Tratándose de cocina -de cocina de alta escuela, más precisamente-, lo que sorprende sobre todo es que la receta de El chef no tenga casi nada de novedoso. Ni los ingredientes principales: la clásica extraña pareja, integrada por un actor de personalidad tan recia y austera como Jean Reno y un hiperkinético comediante mezcla de animador, bufo y figura mediática, muy dado a la caricatura y el trazo grueso, como Michaël Youn. Ni la elaboración del plato -faltan algunos aderezos, chispa en especial; sobran otros, como las parodias fáciles. La cocción es despareja: casi todas las guarniciones (las pequeñas subtramas) se han servido un poco crudas, y en cuanto a las salsas innovadoras (el episodio en que los protagonistas se disfrazan para espiar los secretos de un restaurante oriental, por ejemplo), no ayudan precisamente a realzar los sabores.
Como puede inferirse, tan liviano como resulta ser no es un menú que pueda satisfacer a todos, y mucho menos a quienes tengan el recuerdo de Ratataouille como referencia. El chef se conforma con hilvanar episodios -algunos más o menos sabrosos; otros, bastante insípidos- en torno del azaroso encuentro de un veterano rey del arte culinario cuyo local, por falta de renovación, corre el riesgo de perder una de las estrellas de cierta famosa guía gastronómica, y el más fanático e ignoto de sus fans, un cocinero autodidacta que se sabe de memoria todos los recetarios del maestro, pero los aplica con tal fundamentalismo que no dura más de un día en ningún restaurante. Quiere el destino que el más joven, acuciado por la necesidad (no hay quien pare la olla en casa ahora que su mujer está a punto de ser madre), deba aceptar trabajo como pintor, que este compromiso lo lleve a tomar contacto con el gran chef y que, por esos caprichos del azar, el consagrado y el novato resulten milagrosamente complementarios.
En el fondo se deslizan algunos apuntes irónicos sobre cocina tradicional y molecular, nouvelle cuisine, fast food, nuevas tendencias, moda gourmet, cocineros mediáticos, esnobismo e intereses económicos en torno de la actividad. Nada muy original ni muy ingenioso, pero fácilmente digerible. Jean Reno tiene suficiente oficio como para que la función piloto automático le baste para resolver el compromiso. El estilo y los desbordes de Michaël Youn pueden caer simpáticos o resultar francamente irritantes. Entre los aciertos hay que anotar el aprovechamiento de los escenarios de París y Nevers y la encantadora música de Nicola Piovani, que tiene una vivacidad de la que no siempre se contagia el ritmo narrativo de Daniel Cohen.