“El cielo otra vez” contiene en el título la esencia de su narración: es la historia de una re- (“otra vez”) liberación (“el cielo”). Y como canónico documental, visibiliza una problemática, más bien la solución a ella, de la cual la sociedad no es consciente: la repoblación de cóndores en la Patagonia.
A partir del proyecto de conservación del cóndor andino, el largometraje entreteje, en un símil con el propio programa, una parte biológica con otra más mitológica. En la primera se explican los aspectos puramente científicos de la cría en cautividad de los huevos que engendra la pareja de carroñeras en el zoológico de Buenos Aires.
Desde el inicio del proyecto, en el año 1991, cuando comienza la búsqueda de un lugar orográficamente adecuado para la residencia de la gran ave, que se sabía llevaba 170 años extinta en la vertiente atlántica del continente americano, hasta la última fase de alimentación artificial de los ejemplares ya en libertad. En la segunda, la que aporta el toque original a la producción y la convierte en un documental superando el aspecto de reportaje que tendría si se limitase sólo a la parte técnica, se intenta recuperar la mitología que se genera ancestralmente alrededor de este animal, transportador de las almas de los muertos al cielo. Si bien el entretejido de ambas tramas resulta un poco escaso, el problema radica en la calidad del mismo.
Por un lado, la explicación de los aspectos biológicos se ve menguada por los intentos de mitología que se quedan en simple misticismo: muchas experiencias personales y sensaciones individuales de los involucrados en el programa resultan en ausencias de información sobre la propia ave. Cuáles son las causas de la extinción del cóndor en el Este del continente; si el programa lleva más de veinte años, no será que las causas de dicha extinción aún existen y el proyecto no alcanzará el que debería ser el objetivo: la existencia emancipada del cóndor en su hábitat natural; sobrevivirá el cóndor si en algún momento el alimento deja de llegarle de forma artificial (son los voluntarios del proyecto los que esparcen carroña bovina por el territorio donde son liberados los pichones); si realmente falta la fauna de la que la carroñera se alimenta, no será que el programa necesita de una segunda fase para recuperar el hábitat entero de la Patagonia...
Y la segunda rama del proyecto, la referente al aspecto mitológico del animal, es casi inexistente. Dice uno de los biólogos “el proyecto cóndor tiene dos alas, como el cóndor, una es la hiper-biología, la otra es la cosmovisión de los pueblos originarios”. Los pueblos originarios apenas tienen voz y mucho menos se observa la interacción de ellos con el cóndor ni se explica por qué. En palabras de una nativa de los “pueblos originarios”, la recuperación del cóndor “nos ayuda a saber que están recuperando nuestra identidad”. La música viene un poco a suplir esta ausencia de lo emocional que conecta a los pueblos con el cóndor, y que debería crear empatía del espectador hacia el proyecto. Una música que entra en momentos climáticos del proceso de liberación y que, al igual que en una ficción, subraya los puntos de inflexión y superación en el camino hacia el objetivo.
“El cielo otra vez” es más el canto a lo que Gustavo Alonso considera un triunfo, que la presentación descarnada (en tanto que radical o cuestionadora) de una realidad que, objetivamente, no alcanzó su punto de equilibrio.