredumbre moral de la burguesía y el fetichismo malsano para con las figuras públicas. La muerte de la mujer del título y el traslado de su cuerpo a la morgue de un hospital ignoto son los disparadores de un relato que carga con diversos problemas pero también con la astucia de saber explotar un tópico clásico del catálogo de las perversiones.
Por supuesto que el atolladero de la corrupción cíclica y la complicidad no tarda en darse cita: uno de los celadores nocturnos del lugar, Pau (Albert Carbó), se topa con el cadáver de Anna Fritz (Alba Ribas), una actriz muy famosa que fue encontrada sin vida en el contexto de una fiesta privada, y no tiene mejor idea que sacarle una foto y mandársela a un amigo, Iván (Cristian Valencia), quien se aparece en el hospital con otro “compinche”, Javi (Bernat Saumell), con la firme intención de ver a la susodicha. Rápidamente Iván y Pau deciden violar el cuerpo desnudo de Fritz y de este modo el segundo descubre que la joven no estaba tan muerta como parecía, lo que desencadena primero una discusión -acerca de qué hacer a continuación- y luego el asesinato de Javi producto de una escaramuza con Iván, el partidario de ultimar definitivamente a Fritz y borrar todas las huellas en pos de impunidad.
La ópera prima de Héctor Hernández Vicens tiene inscripto el signo del amateurismo por todos lados: el guión cuenta con varios baches, hay errores de continuidad entre las escenas, los clichés están a la orden del día, los personajes son un tanto esquemáticos y para colmo las actuaciones dejan mucho que desear (salvo la de Valencia, el más experimentado del trío masculino). La inocencia desde la cual está encarada la obra tampoco entrega un desarrollo en verdad interesante para Fritz/ Ribas, ese pivote de la trama que prácticamente no conocemos, tanto por lo acotado de los 76 minutos del metraje como por el nulo espacio concedido para que la señorita autojustifique las pasiones que despierta en estos burguesitos aborrecibles que la confinan a una camilla. Incluso con estos inconvenientes, el film logra entretener y hasta analizar sutilmente los recodos de las fantasías sexuales y la degradación.
Tan lejos de la sátira de la extraordinaria Re-Animator (1985) como de la efervescencia de Angst (1983) y las barrabasadas de la impresentable Nekromantik (1987), El Cadáver de Anna Fritz trabaja la necrofilia de manera tangencial porque decide concentrarse en una historia de encubrimiento a la Malos Pensamientos (Very Bad Things, 1998), aunque sin los detalles de comedia negra y enfatizando la sucesión de tragedias. Desde ya que la propuesta podría haber aprovechado mucho más el trasfondo principal, no obstante resulta bienvenida una película que retoma una temática algo olvidada de la clase B en medio de un panorama cinematográfico en el que hasta los exponentes más luminosos del horror recurren a los mismos latiguillos y fórmulas de siempre. El opus de Hernández Vicens posee el encanto del shock en versión light: hablamos de una anomalía loable que busca patear el tablero…