El amor es un cuento de hadas.
Ante la certeza de que el antiguo mercado masivo ha estallado desde hace tiempo por obra y gracia de la multiplicación de la competencia y una mejora sustancial en los canales de distribución, hoy por hoy la respuesta conservadora de los gigantes de la industria cultural pasa el lanzamiento de productos multitarget que pretenden dar cuenta de los distintos grupos de consumidores y su constante segmentación por nichos. Desde ya que el aparente tono neutral de los films del Hollywood de nuestros días esconde una despersonalización caprichosa orientada al público adolescente y a los adultos infantilizados que el mainstream cría y apaña. Una modalidad narrativa en boga, que a la vez respeta y trata de alejarse en parte del canon estándar, es la que procura “oscurecer” sutilmente determinados elementos de los relatos que están incrustados en el acervo popular a nivel del mercado internacional.
Precisamente Blancanieves y el Cazador (Snow White and the Huntsman, 2012) fue en su momento un ejemplo de dicha vertiente, además de un vehículo comercial ameno tanto para Chris Hemsworth como para Kristen Stewart. Ahora bien, su corolario lleva al extremo la dialéctica multitarget de “abarcar mucho y apretar poco” porque ni siquiera se decide entre ser una precuela o una continuación de la original, incorporando detalles de ambas opciones y reemplazando aquella negativa en lo que hace a ofrecer una historia de amor con todas las letras por su opuesto exacto. El Cazador y la Reina del Hielo (The Huntsman: Winter’s War, 2016) es una película bienintencionada que lamentablemente resulta mucho más trivial que su predecesora y que para colmo no agrega ni una sola novedad significativa, ya sea que consideremos el catálogo de citas de la saga o el de los cuentos de hadas en general.
El mismo título aclara que los dos focos de la trama serán la Reina del Hielo (Emily Blunt) -hermana de Ravenna (Charlize Theron)- y el diligente Eric alias el Cazador (Hemsworth), a expensas de una Blancanieves que hoy brilla por su ausencia. Durante el segmento de precuela descubrimos que la malvada de turno decidió helar su corazón luego del asesinato de su bebé en manos de nada menos que el padre de la criatura, lo que de inmediato generó que se autoexilie en una región desolada, construya su propio ejército y desarrolle su poder, centrado en congelar a cuanta persona o cosa desee. Por supuesto que uno de sus guerreros es Eric, quien se enamora de Sara (Jessica Chastain), relación que desemboca en la muerte de la señorita como castigo por transgredir la ley de “no afecto” de la Reina. Siete años después, Eric recibe el encargo de recuperar el Espejo Mágico de una Ravenna ya fallecida.
Al igual que en la primera parte, aquí el máximo responsable de la epopeya es un director debutante, Cedric Nicolas-Troyan, un francés que hasta este momento venía trabajando como supervisor de efectos especiales: de hecho, el único aspecto sobresaliente de la propuesta es el visual, con una vertiginosa y apabullante secuencia final. Sin embargo el desarrollo dramático nunca va más allá de los estereotipos habituales de tantas otras gestas de aventuras, siempre condimentadas con una infinidad de devaneos tragicómicos de esa realeza corrompida que desea recuperar su camino virtuoso. Más tradicional en su enfoque -pero menos exitosa- que su predecesora, El Cazador y la Reina del Hielo queda presa de la lógica del Hollywood actual, el cual pretende vendernos cuentos de hadas en los que el amor y el heroísmo son reflejos condicionados y no construcciones cuidadosas del relato…