Los títeres se independizan
James Gunn comenzó su trayectoria como guionista entregando productos más o menos pasables, en línea con el clásico trash desaforado Tromeo y Julieta (Tromeo and Juliet, 1996), de Lloyd Kaufman, y la sobrevalorada en extremo El Amanecer de los Muertos (Dawn of the Dead, 2004), de Zack Snyder, y una buena dosis de basura hollywoodense por encargo como Los Especiales (The Specials, 2000), de Craig Mazin, Scooby-Doo (2002), de Raja Gosnell, y su secuela Scooby-Doo 2: Monstruos Sueltos (Scooby-Doo 2: Monsters Unleashed, 2004), también de Gosnell, para eventualmente saltar a la dirección con una película mediocre aunque amena acerca de parásitos alienígenas cronenbergianos, Slither (2006), no obstante el burro norteamericano a continuación adoptó como propio el formato de los superhéroes en la idiota Súper (2010), ese que ya había trabajado en Los Especiales, y no lo soltó nunca más al punto de olvidarse de sus ideales independientes de aquella etapa primigenia trabajando para Troma Entertainment y entregar una retahíla de mierdas redundantes que incluye a Guardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy, 2014), Guardianes de la Galaxia Vol. 2 (Guardians of the Galaxy Vol. 2, 2017) y a la presente El Escuadrón Suicida (The Suicide Squad, 2021), bodrio que la va de canchero e irónico pero está saturado de CGI, chistes para imbéciles y retrasados mentales del montón y secuencias de acción caricaturescas que pretendiendo ofrecer gore y desenfreno lo único que regalan es tedio gracias a ese típico cinismo distante y pueril del mainstream inflado de nuestros días, por demás obsesionado con compensar con antihéroes de plástico lo que ya no puede construir con el relato y una casi inexistente idiosincrasia inconformista en serio.
El director, quien por cierto participó en ese mamarracho colectivo bien impresentable que rankea como una de las peores realizaciones de la historia del cine, Proyecto 43 (Movie 43, 2013), en esta oportunidad supera al espantoso díptico de Guardianes de la Galaxia y en especial a aquel mamotreto patético de David Ayer, Escuadrón Suicida (Suicide Squad, 2016), sin embargo definitivamente no termina de aprender las lecciones que nos obsequia la experiencia y si bien por un lado arroja por la borda al tarado de Will Smith y a ese Guasón horrendo de Jared Leto y conserva personajes potables en sintonía con la impiadosa mandamás gubernamental Amanda Waller (Viola Davis) y el tremendo Rick Flag (Joel Kinnaman), por el otro lado retoma a la ya sinceramente insoportable Harley Quinn, en la piel de una eficaz Margot Robbie que no puede hacer mucho con un personaje tan estúpido y repetitivo y para nada gracioso, atractivo, interesante o mínimamente afable, algo que ya se podía ver en las otras desastrosas apariciones en pantalla de la señorita, hablamos de la citada Escuadrón Suicida -versión Ayer- y la muy aburrida Aves de Presa y la Fantabulosa Emancipación de una Harley Quinn (Birds of Prey and the Fantabulous Emancipation of One Harley Quinn, 2020), de Cathy Yan, otro ejemplo evidente del “modelo Quentin Tarantino” bien insulso de concebir y filmar aunque incluso éste llevado a una decadencia profundamente terminal, eso de pretender aludir a películas pasadas muchísimo mejores, mechar en la trama una infinidad de canciones símil videoclip, hacerse el superado con chistes autoparódicos ultra lelos e incorporar violencia aséptica que en verdad no genera dolor alguno por su sustrato castrado y muy artificial, siempre conceptualmente inofensiva.
