Daniel fallece en su primer día de travesía en el Camino de Santiago, en los Pirineos franceses. Su padre Tom, un odontólogo californiano alejado de todo tipo de aventura, viaja hasta Saint Pied de Port para recoger sus cenizas, pero allí, en medio de las pertenencias de su único hijo y rodeado del paisaje conmovedor que se llena con el devenir constante de los peregrinos, toma la decisión de embarcarse él mismo en el viaje que su hijo dejó inconcluso.
Los ochocientos kilómetros del Camino de Santiago representaron durante centenares de años la posibilidad espiritual y física de superar obstáculos y conectarse con uno mismo y con el Ser Supremo. Durante más de un mes Tom descubrirá las motivaciones de su hijo para recorrer el mundo y conocerá personas que estaban predestinadas a formar parte de su vida.
“El camino” es una cinta con buenas intenciones que logra conmover genuinamente en varias ocasiones. Acertados pequeños toques cómicos que se generan gracias a la contraposición cultural (española, francesa, holandesa, norteamericana, irlandesa, y la lista continúa), el director Emilio Estévez se reserva un pequeño papel y regala a su padre Martin Sheen el protagónico que desde hace un tiempo le era esquivo.
Pueden objetarse varios puntos del guión del propio Estévez (que la motivación del holandés para realizar tamaña hazaña sea bajar de peso para un casamiento puede hasta ser considerada una falta de respeto por todos aquellos que le imprimen una fuerte connotación religiosa al periplo), sin embargo, a pesar de ser una bitácora del día a día de los peregrinos, la estructura de la película no se siente forzada por el relato, sino que las situaciones fluyen y se enriquecen gracias al contexto en donde se desarrollan.