El faro de las orcas, film dirigido por Gerardo Olivares, está basado en una historia real ocurrida en la Península de Valdés, que luego sería registrada en el libro “Agustín Corazón Abierto”.
En primer lugar el film nos presenta a Beto (Joaquín Furriel), un solitario guardafauna que vive junto al faro, y que pasa sus días en compañía de las bellas orcas, a quienes considera su familia. Un día mientras Beto intenta auxiliar a un lobo marino conoce a Lola (Marivel Verdú), una mujer española que ha llegado hasta ese inhóspito pero calmo lugar, junto a su hijo Tristán (Quinchu Rapalini). Lola le explica a Beto que su hijo tiene un trastorno del espectro autista y que debido a eso, ella ha visitado a muchos especialistas y han abordado diversas terapias, pero nada funciona. Sin embargo, estando en Madrid, luego de ver documental de National Geographic sobre el trabajo que el guardafuanas realizaba con las orcas, Tristán mostró signos de felicidad y emoción, algo poco usual en niños con este padecimiento, por lo que Lola halló una pequeña esperanza para su hijo y su mejoría en ese lejano lugar.
Beto al principio se resiste, pero luego observa como la percepción del niño cambia en relación a las orcas, por lo que poco a poco no sólo decide ayudarlo a acercarse a las orcas -alqo que esta prohibido y por lo que Beto arriesga su trabajo-, sino que comienza a brindar herramientas para que Tristán -que mantiene una relación de apego cuasi patológico con Lola- pueda manejarse solo. En el medio está la madre, quien entre desbordada y desesperada, protege a capa y espada a su hijo y con esa protección, con esa acción de tomarlo como un-objeto-a-proteger más que a un sujeto al que acompañar, inconscientemente frustra muchos de los posibles progresos del niño.
De esta forma, El faro de las orcas retrata muy bien no sólo el padecimiento que Tristán atraviesa, sino también el miedo de esa madre, miedo a volver a confiar, miedo al cambio y miedo a las críticas que recaen sobre ella por su sobreprotección desmedida. En ese sentido, Beto viene a funcionar como una cuña que permite que ambos se separen, en pos de comenzar a trabajar la autonomía y confianza del niño, y correrlo de ese lugar de niño frágil o débil en el que la madre lo ha puesto.
Desde los aspectos visuales y técnicos, la película resulta impactante y emocionante, ya que permite reflexionar y valorar a la naturaleza en su máxima expresión, rozando así el género documental. Sin embargo, el relato recae cuando se aborda -previsiblemente- una historia de amor entre Beto y Lola, cargada no sólo de lugares comunes, sino de diálogos torpes plagados de sentimentalismo.
El faro de las orcas resulta una película bella y emotiva, que narra mucho más que la relación de Tristán con las orcas, ya que muestra como cada uno de los personajes aborda su propio proceso de mejoría, frente a resistencias pasadas. El mensaje final es claro, mientras sea por la vía del amor, hasta lo imposible puede ser un poco más posible.