Suicidios en cadena.
Durante parte de la década pasada en el cine de horror abundaron las propuestas asiáticas, trabajos que en un principio fueron exitosos tanto a nivel artístico como en lo referido a los dividendos generados en boletería. Pero como el modelo norteamericano de producción suele imitarse hasta en las geografías más lejanas, esa suerte de renovación del terror internacional -que venía del cansancio y la lenta desaparición de los maestros del género de Estados Unidos y Europa de los 70 y 80- devino en una fórmula más. Junto con los otros dos engranajes de este mecanismo industrial, léase el found footage y las remakes, los fantasmas vengadores de ojos rasgados ayudaron a que el horror actual fuese cayendo en una espiral conservadora y previsible, cortando de raíz aquella variedad/ riqueza de antaño y dejándonos a merced de las anomalías que van surgiendo año a año desde los márgenes.
Ahora bien, El Exorcismo de Anna Waters (The Faith of Anna Waters, 2016) es sin duda uno de los representantes menos luminosos de los coletazos trasnochados del linaje, sin embargo en esta ocasión con la peculiaridad de pretender abarcar más de lo conveniente. La película prueba un poco de todo y consigue la singular proeza de hacer todo mal: tenemos la nenita conectada con el más allá, el esposo abandónico que se redime, la protagonista que investiga la misteriosa muerte de su hermana y un popurrí de detalles coloridos alrededor de las casas embrujadas, el pasado que regresa, las presencias demoníacas y hasta algunos ciberataques a la Iglesia Católica. Sinceramente no se entiende la enorme torpeza del realizador singapurense Kelvin Tong, conocido en Occidente por la correcta The Maid (2005), quien arma un verdadero cocoliche de ingredientes que ni siquiera sabe usufructuar.
El catalizador del relato es el suicidio por asfixia de Anna Waters (Rayann Condy), una mujer que sufría de la enfermedad de Huntington, un padecimiento genético incurable que provoca el movimiento involuntario de las extremidades, una falta de coordinación generalizada y la incapacidad de tragar alimentos. Como en la reciente El Bosque Siniestro (The Forest, 2016), el trágico episodio desencadena que su hermana Jamie (Elizabeth Rice) viaje a un destino un tanto “exótico” -antes el bosque japonés Aokigahara, hoy Singapur- para desentrañar lo sucedido. El guión del propio Tong va sumando subtramas sin otra justificación narrativa que la simple acumulación de ítems inconexos, aparentemente con el objetivo de satisfacer al mayor número posible de espectadores: la jugada deriva en escenas ridículas como las centradas en los sacerdotes y todo lo relacionado con la Torre de Babel.
Otro inconveniente del film es el desempeño del elenco aunque en este caso las culpas están repartidas entre la impasibilidad de los actores y la ausencia de ideas novedosas por parte del director, considerando el paupérrimo material del que se disponía en primera instancia. Si la obra por lo menos fuese entretenida se podrían pasar por alto los agujeros en la historia, el desarrollo de personajes y la continuidad de algunas secuencias, no obstante El Exorcismo de Anna Waters falla en el nivel más básico del disfrute cinéfilo, el de ofrecer una experiencia más o menos potable/ amena en función de los recursos en stock. Uno de los grandes problemas del terror mainstream contemporáneo se condensa en la “pretensión seria” de opus como el presente, que marchan firmes al suicidio porque parecen haber olvidado la posibilidad de volcar el tono hacia un delirio autoconsciente y desprejuiciado…