Estaba o no estaba allí; y si no podía verlo, era porque no estaba.
Otra vuelta de tuerca – Henry James
Una nueva propuesta de cine de género nacional llega a salas. Tras paso por algunos festivales (por acá pasó por el Festival de Mar del Plata, por el Buenos Aires Rojo Sangre, por el Construir Cine…), se estrena lo último del director y guionista Eduardo Pinto (Corralón, Sector Vip, La sabiduría). Esta vez nos encontramos ante el retrato de la locura que vive un artista plástico rodeado de fantasmas de su pasado.
Luciano Cáceres interpreta a un artista plástico que tras una situación traumática, un accidente fatal, queda solo y encerrado en un hospital psiquiátrico. Cuando logra salir, se le aclara que su tratamiento es de por vida, que la idea es poder seguir adelante con el alta, con responsabilidad, pero sin abandonar la medicación. Hay acá un acercamiento interesante al muchas veces vapuleado tema de la salud mental.
Gracias a su único e incondicional amigo, este hombre que no quiere volver a su casa por los recuerdos, consigue trabajo en un desarmadero que pasa a tener a su cuidado, siendo además incapaz de reconectarse con el arte al que le dedicó su vida. Pero esa especie de cementerio de autos se convierte pronto en un escenario de pesadillas recurrente. La presencia de unas personas de la calle que cada tanto usurpan la propiedad privada y se muestran violentos y hostiles terminan de desfavorecer su extraña estadía. Acá entra en juego Diego Cremonesi, que con pocos momentos consigue una interpretación muy potente.
Pero el protagonista inmenso es Luciano Cáceres que vuelve a demostrar su versatilidad, aquí entregándose a la propuesta, comprendiendo por completo el tono. En El desarmadero, y en su cabeza, lo real e irreal se confunden en medio de la desolación y él consigue transmitir todo el miedo pero también algo de esperanza.
Una historia de fantasmas que consigue plasmar atmósferas ambiguas y oscuras a través de una premisa simple y efectiva. En esa simpleza del argumento y la capacidad de desarrollarlo de manera sólida a través de estos climas enrarecidos radica esta efectiva propuesta.
La fotografía y el uso de grandes angulares aportan las últimas pinceladas de esta historia sobre la soledad que nos obliga a enfrentarnos con uno mismo, siempre nuestro peor enemigo. Muchas veces no es la locura el problema, sino la soledad.