El discurso del rey
Un elenco excepcional, clave de un film con destino de Oscar
Es la historia privada de un hombre público: el que sería el rey Jorge VI (padre de la actual monarca del Reino Unido); de la mujer que amó y que fue su reina y del terapeuta australiano de incierta formación académica y métodos heterodoxos que lo ayudó a controlar la tartamudez que lo atormentaba desde la infancia. Es, por eso, la historia de un hombre que a fuerza de determinación, responsabilidad y coraje lucha para superar su problema (de origen psicofisiológico) y también la historia de una amistad poco común -la de un príncipe y un plebeyo, de personalidades bien opuestas. El fondo histórico-social y político sobre el que se recorta este retrato es particularmente complejo: a la depresión económica en el imperio se suma el crecimiento del fascismo con un Hitler poco confiable que amenaza la precaria estabilidad europea.
La íntima epopeya personal del entonces duque de York atraviesa por lo menos dos crisis históricas decisivas para él y para su país: la abdicación de su hermano mayor, David, que ya como Eduardo VIII renuncia al trono para poder casarse con la doblemente divorciada Wallis Simpson (con la consiguiente coronación de Jorge VI, que lo pone en el centro de la atención pública y lo obliga a encontrar su voz, que debe ser la voz de sus súbditos), y al poco tiempo el estallido de la guerra contra la Alemania nazi.
De todos modos, no queda duda de que la sucinta evocación histórica (precisa, suntuosa y tan refinada como puede esperarse de un film inglés) es apenas el marco del relato y que tanto el jugoso libreto de David Seidler como la dirección de Tom Hooper no están dispuestos a ahondar en ella: lo que buscan es hacer foco en el proceso que vive el protagonista para la recuperación de una fonación normal, que es también el de la afirmación de una personalidad que las circunstancias pondrán a prueba en una época llena de turbulencias y cambios.
La perceptible química que se establece entre Colin Firth y Geoffrey Rush es uno de los fundamentos de la emoción que la historia contagia a los espectadores. Es central la relación entre el soberano (Bertie para la familia) y Lionel, el logopeda australiano cuya ayuda le será indispensable como profesional, pero también le revelará el significado de la palabra amistad. Y si bien es elogiable la habilidad con que los responsables del film han sabido administrar sus dosis de humor, tensión, drama, emoción y gran espectáculo, no puede sino admitirse que ante tanto despliegue de talento como el que propone un elenco de lujo, es difícil sustraerse a su encanto. Quizá la labor extraordinaria de Colin Firth, Geoffrey Rush, Helena Bonham Carter, Derek Jacobi, Guy Pearce y todo el resto opere con tanta seducción sobre el espectador que éste termine hallando en el film algunas cualidades más de las que verdaderamente tiene. Lo que no quita que verlo sea una experiencia deliciosa.