Como en muchos otros bodrios de los superbobos del mainstream actual y demás zoquetes con calzas, capas y/ o armaduras bastante tuneadas, el principal problema del film no es que pretenda en vano copiar la magia de la sublime Doce del Patíbulo (The Dirty Dozen, 1967), de Robert Aldrich, sino la liviandad absoluta y el número exagerado de protagonistas de la historia, uno más hueco e intercambiable que el otro: ahora Waller manda a dos equipos de villanos a una misión mortal, eso de destruir el Proyecto Estrella de Mar, un extraterrestre convertido en arma de destrucción masiva, para que no caiga en manos de los militares anti norteamericanos que derrocaron a la dictadura familiar pro yanqui que gobernaba la nación insular sudamericana de Corto Maltés, nos referimos a un pelotón de señuelo, conformado por Rick Flag, Quinn, el Capitán Boomerang (Jai Courtney), Savant (Michael Rooker, gran actor fetiche de Gunn), Mongal (Mayling Ng), Comadreja (Sean Gunn), Blackguard (Pete Davidson), TDK (Nathan Fillion) y Javelin (Flula Borg), y al escuadrón protagónico de Bloodsport (Idris Elba), Peacemaker (John Cena), Rey Tiburón (voz de Sylvester Stallone), Polka-Dot Man (David Dastmalchian) y Ratcatcher 2 (Daniela Melchior). Los malos son los milicos que los fascistas estadounidenses quieren tumbar, por un lado el Presidente General Silvio Luna (el argentino Juan Diego Botto) y su mano derecha el Mayor General Mateo Suárez (Joaquín Cosio) y por el otro lado el Pensador (Peter Capaldi), un científico sádico símil Josef Mengele que ha experimentando con el extraterrestre, y la misma criatura del espacio, literalmente una estrella de mar gigantesca que trajeron a la Tierra astronautas yanquis y que controla la psiquis de sus víctimas con pequeños duplicados de ella misma.
El Escuadrón Suicida, con una duración excesiva a más no poder y asemejándose a lo que sería una interpretación para zopencos de Watchmen (1986-1987), de Alan Moore y Dave Gibbons, falla en prácticamente todo porque como película de humor sardónico no resulta graciosa y cae continuamente en el lugar común del nihilismo naif sin nada de encanto ni agudeza, como epopeya de acción también derrapa hacia la banalidad de tipo publicitaria porque todo está coreografiado al dedillo y el pretendido realismo visceral brilla por su ausencia, como pastiche posmoderno con algunos elementos dramáticos no genera interés alguno debido al nulo peso específico de los personajes principales y sus vicisitudes, como alegoría política no consigue ir más allá de lo rudimentario y de una mínima tentativa de independencia de estos títeres mercenarios que no luchan por otra causa más que su propio egoísmo, como relato construido -de nuevo, a lo Tarantino circa Pulp Fiction (1994)- vía una estructura coral que va y viene en el tiempo el film también se cae a pedazos por lo previsible y necio de su concepción y finalmente como hipotético homenaje al cine bélico gloriosamente machista/ masculino/ violento de las décadas del 60 y 70 la propuesta fracasa por su mismo dejo caricaturesco y anodino al extremo de despertar indiferencia, amén de que el pobre Hugo Pratt se debe estar revolcando en su tumba, por la referencia a su célebre personaje de cómics en el nombre de la nación empobrecida en la que transcurre la faena, y lo mismo puede decirse de un Sam Peckinpah aludido de manera gratuita mediante una ofrenda a Tráiganme la Cabeza de Alfredo García (Bring Me the Head of Alfredo García, 1974), genial obra maestra del señor. Gunn, en suma, continúa demostrando que no se le cae ni una bendita idea novedosa en nada aunque hay que concederle que en esta ocasión por lo menos no se estrella contra esas bostas espaciales previas de animación, vendidas como live action, y mantiene los pies -durante gran parte del metraje, hasta el desenlace estruendoso y ridículo marca registrada- sobre la tierra, planteo que de sopetón subraya lo limitado a nivel cualitativo, ideológico, retórico e intelectual que es el entretenimiento contemporáneo que pretende llegar a todas partes del planeta a través de una visibilidad desproporcionada centrada en el triste hecho de que tanques mierdosos como el presente, destinados a oligofrénicos babeantes varios y lobotomizados por el mainstream, le quitan la posibilidad de crecer a otras propuestas mucho más valiosas que necesitan de más tiempo para encontrar a su público en la época de la impaciencia y la inmediatividad más vacua…