Un refugio entre el horror
Y los cineastas europeos continúan regresando a los pormenores de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias -como si los problemas contemporáneos no fueran más urgentes- en una típica jugada de revisionismo histórico en la que prima la comodidad de un relato sustentado en imaginarios sociales de larga data por sobre la intención de aportar una verdadera lectura novedosa acerca del tópico. Dicho de otro modo, definitivamente al séptimo arte le sigue siendo funcional un conflicto que si bien en la realidad fue muy complejo, por lo general en la pantalla grande fue pintado -especialmente por Estados Unidos- de una manera un tanto rudimentaria e ingenua, una estrategia que a su vez obvia las conexiones con un presente que por omisión parece ser considerado demasiado doloroso o difícil de analizar (crisis económica, nacionalismos, inmigración masiva, terrorismo, etc.).
Más allá de todo esto, es indudable que en el cine bélico del viejo continente de los últimos años existe una preocupación por descubrir nuevas aristas dentro del tema y así nos hemos topado con interesantes películas como por ejemplo Dos Vidas (Zwei Leben, 2012), Lore (2012), Juego Limpio (Fair Play, 2014), Suite Francesa (Suite Française, 2014), Laberinto de Mentiras (Im Labyrinth des Schweigens, 2014), Land of Mine (2015) y la obra que hoy nos ocupa, El Esgrimista (Miekkailija, 2015), un trabajo sencillo aunque muy eficaz que también examina un aspecto poco tratado de la guerra. La trama nos presenta una Estonia a comienzos de la década del 50, con la policía secreta de la URSS persiguiendo a todos los que conformaron la milicia alemana durante la contienda, un período en el que -luego de la invasión nazi- se obligó a enlistarse en el ejército a buena parte de la población masculina.
Este opus del finlandés Klaus Härö, un señor que construyó su carrera a partir de films que transcurren en tiempos más o menos remotos, está centrado en la figura real de Endel Nelis (interpretado por Märt Avandi), un esgrimista que en aquella época abandonó Leningrado huyendo de los esbirros del estalinismo y terminó en Haapsalu, una región inhóspita y poco habitada de Estonia. Allí consigue trabajo como docente y funda un club deportivo que despertará el interés de los niños del lugar por la curiosa disciplina que Nelis propone enseñar, una esgrima que poco y nada tiene que ver con los “deportes proletarios” que la administración soviética pretendía difundir en la nación. La película combina el thriller de espionaje (la autoridad máxima del colegio sospecha y comienza a investigarlo), el relato romántico (Nelis paulatinamente se enamora de una colega profesora) y el drama de reafirmación identitaria (oculto, deprimido y bajo un contexto sofocante sustentado en las denuncias fratricidas, el protagonista se refugiará en su pasión y razón de ser, la esgrima).
Un punto fuerte del film, y sobre el cual gira en buena medida el correcto guión de Anna Heinämaa, es la relación entre el hombre y los pequeños, una dinámica que evita las cursilerías hollywoodenses y se basa en el gran desempeño de Avandi y una amalgama de momentos de frialdad con otros de regocijo por el inesperado progreso tanto en el campo de las habilidades educativas de Nelis como en lo que atañe al manejo del florete por parte de los jóvenes. Si tendríamos que ubicar a la propuesta dentro de esta versión particular del subgénero que explora el binomio docente/ alumnos, la cual nació con Al Maestro con Cariño (To Sir, with Love, 1967), desde ya que El Esgrimista se encontraría más cerca del humanismo de La Sociedad de los Poetas Muertos (Dead Poets Society, 1989) y Madadayo (1993) que de la fanfarria típicamente norteamericana de Mentes Peligrosas (Dangerous Minds, 1995) y One Eight Seven (1997), lo que deriva en un recordatorio enérgico y a la vez sutil acerca del horror paranoico, totalitario y genocida del régimen de Iósif Stalin…