Los "X-Files" del terror no se acaban
La secuela del éxito de 2013 mantiene el nivel de la primera entrega y utiliza los mismos recursos pero, curiosamente, el director James Wan se las ingenió para que el chucho permanezca intacto.
Como suele suceder con cualquier exponente de género del terror, el gran éxito cosechado hace tres años por El Conjuro generó una secuela que, por fortuna para la franquicia, recayó en manos del director James Wan.
Y digo afortunadamente porque lo mejor para este tipo de filmes es que vuelva a reunirse el mismo equipo para ver qué se le puede agregar a la secuela que le permita mantener el efecto de la primera, algo que no siempre se logra.
En este caso, los guionistas del filme –de nuevo Carey y Chad Hayes-decidieron trasladar la acción a Enfield, un suburbio londinense en el que una niña manifiesta síntomas de posesión diabólica de tal magnitud que ha obligado a toda su familia a mudarse de la casa que habitan.
Esta situación encuentra al matrimonio Warren, compuesto por Ed (Patrick Wilson) y Lorraine (Vera Farmiga), en una crisis de fe en la que se cuestionan seguir con su investigación de hechos paranormales tras la pericia psíquica que llevaron a cabo en la famosa mansión embrujada de Amityville que tantas películas ha inspirado en su tiempo, y que los ha colocado en el ojo de una tormenta mediática.
De todas maneras, la pareja superpone el bien común por sobre sus deseos y viajan a Inglaterra donde encontrarán un nuevo desafío que pondrá a prueba no sólo su fortaleza de cuerpo y mente sino también su capacidad para detectar a un importante foco del mal.
El director James Wan toma todos los elementos que hicieron famosa a la primera parte y los lleva a un nuevo nivel, no sólo a nivel narrativo sino también de caracterización de personajes. Hay una monja siniestra que persigue a la pareja de un lado a otro y su semblante es tan terrible que se va a casa con el público una vez que la función terminó. A ese punto ha llegado el realizador con este trabajo con el que seguramente continuará su arremetida de éxitos que arrancó allá por el 2004 con El Juego del Miedo (Saw), siguió con La Noche del Demonio 1 y 2 (Insidious) y se desvió con la explosiva Rápidos y Furiosos 7, el tercer filme más taquillero del 2015, aunque, pensándola bien, ahí también estaba implicado el tema del más allá...
Lo cierto es que este conjuro continúa funcionando al punto de que saltar de la butaca será el menor de los inconvenientes del espectador, que, a pesar de vérselas venir, cae en la trampa una y otra vez. Y eso es como regalarle golosinas a un fanático del género.
La combinación entre música tétrica e imágenes al borde de lo subliminal (que en más de una ocasión rinden "homenajes" a clásicos del género como la secuencia de títulos con "El Exorcista"), funciona como un mecanismo de relojería, afinado "a la suiza". La sutilidad con la que Wan maneja las sombras se convierte también en un "cuco" aparte que tendrá a más uno en vilo por las más de dos horas de duración del film.
Las actuaciones cumplen con el objetivo de colocar al espectador en el lugar de los personajes y hacerlos sufrir todas las penurias a las que los someten los espectros, aunque, eso sí, continúa esa tendencia a colocar al cristianismo como la única solución a un caso de posesión demoníaca.
Sin embargo, ese detalle que no hace más que hacer justicia a la historia real de los protagonistas, de los que, por cierto, todavía quedan muchas historias que contar.
Y ojalá que lo hagan.