El capitalismo de la información
Como ocurre con gran parte del cine de nuestros días, el problema que arrastra El Círculo (The Circle, 2017) se resume en su tibieza discursiva/ política, como si en su pretensión de dejar contento al mayor número posible de espectadores y al mismo tiempo tratar temas de candente actualidad, la primera meta terminase por imponer su poder y en última instancia generase un desbalance muy pronunciado en el interior de la obra en cuestión a nivel retórico. Bajemos la sentencia previa a la película: si bien esta propuesta se nos presenta como un análisis de las implicancias de los oligopolios del ámbito digital y la convergencia tecnológica contemporánea, en el fondo el film termina convalidando el paradigma bajo la excusa de “así son los tiempos que nos tocan vivir” y en simultáneo compensa lo anterior señalando la hipocresía de los profetas del marketing web, la publicidad y demás pavadas.
La realización está basada en una novela de Dave Eggers, la cual a su vez funcionaba como una relectura light de clásicos de la distopía absolutista como 1984 de George Orwell, Un Mundo Feliz (Brave New World) de Aldous Huxley y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, ahora con la variación de una jovencita que comienza a trabajar en la compañía del título, una empresa responsable de un software/ plataforma inmensamente popular en el mundo entero que garantiza la condensación en una sola cuenta de todas las identidades en Internet de cada usuario alrededor del planeta, circunstancia que en términos prácticos la convierte en el baluarte del capitalismo de la información y su tendencia a la explotación de los datos privados sin ningún tipo de miramientos legales o “doctrina ética” que se precie de tal (el control sobre los individuos vía la vigilancia de sus actividades es su objetivo excluyente).
El guión del propio Eggers y el también director James Ponsoldt plantea bien este clásico cuento del esclavo que defiende la causa del amo y luego termina apostatando, no obstante extiende demasiado las escenas sin necesidad, los diálogos redundantes poco ayudan y para colmo aquí nos reencontrarnos con la peor versión de Emma Watson, la encargada de interpretar a Mae, la protagonista. De hecho, la británica venía de superar esta clase de personajes adolescentes/ jóvenes adultos en Colonia Dignidad (2015) y Regression (2015), y en El Círculo se la ve incómoda en un rol que por un lado la regresa a la ingenuidad de sus primeros trabajos y por el otro reclamaba otro tipo de actriz, con mayores recursos y una presencia escénica más potente que le permita sobrevivir a los momentos que comparte con Tom Hanks (el cual compone a Bailey, CEO de la firma y villano principal del relato).
Otro que también se siente en parte fuera de lugar es el realizador, quien posee experiencia en el indie pero no logra acoplarse del todo a la agilidad mainstream ni aporta una perspectiva más jugada en lo que respecta a la condena de un “estado de cosas” irrisorio considerando que el vendaval digital se limita a los sectores de ingresos medios y altos de los países centrales y la periferia, con una masa gigantesca de pobres sumidos en la miseria que se pasaron de largo la promesa noventosa de aquella supuesta democracia horizontal que iba a traer Internet y que nunca llegó por la dinámica voraz del propio capitalismo y sus socios políticos, esa que desde hace mucho tiempo sustituyó al trabajo por las finanzas y que vive consagrada a la especulación, el parasitismo, la mezquindad y las crisis cíclicas vinculadas a la expulsión ininterrumpida de seres humanos y su reemplazo por máquinas.
Aun así, la película termina siendo necesaria porque por lo menos -como señalábamos con anterioridad- pone de manifiesto que los adalides de la libertad irrestricta y el acto de ventilar la vida privada en la web y las redes sociales son los primeros en ocultar sus chanchullos y en financiar grupos de lobby que representen sus intereses en las altas esferas del poder gubernamental en general y el legislativo en particular. La historia podría haberse ahorrado unos cuantos clichés dramáticos y hasta se podría decir que está un poco tirada de los pelos la reconversión de Mae de diletante del conglomerado informático a una suerte de “denunciadora” de su costado más nocivo, sin embargo el film se abre camino como un pantallazo -esquemático e incompleto aunque también decidido y explícito- por los peligros de una preeminencia total de las corporaciones que cada día se acerca más a la realidad…