Sobre la derivación discursiva.
El cine, al igual que cualquier otra actividad cultural de alcance masivo, construye una suerte de “memoria específica” que involucra a los responsables del circuito creativo (léase realizadores/ consumidores) y se nutre de todos los opus individuales que conforman su campo (la asociación mnemotécnica abarca sólo aquellos convites que se consideran importantes). Por supuesto que el déficit contemporáneo de ideas novedosas pone de relevancia tanto un círculo petrificado de referencias “inviolables” como la pereza crónica de un complejo industrial en crisis, lo que a su vez origina una dialéctica de “influencias mutuas”, expresión que casi siempre funciona como un eufemismo por “plagios groseros”.
Ahora bien, dentro de la escasez actual de obras verdaderamente brillantes existe una escala más o menos estable que reenvía a distintos tipos de derivaciones discursivas: en primera instancia tenemos los exploitations (representantes de una vertiente con un catálogo fijo de tópicos a nivel estructural), luego vienen las remakes (readaptaciones de exponentes concretos con vistas a presentarlos a un “nuevo público”) y finalmente están los rip-offs (copias al carbónico y/ o bifurcaciones que por lo general no se autodefinen como tales). A pesar de que este “estado de cosas” no implica de por sí resultados mediocres ya que el revisitar en ocasiones conduce a un rejuvenecimiento, el panorama suele ser ambivalente.
Hoy por hoy El Examen (Exam, 2009), nuestro ejemplo circunstancial, nos ayuda a contextualizar la hipótesis: estamos ante un rip-off de la argentina El Método (2005), que además toma elementos de El Cubo (Cube, 1997), El Experimento (Das Experiment, 2001) y la franquicia de El Juego del Miedo (Saw). La historia recorre los sinsabores de ocho personas en una entrevista laboral para una compañía farmacéutica, a quienes se les informa que tendrán ochenta minutos para responder una pregunta que nadie hace explícita. La descalificación se produce si salen del ambiente claustrofóbico de turno, si hablan con las autoridades de la empresa o si dañan la hoja de papel que corresponde a cada candidato.
Mientras que El Método ofrecía un comienzo promisorio con críticas al canibalismo del capital para rápidamente hundirse en una serie de lugares comunes que licuaban toda la energía narrativa, la ópera prima del británico Stuart Hazeldine consigue extender por más tiempo el suspenso minimalista y recién con la “vuelta de tuerca” del final el andamiaje expositivo se cae a pedazos (el desenlace resulta poco imaginativo y contraproducente en términos ideológicos). El director le saca provecho a la “tensión ventajista” entre los personajes y apuntala un desarrollo balanceado entre la intriga principal y la pugna por el puesto, alcanzando un promedio cualitativo favorable que no excluye sus contradicciones…