José Martínez Suárez es conocido por ser, desde 2008, el director del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y sobre todo, como el hermano de Mirtha Legrand. Sin embargo, supo ser el director de cinco films tan geniales como injustamente olvidados: El crack, Dar la cara, Los chantas, Los muchachos de antes no usaban arsénico y Noches sin lunas ni soles. Películas en las que combinaba lo mejor de la época dorada del cine argentino (donde se formó profesionalmente) y lo mejor de la Generación del 60, con sus escenarios y personajes más cotidianos. Justamente la que ilustra más abiertamente esa impronta es Los muchachos de antes no usaban arsénico. Estrenada en 1976, es una comedia negra que sigue siendo atípica en la producción cinematográfica nacional. La historia de un grupo de ancianos que supo tener épocas de gloria (sobre todo, en la industria del cine) y ahora ve peligrar lo único que les queda, no tuvo demasiada suerte en el momento de su estreno (en buena parte, porque coincidió con los primeros días de la última dictadura militar), pero luego se transformó en una pieza de culto.
Juan José Campanella -otrora alumno de Martínez Suárez- comenzó a preparar una nueva versión en los ’90, que finalmente llegó ahora con el título de El cuento de las comadrejas.
En una mansión campestre, alejada de la ciudad, alejada de todo, viven cuatro ancianos: Mara Ordaz (Graciela Borges), ex diva del cine; Pedro De Córdova (Luis Brandoni), ex actor y esposo de Mara; Norberto Imbert (Oscar Martínez), ex director de los mejores films con Mara, y Martín Saravia (Marcos Mundstock), ex guionista de aquellas obras. Ella todavía se siente una celebridad, mientras que ellos pasan sus días conversando, compartiendo juegos y exterminando alimañas. La rutina es interrumpida por la aparición de Bárbara Otamendi (Clara Lago) y Francisco Gourmand (Nicolás Francella), dos jóvenes que dicen ser admiradores de Mara, pero tienen intenciones de carácter inmobiliario. Mara queda entusiasmada por el cariño y por la posibilidad de volver al estrellato, pero Pedro, Norberto y Martín sospechan que hay algo raro en los jóvenes y se preparan para defender lo suyo.
Campanella respeta la esencia de la historia y de los personajes del film original, que tenía un sabor a las producciones del estudio inglés Ealing (de hecho, cuando la remake iba a ser rodada en inglés, sonó el nombre de Alec Guinness, habitual de aquellos films). Y cuando el director introduce algunos cambios, mayormente funcionan. El principal es que ahora los cuatro ancianos formaban parte de la industria del cine -y no sólo la actriz y su marido, como antes-, de modo que los comentarios, las anécdotas y los bocadillos tienen que ver con cuestiones cinematográficas, incluyendo comentarios filosos entre sí. Otro cambio: mientras que en la película del 76 quien quería quedarse con la casa era una mujer (Bárbara Mujica), ahora son dos jóvenes decididamente inescrupulosos. La presencia de ambos también abre el abanico para chistes y contrastes entre una generación y otra.
Los muchachos… era una película con el sello de Martínez Suárez, afecto a contar historias de antihéroes que, aun cuando incurren en actividades ilegales, tienen la suficiente humanidad como para generar empatía. Todos, a su manera, son sobrevivientes de un mundo que no los entiende y se vuelve opresivo. El cuento… aun tiene eso, y pese al humor negro, a los momentos de oscuridad, también es posible encontrar las constantes de Campanella: los personajes luchan por ser fieles a sus sentimientos y preservar valores que parecen extinguirse (la familia, la amistad, los códigos), sin importar la amenaza de turno.
Una vez más, el principal encanto de la historia reside en el elenco. Los ancianos del film original eran Mecha Ortiz, Narciso Ibáñez Menta, Mario Soffici y Arturo García Buhr. Por el lado de los nuevos, Graciela Borges se impone por sobre sus colegas como una Norma Desmond del subdesarrollo, pero que termina despertando ternura. Por su parte, la química entre Brandoni, Martínez y Mundstock es lo suficientemente sólida como para generar momentos ingeniosos. Pero la gran sorpresa del elenco es Clara Lago; si bien ya cuenta con experiencia, incluso dentro del cine argentino (por su participación en Al final del túnel), aquí se luce como una muchacha que usa su sensualidad como complemento de su astucia para intentar ponerse a la par de sus víctimas. Por su parte, Nicolás Francella compone a un prototípico embaucador, valiéndose de gestos que recuerdan a los de su padre, Guillermo Francella, en su faceta cómica.
El defecto más importante del film reside en los flashbacks, no por su inclusión sino por la manera poco lograda en la que fueron ejecutados. Sin embargo, no condicionan el resultado final.
El cuento de las comadrejas es un muy interesante tributo a Los muchachos de antes no usaban arsénico (con algunas referencias a actores y todo), pero puede ser entendida y disfrutada por los recién llegados. Y sobre todo, sigue demostrando que una fuerte amistad -en cualquiera de sus formas- puede contra todo.