La especulación ante todo.
El capitalismo que se propone retratar Paolo Virzì en su último opus es el contemporáneo, una suerte de resabio naturalizado -a nivel de la psicología de masas- de las jugarretas financieras de la década del 70 y la desregulación a troche y moche de los 80 y 90, aunque ahora con una autoconciencia que sin embargo no impide que predomine un individualismo por momentos asfixiante y que continúe creciendo la brecha de las desigualdades sociales. El eje del film es precisamente la convalidación de esa plutocracia que contamina a los sistemas democráticos de nuestros días, un régimen sustentado en el tráfico de influencias, la duplicidad enmascarada, los delirios del mercado y la microfísica foucaultiana del poder.
La película tiene el privilegio de formar parte de ese grupo de obras cuya historia resulta difícil de explicitar pero fácil de resumir, dentro de un armazón narrativo que combina los puntos de vista contrastantes de los diferentes personajes, ejemplos de una concepción que petrifica los vínculos entre los seres humanos y los pone al servicio de una voracidad sin límites, en plan autodestructivo. De este modo tenemos un relato que comienza con un ciclista atropellado y de a poco se va abriendo hacia el mundo de la usura corporativa y la codicia, centrándose en un pobre diablo que se endeuda hasta el extremo, un ama de casa llena de desilusiones y una joven dispuesta a todo con tal de proteger al hombre que quiere.
Sin duda uno de los elementos más interesantes de El Capital Humano (Il Capitale Umano, 2013) es su propia estructura, la cual plantea una interpelación mutuamente beneficiosa entre la comedia con ecos costumbristas (la senda expositiva que atraviesa gran parte de la propuesta) y el drama existencialista (el destino final de las diatribas y/ o metáforas que se van superponiendo a lo largo del desarrollo). De hecho, el humor hiriente funciona como vaso comunicante entre ambas comarcas, sacando a relucir la distancia emocional -y de objetivos- que existe en el esquema ético que comparten los protagonistas: los detalles a la Rashomon (1950) y al andamiaje del thriller enmarcan el declive moral de la colectividad.
Por supuesto que esa especie de naturalismo desbordado y el maravilloso trabajo del elenco en su conjunto, dos “marcas registradas” del mejor cine italiano desde siempre, suman mucho a la universalización del análisis y la solvencia ideológica de Virzì, quien construye un convite muy ambicioso desde la humildad formal, la sonrisa sardónica y esas tragedias que invariablemente colocan en el ojo de la tormenta a las grietas y payasadas varias de un sistema de acumulación condenado a fagocitarse a sí mismo. Así las cosas, la bandera de la especulación más execrable, la que desestima la vida en pos de las corruptelas de turno, flamea irónica en un retrato de familia cobijado en la sombra lejana de Luchino Visconti…