Consecuencias del descuido:
Luisa (Sofía Gala Castiglione) trabaja en una fábrica de artesanías junto a su novio Miguel (Mariano González) y a la vez cuida al hijo de una familia acomodada. En su segundo largometraje, el realizador argentino Mariano González aborda las siguientes preguntas: Cuando se deja a alguien al cuidado de un niño, ¿Podemos garantizar plenamente su seguridad? ¿Acaso no hay contingencias que pueden ocurrir, independientemente de que quien esté a cargo sea de confianza?
Todo se desata con el imprevisto (bastante común) de que la puerta se cierra mientras Luisa, en medio de su jornada como niñera, sale al palier para tirar la basura. El pequeño Felipe ha quedado durmiendo la siesta del otro lado. Su desesperación es palpable en sus gestos, golpeando la puerta y tocando timbre reiteradamente. Pide ayuda a la vecina, al encargado, pero no hay caso. Desde el teléfono de la vecina, llama a su novio y consigue abrir la puerta.
Todo parece retornar a la calma, pero una cadena de descuidos puede sucederse cuando se está al cuidado de niños. Al rato, Miguel llama a Luisa preguntando por su billetera, que ha quedado accidentalmente en el sofá del departamento. El niño sigue jugando tranquilamente pero de repente se detiene, afectado por la fiebre. Cada giro de la cuidadora buscando solucionar lo que se le presenta, donde el niño queda fuera de vista, se vuelve posibilidad de un descuido. Felipe queda internado en terapia intensiva pediátrica por una intoxicación con drogas que estaban en la billetera de Miguel.
Toda la secuencia está filmada empleando el recurso narrativo del thriller, creando tensión psicológica. Los primeros planos de Luisa resultan fundamentales y acertados, apuntando a la identificación del espectador con la protagonista y a contagiarle las emociones de angustia, culpa, impotencia y bronca que transita a lo largo del film ante las consecuencias de su descuido involuntario.
Frente al delicado estado de salud de su hijo, los padres de Felipe responden recluyéndose en un blindado hermetismo. No le brindan noticias sobre la evolución de su hijo, no le dejan acercarse a la sala de internación y la amenazan con tomar acciones legales, instándola a responsabilizar a su pareja. La situación extrema vuelve comprensible la actitud de los padres, pero no su prolongación en el tiempo, incluso cuando la emergencia ha pasado y el niño ha retornado al hogar. Resulta inhumano y chocante que se nieguen a dialogar con ella sobre lo que sucedió, habida cuenta de que lo ocurrido podría pasarle a cualquiera, incluso a los padres mismos. En este punto, la identificación de un culpable da cuenta de la dificultad de asumir que en tanto humanos no controlamos todo, que lo inexplicable de la mala fortuna de la fatalidad ocurre, sin que haya culpable alguno.
Otro punto acertado de la película es el título. “Cuidado de los otros” es precisamente lo que no hay. El dueño de la fábrica de Budas de cerámica tiene a sus empleados en negro. El encargado del edificio, amable al comienzo, se vuelve luego descortés con Luisa. Los padres de Felipe rehuyen a una solución por medio del diálogo con Luisa y la instan a firmar la renuncia y aceptar un dinero para no comprometerlos. No hay consideración alguna por el corte abrupto que imponen en el vínculo afectivo que se construyó entre Felipe y Luisa. Más que cuidado de los otros, hay cuidado de lo propio y una gran indolencia violenta para con el semejante, que pretende justificarse en razones de protección y seguridad.
Con austeros pero precisos recursos formales, Mariano González logra construir una película inquietante, cuyos climas emocionales se sostienen en la convincente interpretación de Sofía Gala. Más allá de la coyuntura puntual del film, El cuidado de los otros nos habla de la pérdida del valor de la palabra, de la expulsión del otro como rasgo inmunitario de la época y de la necesidad de recuperar la empatía y solidaridad.