Ajenos a la aventura incesante
A veces leemos algunas críticas que definen de forma categórica qué es cine y qué no, o cuándo una película “tiene cine”. ¿Qué es eso? Quizás ni los que escriben entienden las dimensiones de semejante aseveración. En el caso de El Ciclo Infinito 3D, nos encontramos ante la exasperante e incómoda situación de tener que determinar esto. ¿Esta película tiene cine? ¿Es cine? En fin, una pavada, que dejaría completamente de lado lo sustancioso que puede llegar a ser el análisis en capas que propone este film de animación dirigido por el tipo con el nombre más cool de la industria: Zoltan Sóstai. Este realizador húngaro formado dentro del ambiente de los videojuegos debuta en el cine con esta ópera prima estrafalaria y sofocante, así como intensa pero soporífera.
La ambigüedad a la hora de determinar si lo que tenemos en frente es algo que excede nuestra capacidad de asombro y nuestra paciencia o simplemente es una de las estupideces más grandes jamás hechas, no debe asustarlo, estimado lector. A todos nos pasa. De hecho, al llegar a la mitad de la película es difícil no pensar que uno está ante una pesadilla espantosa de la que no puede salir a menos que se quite los anteojos para el 3D y salga corriendo, atropellando a los demás que intentan abandonar también la sala. Si esta exagerada reacción es positiva o negativa, queda a criterio de cada uno. Convengamos que no cualquiera logra eso.
Así de mala es la película. ¿O no? ¿O tal vez es un ejercicio experimental de imagen y sonido que propone alejarnos de lo que habitualmente propone el cine de animación en cuanto a estética y narrativa? Ahí vamos con ese esquivo y pretensioso interrogante de nuevo. Lo cierto es que estrictamente desde el lenguaje, El Ciclo Infinito tiene poco cine porque el montaje, casi en su totalidad en plano-secuencia, y el punto de vista desde el que se narra, no ayudan mucho a decir lo contrario.
Nota para los cineastas que se inicien en el rubro: animación + 3D + cámara en mano frenética = mareo total. No-lo-hagan. Es horrible e imposible de ver. Si a eso se les ocurre agregar una banda sonora insufrible con techno y sonidos del Atari, tienen un combo insostenible que obliga a cerrar los ojos porque todo ya es demasiado (malo).
Ahora, resaltando lo bueno, porque lo tiene, El Ciclo Infinito posee momentos en donde la profundidad de campo realmente se disfruta, demostrando que el director quizás en un futuro pueda intentar filmar buenos thrillers desde lo estético. Hay momentos en donde la cámara nos permite perseguir al protagonista dentro de ese enigma que lo rodea, con personajes distantes y misteriosos, con un clima bien logrado a pesar de lo delirante que se puede tornar todo.
A pesar de eso, en este caso se queda corto porque el surrealismo no queda bien con la temática que se propone. Y a su vez también por momentos se intenta un grado de realismo que escapa a lo que brinda la animación y la propuesta inicial (los humanos tienen unas caras con “gráficos” -digamos- de video-juego de fines de los 90) y, desde lo técnico, no hay un buen trabajo de sonido con los diálogos. Eso sí, la película no es mentirosa: realmente es un ciclo interminable, donde, si se uniera el final con el comienzo, tendríamos a la historia sucediendo una y otra vez hasta el fin de los tiempos (sólo que con el mismo pobre resultado).
En definitiva, no es por ser básico, pero somos partícipes de una historia gélida, repetitiva (de ahí el título, como habrá notado), e interminable. Es como si estuviésemos ante un video-juego que puede llegar a ser atractivo, por lo intenso, pero Zoltan Sóstai no nos deja jugar porque no larga el joystick y le divierte repetir el nivel todo el tiempo.