Detrás de las caretas de una familia bien constituida en hogar, patria e iglesia, los Puccio escondían el horror de una práctica casi deportiva durante la dictadura militar: el secuestro seguido de muerte. Trapero usa el soundtrack (David Lee Roth, Virus) y las imágenes de archivo (Alfonsín, Galtieri) para retratar el momento bisagra que significó la transición entre la dictadura y la democracia, por lo cual se ahorra tener que explicar los motivos detrás de la acciones. El contexto lo explica absolutamente todo.
Los asesinatos de Manoukian y Aulet (pese a que sus familias habían pagado el rescate) y el de Naum que intentó escapar y también fue asesinado son el nudo de la historia cuyo desenlace es el último de los secuestros que llegaron a perpetrar, el de Bollini de Prado que fue rescatada por la policía. Luego de eso el film muestra el entramado judicial de un hombre que se creía impune y una situación de la vida real que resultó cinematográfica y que Trapero elige para cerrar el film.
Filmada con un pulso clásico, sobrio y ayudado por el formato anamórfico, Trapero presenta un film comercial pero profundo donde se supera como director en forma y calidad. Una gran producción en todos los niveles, una fantástica recreación de época y vestuario coronado por excelentes actuaciones. El Francella que conocemos desaparece debajo del rostro frío de Arquímedes Puccio y provoca rechazo y miedo a la vez, y la actuación de Peter Lanzani resulta una revelación componiendo al perturbadísimo Alejandro Puccio. Una historia que genera interés y escalofríos aún 30 años después de sucedida, contada de manera atrapante y dirigida a las masas que seguro colmarán los cines argentinos.