¿Se cae la usina de fiascos?
Siempre que Hollywood comienza a volcar hacia la comedia el tono de una fórmula hasta ese momento ganadora es sinónimo de que -sincericidio mediante- ve cercano su agotamiento y teme que el grueso del público deje de acompañar a productos que ya no están rindiendo lo esperado en taquilla (los nerds aniñados e incondicionales no cuentan porque los sectores a captar, y las minas de oro más importantes, son los adolescentes y las familias). Ejemplos simplistas como Guardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy, 2014) o Ant-Man (2015), que se apoyan en el “no carisma” de protagonistas demasiado derivativos, y films hipócritas como Deadpool (2016), que la van de zarpados pero no se deciden a mostrar ni una teta, pretenden posponer lo inevitable, léase el recambio de este paquete de rasgos retóricos por otro similar, uno -suponemos- ya no tan basado en las guerras totales y el concepto marchito de “la humanidad depende de nosotros (otra vez)”.
La presente Escuadrón Suicida (Suicide Squad, 2016) agrega otra vertiente desesperada a este estado de cosas, la de la propuesta caótica que rejunta todos los clichés disponibles a la fecha para intentar caer simpática como si en efecto se tratase de un experimento novedoso o revulsivo desde lo formal… lamentablemente este no es el caso, ni mucho menos. El problema central nuevamente es el realizador elegido, David Ayer, otro de estos asalariados mediocres que encima se deja subsumir a la lógica televisiva de las actuales películas de superhéroes, en las que dominan criterios exasperantes de uniformización y una catarata de referencias bobas entrecruzadas que nunca suman nada a la narración. En este sentido, vale recordar que toda esta línea de montaje cinematográfica nació de la mano de directores con personalidad y brío propio como Richard Donner, Tim Burton, Warren Beatty y -más adelante- el enorme Christopher Nolan, “inspirador” colateral de estos tristes exploitations.
Si bien la película no se toma tan en serio a sí misma como la vergonzosa Batman vs. Superman: El Origen de la Justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, 2016), lo cierto es que resulta aún más fallida y torpe, llegando al punto de provocar hastío e incomodidad a los pocos minutos de comenzada la proyección. Ayer, en un “esfuerzo” casi sobrehumano, hace absolutamente todo mal: con la intención manifiesta de construir un relato coral, asignando un tiempo proporcional a cada personaje, el film derrapa feo en el viejo arte de generar empatía porque recurre a cuanto facilismo dramático, latiguillo y chiste obvio anda dando vueltas alrededor de cada situación planteada. Lo paradójico del asunto es que la idea de base, centrada en un cónclave de villanos manipulado por el gobierno para luchar en pos de “causas nobles”, prometía -mínimo- una epopeya decente de acción, algo en lo que el opus ni siquiera logra transformarse por su sutil pereza al momento de los disparos.
Aquí el realizador y guionista no sólo desperdicia la oportunidad de crear un producto en verdad anárquico sino que termina dejándole todo servido a los trolls del cine -los que se quejan por deporte y luego convalidan los mamotretos más regresivos de la industria- para que lo destrocen desde la más absurda hipocresía, esa misma que después deriva en flores para otros engendros de superhéroes tan escuálidos e inconsistentes como el que hoy nos ocupa. Por momentos pareciera que Ayer quiso darle una vuelta de tuerca al universo ajado de las adaptaciones de cómics, en algunas escenas explota una pose cool pro “tipos duros con corazón sensible” que retrasa décadas, y finalmente en otras ocasiones deja entrever que no sabe qué hacer con este manojo de personajes de por sí muy esquemáticos, circunstancia que a su vez explica lo insulsas que resultan sus interacciones (el caso más trágico es el Guasón de Jared Leto, una especie de adicto zombieficado que anda perdido en la trama y con apenas un puñado de líneas de diálogo). Esperemos que este sea el golpe de gracia para el cine de superhéroes, toda una usina penosa de fiascos que ya merece morir…