El debut del actor Ignacio Rogers como director llega a cartelera después de haber formado parte de la Competencia de Vanguardia y Género del último BAFICI. Una película de terror que sucede en los bosques de Tucumán.
Un grupo de cuatro amigos (formado por una pareja y por dos que supieron serlo pero hoy mantienen una relación de amistad) llega en auto a unas cabañas cerca de una laguna para unas vacaciones tranquilas y relajantes. Son treintañeros, no adolescentes que sólo buscan emborracharse y tener sexo. Sin embargo, a partir de la primera noche se irán sucediendo cosas extrañas e inexplicables. El aire inquietante se percibe al llegar.
El comienzo de la película es muy propio del cine de género -aunque es cierto no tanto del cine de género nacional-, con recursos y tópicos muchas veces vistos. Amigos que, alejados de la ciudad, serán acechados por “algo” (qué o quiénes son ese “algo”, habrá que esperar para saberlo). El escenario es Tucumán y lo local cobrará una mayor importancia a medida de que se vaya sucediendo el relato.
Lo inquietante se percibe desde los primeros detalles. En la ruta hay extraños carteles con fotos de personas dadas vueltas. Al principio se ve uno y suponen que es a causa de un accidente de auto, pero pronto aparecen otros.
Cuando llegan a las cabañas, las cosas no son menos raras. Fingen tomarle los datos y escuchan a la hija del dueño encerrada. Más tarde, Fernando (Ezequiel Díaz) la encuentra fumando y entablan una conversación breve pero que genera cierta complicidad, en parte gracias al carisma que en esa breve interpretación desprende Ailín Salas. Al día siguiente, habrá otra sorpresa al respecto y querrán irse del lugar encontrando sólo impedimentos.
Sin adelantar mucho más de la trama, la película va situando diferentes ideas para terminar con una resolución que fuerza muchas de ellas. Una resolución que se percibe abrupta y deja gusto a poco después de una buena construcción de climas (aunque por momentos muchos son innecesariamente acentuados por la banda sonora).