Una historia de terror clásico
El cineasta de origen malayo James Wan fue el iniciador de la sanguinolenta saga de El juego del miedo y en época más reciente realizó La noche del demonio (2010). Pero se puede decir que con El conjuro se redime de su fama de director de terror sádico. Además, este filme es muy superior a las mediocridades del mismo género que se conocieron en los últimos tiempos.
Es, en cierta medida, una remake de Aquí vive el horror (The Amityville horror , 1978), de Stuart Rosenberg, ambientada en 1975. Pero Wan sitúa su historia en 1971 e incluye un prólogo donde se observa a tres chicas aterrorizadas por una muñeca que se mueve y produce estragos en sus personalidades.
Estas jovencitas son asistidas por el matrimonio de Ed y Lorraine Warren. Ella es vidente y él, demonólogo, y los dos son expertos en fenómenos paranormales, que poseen un museo en su propia casa con objetos rescatados en sus numerosas intervenciones.
Inmediatamente después el matrimonio integrado por Roger y Carolyn Perron y sus cinco hijas se instalan en una antigua casa con sótano en Long Island. En la película de Rosenberg, el marido afirmaba muy suelto de cuerpo que "no importa que aquí haya habido crímenes; las casas no tienen memoria".
Pero parece que sí tienen memoria. En este caso se remonta hasta el siglo XIX. Roger no repite esa aseveración y la familia se siente feliz de ocupar esa casona con parque y granja.
Pero apenas instalados, comienzan a ser acosados y atemorizados por fenómenos extraños: relojes que se detienen puntualmente a las 3.07, ruidos, pájaros que se estrellan contra las ventanas, retratos que caen al piso y moretones que aparecen en el cuerpo de Carolyn.
En vista de esa realidad, Roger recurre a los Warren, quienes a su vez mantienen contacto con un sacerdote católico, especializado en exorcismos.
Y allí comienza el segmento central de la historia, donde surgen cuestiones como la posesión demoníaca, las prácticas cristianas del bautismo y el exorcismo, que a su vez remiten a filmes como El exorcista (1974), de William Friedkin, y Poltergeist (1982), de Tobe Hooper.
Cabe acotar que mientras para la Iglesia católica la posesión demoníaca es el control ejercido por un demonio sobre las acciones del cuerpo de un ser humano, la ciencia médica la califica de psicosis psicopática, trastornos de trance y trastornos de personalidad múltiple.
Lo cierto es que el director organiza una historia de terror clásico, que posee una considerable calidad fílmica. Esto se percibe en la construcción psicológica de los personajes, el dominio de la tensión narrativa, la dirección de los actores y un inteligente empleo del falso documental, también conocido como "fake".
Se le puede reprochar una banda sonora por momentos excesiva y una acumulación de situaciones espeluznantes que no dan tregua, y que en las últimas secuencias se tornan un tanto grotescas.