Sobre la maternidad relajada.
La comedia hollywoodense de las últimas décadas puede resumirse con facilidad en apenas dos subgéneros principales: grupito de hombres comportándose como energúmenos/ adolescentes y grupito de mujeres comportándose como hombres que se comportan como energúmenos/ adolescentes. Y ahí se acabó todo… ya no existen las parodias, las críticas sociales, el humor negro, la anarquía, la experimentación formal o los films que combinen las distintas vertientes. En el reino de la necedad mainstream encontramos una y otra vez personajes que resultan tan descerebrados como aburridos en función de su triste desinterés para con todo lo que no sea ellos mismos (este parece ser el “balance perfecto” según la visión de los productores). Así las cosas, llama la atención que El Club de las Madres Rebeldes (Bad Moms, 2016) no sea tan hueca y esté más volcada hacia el tedio tradicional.
Desde ya que la película en cuestión arrastra las horrendas características que señalábamos con anterioridad, pero aquí por lo menos hay una suerte de intento -fallido, por si quedaban dudas- de crear un núcleo narrativo sensible o algo similar, circunstancia que no es poca cosa si recordamos que hablamos del segundo opus como directores de Jon Lucas y Scott Moore, ese dúo de intelectuales que nos regaló 21, la Gran Fiesta (21 & Over, 2013), otra celebración del consumo bobo autodestructivo y esa “rebelión” de cartón pintado que tanto adoran los norteamericanos. Mientras que el título en inglés era más sutil con respecto al eje de la trama, su homólogo en castellano nos aclara desde el vamos que las protagonistas son unas señoras que esquivan algunos preceptos de la maternidad, aunque en realidad el mensaje libertario no lo es tanto y sólo aplica a las burguesas sumisas de muy buen pasar.
El relato se centra en Amy (Mila Kunis), una representante de ventas de una compañía de café cuya vida está completamente saturada porque de manera cíclica pretende satisfacer a todos a su alrededor (marido, jefe, hijos, autoridades del colegio de los pequeños, etc.). Cuando descubre al imbécil de su esposo masturbándose con otra mujer mediante un video chat, primero lo echa del hogar y luego comienza a replantearse su actitud ante su familia. Una jornada a puro estrés será la gota que rebase el vaso y -sin siquiera proponérselo- se unirá a Carla (Kathryn Hahn) y Kiki (Kristen Bell), dos nuevas amigas, en pos de aliviar el peso de su rol de madre y disfrutar, lo que por supuesto incluye emborracharse, soltar la correa del trabajo y encontrar una nueva pareja. Un tono light e inofensivo embadurna cada escena con latiguillos, insultos tontos y situaciones derivativas que se agotan de inmediato.
Tampoco convencen los dos atajos que insertan Lucas y Moore, léase el romance de Amy con Jessie (Jay Hernandez), un viudo que anda dando vueltas por el guión, y la pelea de las mujeres con una especie de contrapunto “menos desinhibido”, un segundo trío de burguesas compuesto por Gwendolyn (Christina Applegate), Stacy (Jada Pinkett Smith) y Vicky (Annie Mumolo). Como en tantas otras comedias bobaliconas de Estados Unidos, una concepción reduccionista que en un primer momento parecía apuntar a una ruptura de los clichés del género, termina no sólo ratificando las máximas retóricas sino también cayendo en sentencias regresivas, apáticas y sexistas: la moraleja de la película sería que el ideal femenino está condensado en las amas de casa relajadas. Ya tarde, en el desenlace, surge la noción de una maternidad más intuitiva y sensata, mucho menos impuesta a nivel social…